1. Déjà vu.

4426 Words
Presente. Más de ocho años después. Violet. Uno pensaría que después de años sin ver a alguien, los desacuerdos que tenías con esa persona desaparecerían. Al fin de cuentas, no se puede guardar rencor por tanto tiempo, ¿cierto? Qué equivocada estaba. Tres años soportando a Evan porque era el mejor amigo de mi novio y el desprecio entre ambos nunca se fue. Ni siquiera por los muchos intentos de David para que nos lleváramos bien. Después, la tragedia tocó nuestras puertas de la peor forma posible y me encontré huyendo a otro país con mi hijo recién nacido y con el recuerdo de mi recién muerto novio. Nada me preparó para perder a David de la forma en que lo hice, de forma tan repentina y en el momento en que más lo necesitaba. Pero de nuevo, la vida me enseñó que la muerte nunca pide permiso. Sólo llega, quita y te deja en devastación. Por supuesto, tuve que recomponerme de los pedazos. Y lo hice. Por mí, por mi hijo y por David. Por los tres. Pero, así como no estaba preparada para perder a David, tampoco estaba preparada para lo que sucedería más de cinco años después de su muerte. De vuelta al país en donde inició todo. De vuelta al pequeño pueblo en donde los conocí, a ambos. De vuelta al lugar que vio a mi corazón romperse más de una vez. Cinco años después, estaba de vuelta a él. Y esta vez, no nos unía una herida de la cual sólo estábamos enterados nosotros. No, esta vez, era algo más grande. Mucho más grande que el recuerdo de nosotros siendo amigos. Esta vez, nos unía un par de sortijas que descansaban en nuestros dedos. Esta vez, Evan no era mi ex-mejor amigo que siempre mantuve en secreto. No. Esta vez... yo era su esposa. [...] — Levántate — sacudo su hombro con fuerza, pero todo lo que consigo es un gruñido de su parte. Dejo mis manos sobre mis caderas y lo miro desde mi altura, de pie al lado de su cama. Tal. Malditamente. Difícil. — Evan, levántate — lo intento de nuevo, esta vez quitando la sábana de su cuerpo. Nada. Bien, si así lo quieres. Tomo el vaso con agua que está sobre su mesilla de noche, y arrojo el contenido sobre él. — ¡¿Qué demonios, Violet?! — Grandes ojos verdes me miran incrédulos, pero sólo me encojo de hombros antes de girarme e ir hacia la puerta. — Te espero afuera. Por supuesto, él no me lo dejaría tan fácil. Ira llena mi cuerpo cuando una almohada golpea mi espalda con fuerza. — ¿Por qué demonios siempre me despiertas de la misma puta manera? — Pregunta, secando su rostro húmedo cuando me giro a mirarlo —. Hay mejores formas, ¿sabes? — Hay mejores formas, ¿sabes? — Lo arremedo sin poder controlarme, sintiéndome como una niña de nuevo, mostrando la parte de mí que sólo Evan logra sacar —. Por supuesto que hay mejores formas, idiota, pero no las utilizaré cuando prometiste llevar a Matt a la escuela y ya llevas quince minutos de retraso. — Maldición, ¿me recuerdas por qué dije que lo haría? — ¿Me recuerdas por qué creo en tus promesas? Él hace un mohín algo infantil que sólo consigue hacerme rodar los ojos. — Lo llevaré, ¿bien? Sólo dame cinco minutos para que me duche — antes de que pueda contestarle, él entra en su cuarto de baño. Me apresuro a salir de su habitación y sonrío cuando me consigo con la imagen de Matt revisando su mochila para asegurarse de que lleva todos sus libros. Para estar cursando segundo grado, es un pequeño demasiado independiente y responsable. En momentos, me parece estar viendo directamente a David. Entonces tengo una mirada a sus ojos grises iguales a los míos, y recuerdo que él es un pedacito de David y de mí. El producto de nuestro amor. — ¿Por qué me tiene que llevar Evan, mami? — Matt pregunta cuando se da cuenta de mi presencia. Camino hacia la cocina para guardar su lonchera, sabiendo que él viene detrás de mí a