Cuando Ofelia escuchó aquellas palabras, sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Un escalofrío recorrió su espalda mientras pensamientos aterradores invadían su mente: ¿Conocería la reina lo sucedido la noche anterior con el rey? ¿Sabría que ella lo había visto desnudo, que lo había vestido? Sus manos comenzaron a temblar, pero reunió todas sus fuerzas para mantener la compostura. —Soy yo... —respondió Ofelia, volteándose. Su condición de cautiva en el palacio real era evidente: el humilde vestido y las cadenas doradas que el rey mismo le había puesto en las muñecas contrastaban marcadamente con el refinado atuendo de la bonita doncella. —La reina desea que le lleven algunos aperitivos —continuó la doncella—. Está con lady Rita, así que deben ser para dos. —Enseguida —respondió una