Edwin tenía un fuerte deseo de controlar y conquistar. También era agresivo. Nadie podía librarse de su control prepotente una vez convertido en su objetivo.
Con un sonido de desgarro, su camisa se rompió.
Las grandes manos de Edwin recorrieron su cuerpo con descaro.
Enfadada y presa del pánico, Julianna luchó ferozmente.
—Suelta... No...
—Julianna, ¡sé lo que estás pensando! ¿No te estás haciendo la difícil conmigo?
—De acuerdo, te satisfaré...
La cremallera de la falda recta de Julianna estaba rota.
Apretada contra el lavabo, Julianna ya no pudo resistirse.
El miedo le atenazaba el corazón.
Edwin siempre había sido despiadado con ella y no la dejaría marchar hasta que se derrumbara por completo y cediera.
Cuando la oveja estaba a punto de ser devorada por el tigre...
Llamaron a la puerta.
Edwin se detuvo un momento.
¡Qué fastidio!
—¡Crujido! —La puerta de la sala de conferencias se abrió desde fuera, ¡y llegó el clip-clop de unos tacones altos!
Katelyn entró.
—Edwin, ¿estás ahí?
En un instante.
Edwin liberó a Julianna.
—Quédate aquí. No salgas. —ordenó Edwin mientras se arreglaba rápidamente la ropa.
Salió del cuarto de baño con aire despreocupado.
—Kate, ¿por qué estás aquí? —Edwin recuperó su mirada noble y gentil como si nada hubiera pasado.
—¡Vine a verte! He oído que hoy ibas a firmar un contrato con Julie.
—¿Dónde está Julie? ¿Está aquí? —Katelyn miró hacia el baño inconscientemente mientras hablaba.
—El contrato ya está hecho. Vámonos. —Edwin frunció el ceño y agarró a Katelyn por el hombro.
Julianna se recogió el pelo desordenado y salió del baño enfadada.
—¡Edwin! ¡Bastardo!
¿Por qué tenía que escuchar a Edwin?
Julianna pensó que Katelyn llegó en el momento justo para que pudiera ver los verdaderos colores de Edwin, ¡nada más que una bestia vestida de humano!
La ropa de Julianna estaba desaliñada, sus ojos escarlatas.
El rostro de Katelyn palideció al ver a Julianna.
Al instante se dio cuenta de lo que había ocurrido. Sus peores temores se habían hecho realidad.
¡Sabía que Edwin nunca olvidaba a Julianna!
—Edwin...—Katelyn hizo lo posible por ocultar su resentimiento y fingió no saber nada.
—Ya que el contrato está hecho, ¡vamos! —Katelyn sacudió suavemente el brazo de Edwin.
No quería que Edwin y Julianna pasaran demasiado tiempo juntos.
—¿Dónde ir? —preguntó Edwin.
—Edwin, ¿no acordamos anoche buscar un vestido de novia hoy?
Solo entonces Edwin recordó. —Oh, vale. Hagámoslo.
Anoche, Katelyn se le acercó llorando y le preguntó si había cambiado de opinión.
Llevaba seis años saliendo a trompicones con Katelyn y no creía que pudiera aplazar su boda por más tiempo.
Por lo tanto, propuso, ¡casi como un acto reflejo!
Al mirarlos, Julianna sintió un dolor inexplicable en el corazón.
Al captar el destello de tristeza en sus ojos, Edwin tomó a Katelyn en brazos deliberadamente.
—Después de decidirnos por el vestido de novia, te enseñaré la alianza. Anteayer llegó un lote de diamantes. Veamos si hay alguno que te guste.
Katelyn se llenó de alegría al oír las palabras de Edwin.
—¿En serio?
Edwin miró a Katelyn con cariño
—He encargado especialmente un diamante rosa de 24,87 quilates porque ¡vas a cumplir 24 años el 7 de agosto!