ayudarme. — Tengo una entrevista de trabajo, amor — le recuerdo, recibiendo la manzana que él me pasa —. No, hoy no hay chocolates — le digo cuando me pasa las burbujas. — Mamá — dice en una voz tan dulce que me insta a no negarle nada, pero no puedo. — Ayer te tomaste las bebidas achocolatadas que había escondido detrás de las verduras. No creas que no me di cuenta, Matheo — sus hombros bajan cuando lo llamo por su nombre completo —. ¿Qué te he dicho sobre comer dulce? — Que no debo comer tanto, sólo cuando tú me des permiso — repite mis palabras con obediencia, pero mantiene su mirada en las burbujas de chocolate que continúan en mis manos. Maldición, ¿por qué me es tan difícil decirle un no? — Hoy no tendrás tus dulces — los dejo en la parte más alta de la nevera, en donde él no los puede alcanzar, e ignoro la mirada de decepción en sus ojos. Matt me mira en silencio mientras termino de guardar su merienda, un puchero en su boca que busca manipularme, pero no lo logra. De alguna forma, cuando trata de hacer sus berrinches, me recuerda a Evan. Y me pregunto si eso lo ha aprendido de él, porque cuando vivíamos en Irlanda, Matt nunca intentó manipularme con sus caritas de cordero desamparado. Cuando estoy a punto de terminar de preparar la merienda de Matt, Evan hace su acto de presencia en la cocina. Antes de que pueda cerrar la lonchera de mi hijo, Evan mira sobre mi hombro a lo que preparo y entonces estira la mano, toma la manzana y muerde un gran pedazo que empieza a masticar exageradamente. — ¡¿Pero qué...?! — Gracias, está muy rica — se estira de nuevo, toma la lonchera de Matt, la cierra de forma ordinaria y empieza a dirigirse a la salida —. Vamos, mocoso, no tengo todo el tiempo del mundo. — ¡Te robaste mi manzana! — Matt replica yendo detrás de él, la mochila colgando de sus hombros. — Técnicamente es mía porque yo la pagué — Evan responde, continuando su camino. Urgh, odio que tenga razón. — ¡Detente ahí, Evan Slade! Por suerte para él, lo hace. — ¿Me vas a dar mi beso de despedida, Vi? Tu puño de despedida, si acaso. Ignoro su intento por provocarme, porque no quiero ir enfadada a la quinta entrevista de trabajo que tengo en el mes. Todas arruinadas por Evan. Afortunadamente, al parecer, esta vez se mantendrá al margen. — ¿Sabes qué es lo que tienes que hacer, cierto? — Pregunto. — Sí — dice, moviendo despreocupadamente una mano sobre su hombro —. Me voy. — ¡Espérate! — ¿No que íbamos tarde? — Dime qué es lo que vas a hacer. — ¡Mujer, deja de ser tan paranoica! ¡Sé lo que tengo que hacer! — Evan, dímelo... — Díselo — Matt murmura por lo bajo —. Si no, no nos dejará ir. Evan resopla, entonces finalmente suelta las palabras que me dan un poco de tranquilidad —: Llevaré a Matt hasta la puerta de la escuela y no me iré hasta asegurarme de que esté a salvo. Asiento, sintiéndome un poco nerviosa. Después de la forma en que perdí a David y a mi madre, no puedo dejar de temer por Matt. A veces pienso que la vida también me lo quitará de la forma menos esperada. Me agacho y beso con exageración la mejilla de mi pequeño niño, provocando que él gruña y ría, sin decidir si se siente molesto o divertido. — Ve — acaricio su mejilla antes de dejarlo ir. Me sorprendo cuando me encuentro con la mirada de Evan fija en la mía, observándome intensamente. Y se siente como si supiera exactamente lo que estoy pensando. Probablemente, una de las cosas que más detesto es cómo, a pesar de los años, él me sigue conociendo más de lo que cualquiera lo hace. Trago saliva y desvío la mirada, sintiéndome como un libro abierto para él. — Lo cuidaré — escucho que susurra antes de cerrar la puerta detrás de él. Y le creo. [...] ¿Por qué, de nuevo, el jefe de enfermería tiene que ser un hombre? El sujeto de treinta y muchos años mira