—Estaremos bien, Jim —esa era Ofelia que, continuó caminando rumbo a la cocina —, pero lo que dijo ese rey es verdad, deberías calmarte un poco o si no un día de estos te cortarán la lengua y lloraré mucho cuando eso suceda —la voz de Ofelia temblaba ligeramente al pronunciar estas palabras, combinando la advertencia realista con el amor fraternal—. ¿Quieres que llore? El rostro de Jim palideció ante la imagen mental, por eso su pequeña lengua se asomó nerviosamente para mordisquearla, como si quisiera asegurarse de que aún estaba allí. De inmediato negó con la cabeza teniendo una expresión asustada que se veía fácilmente en sus ojos grandes. —No quiero perder mi lengua, y tampoco que llores, Lia. —Entonces no hables cuando no te lo piden, y menos frente a reyes y príncipes —le repren