—Quería dártelo mañana en tu cumpleaños, ¡pero he decidido decírtelo ahora para que te alegres antes!
—¡El diamante rosa vale exactamente ochenta millones de dólares!
Edwin pretendía provocar a Julianna diciéndoselo. Cuando se divorciaron, le dijo que le pagaría ochenta millones de dólares como pensión alimenticia.
Julianna no lo aceptó.
Por lo tanto, ¡iba a gastarse ochenta millones de dólares en la mujer que le robó a su marido!
No creía que Julianna no se entristeciera al oír aquello.
—¡Edwin, eres tan bueno conmigo! —Alborozada, Katelyn se puso de puntillas y besó la cara de Edwin.
La expresión de Julianna cambió ligeramente y un dolor punzante cruzó su corazón, no por los 80 millones de dólares, sino porque ella también cumplía 24 este año.
¿Y qué más? Su cumpleaños era solo diez días antes que el de Katelyn.
Desde que era joven, Dexter solo recordaba el cumpleaños de Katelyn.
—¿Eres feliz?
—¡Sí, lo soy!
Katelyn sonrió dulcemente a Edwin y luego dirigió su mirada hacia Julianna. —Julie, ¿te he molestado? Ven y asiste a mi fiesta de cumpleaños si no estás ocupada mañana.
—¡Lo siento, no estoy disponible! —Julianna respondió fríamente.
Un rastro de decepción apareció en el rostro de Katelyn. —¡Julie, papá estaba muy enfadado ayer! ¡Casi le da un infarto!
—Papá ha tenido mala salud en los últimos años. ¿Por qué no vas a casa a cenar esta noche y le visitas?
La verdadera intención de Katelyn no era invitar a Julianna a cenar, ¡sino demostrar su ventaja! ¡Ella quería declarar su soberanía sobre Edwin delante de Julianna y hacer saber a Julianna que ella era la verdadera esposa de Edwin!
—¡Lo siento, tengo que cuidar de mis hijos por la noche!
—Julie, somos familia después de todo. Por qué no dejas ir el pasado...
Julianna puso cara larga y no quiso oír más de las hipócritas palabras de Katelyn.
—Este no es lugar para charlar. ¡Tengo que empezar a trabajar ya! Si no tienes nada que hacer, puedes irte.
Edwin hizo una mueca y miró a Julianna burlonamente, —¿Lo he oído mal? ¿Qué derecho tienes a ordenarme que me vaya?
—¡Adelante entonces! Tengo que trabajar.
—¡Julie, espera un minuto! ¡Tengo algo que decirte!
—¿Qué?
—Edwin, ¿puedes esperarme en la entrada?
Edwin dudó tres segundos y luego asintió. —De acuerdo.
Se dio la vuelta y salió del despacho.
Después de que Edwin se fuera, la expresión facial de Katelyn cambió al instante —¡Julianna, mantente alejada de Edwin! ¡Te lo advierto! ¡No trates de atraerlo!
—¡Si te atreves a seducir a Edwin otra vez, te daré una lección!
—¿Es esto lo que quieres decirme? —Julianna se burló.
—Edwin y yo estamos a punto de casarnos. ¡Deja de soñar!
—¿Has terminado? Date prisa y deja la empresa. Me voy a trabajar.
Irritada por la expresión desdeñosa de Julianna, Katelyn apretó los dientes. De repente, se abofeteó la cara y gritó
—¡Ah! Julie, ¿por qué me pegaste?
—¿Qué? —Julianna miró a Katelyn sin palabras.
Con una mueca, Katelyn se dio la vuelta y se golpeó la cabeza contra la pared. ¡Al instante, un gran chichón púrpura oscuro apareció en su frente!
Entonces, cayó débilmente al suelo, —Ah, duele. Julie, para. ¡Ayuda!
Al oír el grito de Katelyn, Edwin se apresuró a empujar la puerta y entró.
—¿Qué ha pasado?