mis pechos mientras me entrevista. Me molesta que no tenga ni una pizca de modestia y no se esfuerce en ocultar su interés por mis chicas. Paso mi mano por mi pecho en donde sólo se ve una pequeña fracción de mi escote y demoro mi mano allí, asegurándome de que él vea el anillo de casada en mi dedo. Veo el momento en que lo descubre, su boca frunciéndose ligeramente. Sí, eso es. Retrocede, amigo. Una casada a la vista. — Lo siento, es imposible contratarla con los horarios que está ofreciendo. Así no funciona esto. Pues parece que funcionaba mientras miraba mis pechos, murmuro en mi mente. — Soy muy buena en lo que hago — añado rápidamente —. Y tengo muy buenas referencias del hospital de Irlanda en el que trabajaba. Sus ojos caen de nuevo en mis pechos y luego, de vuelta en mi anillo de casada. — No. No puedo contratar a alguien con sus exigencias. Me está diciendo que sólo estará disponible medio día, ¿en qué lugar la van a contratar con esas condiciones, señora Slade? Mi corazón se aprieta cuando escucho mi apellido de casada, el que Evan se aseguró que tuviera. Maldición, nunca me acostumbraré a esto. — Tengo un hijo — me explico, esperando que entienda que no puedo aceptar la jornada completa de una enfermera. Me tomaría muchísimo tiempo. Sí, sé que es poco probable que me contraten sólo por medio tiempo, pero no pienso dejar a Matt más tiempo solo. Después de perder la custodia de él por las acusaciones de sus abuelos, me prometí que pasara lo que pasara, iba a dedicarle más tiempo. Y voy a cumplirlo. — Su vida familiar realmente no es problema de esta clínica — el c*****o le da una última mirada a mis pechos —. Puede marcharse, señora Slade. Le deseo suerte con su imposible. — c*****o — murmuro lo suficientemente alto para que él me escuche —. Pobre de su madre por tener que soportarlo. Me pongo de pie y salgo de allí con la frente en alto, pero tan pronto cierro la puerta detrás de mí, mis hombros caen. Necesito un trabajo. No quiero depender de la forma en que estoy dependiendo de Evan. Necesito mi propio dinero, para mí y para Matt. Pero también, no estoy dispuesta a gastar más tiempo alejada de mi hijo. Maldición, esto es difícil. — ¿Violet? — Levanto mi mirada cuando escucho mi nombre —. ¿Violet McLeod? — Slade — corrijo de inmediato y no sé por qué diablos lo hago. ¿Qué me sucede? Sacudo la cabeza, concentrándome en el hombre que me mira con una enorme sonrisa en sus labios. Alzo una ceja, esperando a que me diga algo. Pero el sujeto sólo me mira fijamente, su rostro iluminado como si estuviera feliz de verme. — ¿No me recuerdas? — Lo siento, no — lo miro detenidamente, tratando de recordar, pero lo cierto es que no lo hago. — Soy Dexter, Dexter Wilson. ¿Se supone que su nombre tiene que decirme algo? — Lo siento, yo no... — Dexter — vuelve a decir —. Fuimos compañeros en la universidad. — Ahhh, sí, Dexter — finjo que lo conozco porque no quiero hacerlo sentir mal —. Te recuerdo, claro, Dexter... tú... uhhh... bien... — sonrío con todos mis dientes —. Me alegra tanto verte, pero voy de afán y... — ¿No me recuerdas, cierto? — ¡No! ¡Sí! ¡Sí! ¡Te recuerdo! ¡Claro que te recuerdo! — Rasco mi cuello —. Eras muy amable y un chico... y... y enfermero. Una risita brota de sus labios. — ¿Te acuerdas del chico que ayudaste cuando estábamos haciendo pruebas de sangre? ¿El que casi se desmaya con la vista de las agujas? Y sólo así es que lo recuerdo. — ¡Dexter! — Digo, pero lo cierto es que no me sabía su nombre. Sólo recuerdo que un chico casi se desmaya la primera vez que los de mi curso hicimos pruebas de sangre. Yo lo ayudé, tratando de tranquilizarlo. Al parecer, es él. Algo raro porque en mis recuerdos está un chico lleno de granos y de dientes torcidos, no un guapo hombre musculoso de sonrisa perfecta. Definitivamente, ya no es el mismo chico que vagamente recuerdo —. Dexter — repito, tratando de grabarme su nombre. — Sí, soy yo. ¿Y qué haces aquí? ¿Necesitas una cirugía...? Niego antes de que termine su pregunta. Esta es una clínica de cirugías plásticas. Definitivamente no me estoy haciendo una. — No, yo no... — niego estúpidamente —. No. — ¿Entonces...? — Mmm... — me muevo un poco en mi lugar, sintiéndome incomoda —. Yo... en realidad venía buscando trabajo, pero no... — ¿Tienes tu hoja de vida ahí? — Señala la carpeta en mis manos. — Sí — se la paso cuando él me la pide. Lo miro sin saber qué decir cuando él la lee, entonces se mete la carpeta bajo su brazo y vuelve a darme esa sonrisa que es demasiado perfecta para ser real. Cristo, creo que veo todos sus dientes allí. — Hablaré con mi padre, estoy seguro de que hay lugar para ti aquí. — Pero... Su teléfono suena y él lo revisa rápidamente antes de fruncir el ceño. — Me tengo que ir, pero te llamaré para avisarte cuándo puedes empezar. ¡¿Qué?! — Yo... uh... Él sólo se va, dejándome completamente anonadada. ¿Qué demonios acaba de pasar? [...] Tres días después, mientras lavo la loza del almuerzo, recibo una llamada de Dexter Wilson diciéndome que tengo el trabajo y que puedo empezar la próxima semana. Esa misma noche, cuando se lo cuento a Evan, la pelea empieza. — ¿Qué? ¡No puedes trabajar allí! — ¿Por qué no? — Pregunto, sin entenderle. — No — simplemente niega —. No puedes. ¿Este sujeto te consiguió el trabajo sólo porque sí? ¡Te quiere follar! — No todos los hombres piensan con la polla, ¡como tú lo haces! — Señalo, agradeciendo que esta noche Matt esté con Aaron y Bess —. Además, no recuerdo haberte pedido permiso. — Yo... yo... — grita algo inentendible e, incluso, jala la corbata de su traje con fuerza —. ¡No lo entiendes! — ¿Entender qué? — Pues que... pues que no puedes trabajar, ¡eso! ¡No puedes trabajar! Tienes que estar en casa, cuidar de Matt, cuidar de m... ¿Quién va a hacer la cena? ¿Y limpiar la casa? ¿Y...? — ¿Y me tomaste de sirvienta? — Pregunto, llenándome de ira —. Está bien que nuestro matrimonio sea arreglado, pero no recuerdo haber dicho que sería tu empleada personal. — ¡No es eso a lo que me refiero! — ¡¿Ah no?! — Grito —. Porque justamente así es como lo haces sonar. Vuelve a gritar y entonces da media vuelta, saliendo del apartamento con pisadas firmes. Respiro profundo mientras trato de calmarme. Llegar enfadados a la fiesta a la que estamos obligados a ir -cortesía de los Carter-, no es lo ideal, pero es lo que hay. Aliso con mi mano mi vestido, enfadada de tener que ir a la maldita fiesta a fingir que soy una esposa feliz al lado de Evan. Nuestro matrimonio es lo contrario a lo que aparentamos. No somos felices, unidos, ni mucho menos nos amamos. Por el contrario, ni siquiera nos soportamos. Yo acepté esto para no perder a mi hijo, y Evan aceptó para salvar a sus mejores amigos y ser presidente de la empresa. Definitivamente, esos no son motivos para casarse. Pero los Carter, abuelos de Matt, hicieron que lo fuera. Así que, cuatro meses después de la boda, estamos aquí, continuando con esta maldita farsa que está acabando con los nervios de ambos. Me subo al coche en silencio, esperando que la pelea haya terminado. No lo hace. — ¿Quieres dinero? Bien, te pagaré para que seas mi enfermera. Esta vez sí que me hace reír. — ¿Ah sí? — Lo miro con burla —. ¿Y cuáles son sus síntomas, señor? — Tengo una mujer loca viviendo conmigo, tal vez me está prendiendo de su locura. Lo miro mal. — Pues entonces necesitas ir a un psiquiatra, porque yo no puedo hacer nada por ti. — ¡¿Por qué quieres trabajar?! ¡No lo entiendo! ¡Tienes todo en casa! — ¡Yo no quiero tu dinero! — ¡No te entiendo! Resoplo, quedándome en silencio para evitar decirle que soy yo quien no lo entiende a él. ¡No entiendo por qué detesta tanto la idea de que yo trabaje! Ignoro sus intentos de captar mi atención mientras hacemos el viaje hasta el lugar de la fiesta. Total, si la ventanilla se daña por estarla subiendo y bajando cada cinco minutos, es su problema, no el mío. Me estremezco cuando, al bajarnos del coche, él deja su mano en mi espalda baja -demasiado abajo para mi gusto-, llevándome al interior del club campestre. — Tu mano está muy abajo. — No lo suficientemente abajo de donde la quiero. — A veces no te soporto. — Yo a ti tampoco — susurra en mi oído y el maldito se atreve a rozar sus labios en mi piel —. Sonríe antes de que los abuelitos vengan a chantajearnos por no lucir como la pareja feliz. — Quita tu mano de ahí — rechino entre dientes, cuidando en que sólo él me escuche. — ¿De dónde? — Su mano baja imposiblemente más, aumentando mi ira —. ¿De aquí? — Evan... — Violet... Antes de que su mano pueda llegar a donde él quiere, Fiona y Patrick Carter aparecen. Y, por primera vez en toda mi vida, agradezco la presencia de ellos. — Pueden sonreír de forma más sincera — es lo primero que Fiona dice, moviendo con suavidad la mano sobre su asqueroso peinado exagerado —. Estoy segura de que no les cuesta nada, ¿cierto? — Pues a mí... — pellizco el costado de Evan antes de que pueda soltar sus palabras, segura de que diría algo que los enojaría. Y, por el momento, no los podemos enfadar. No cuando siguen teniendo la custodia de Matt. Sonrío falsamente cuando nos presentan a unos socios de Patrick. Los sujetos nos miran como si fuéramos la pareja del año y no paran de preguntarle a Evan sobre su maldita empresa. Probablemente, lo único que me detiene de salir corriendo, es cada vez que Evan llama abuelos a Patrick y Fiona. Es inevitable no pensar que David alguna vez perteneció a esta vida y, de inmediato, comprendo por qué él se alejó tanto de sus padres. Mi madre murió temprano, pero ella siempre me dio su amor. David, por el contrario, nunca supo qué era el amor de sus padres. Casi de forma instantánea, mi odio por los Carter aumenta, traspasando el límite. — ¿Estás bien? — Evan pregunta, probablemente notando la tensión de mi cuerpo —. ¿Vi? Me dejo llevar por él cuando nos aleja de la conversación, retrocediendo unos cuantos pasos. — ¿Dónde queda el bañ...? — Evan — una morena interrumpe mi pregunta, apareciendo frente a nosotros —. ¡Vaya! ¿No es una sorpresa verte aquí? No. Puede. Ser. ¿Es malditamente en serio? Evan mira a la chica fijamente, como si estuviera recordando quién es. ¡Vaya sorpresa! — Uhh... — él mira a la chica y después me mira a mí, luciendo nervioso —. Ehh... Ruedo los ojos y trato de zafarme de su agarre, pero él no me suelta. Su mano ejerce presión en mi cadera, sus dedos enterrándose en mi piel por encima de la tela del vestido. — ¿Por estar aquí cancelaste nuestro encuentro? — La chica continúa, al parecer, sin notar mi presencia —. Es un pesar, había comprado una lence... Evan tose, entonces me pone frente a él como si estuviera protegiéndose de la chica —. Mi esposa, Violet — por primera vez, los ojos negros de la chica caen en mí —. Amor, ella es... ella es... es... ¿No puede recordar los nombres de sus revolcones? — Chesty — la chica responde, sonriéndome hipócritamente —. No sabía que Evan estaba casado. Me quedo en silencio, esperando a que él resuelva la situación. Total, él solito se metió en esto. — Sí, te lo dije. Seguramente lo olvidaste, Crystal. — Chesty — ella gruñe por lo bajo —. Me llamo Chesty. — Chesty, cierto — se esconde un poco más detrás de mí, como si necesitara un escudo y, por la mirada de muerte que ella le está enviando, seguramente así es —. Bueeeno, nosotros nos vamos... — No olvidaste mi nombre la noche pasada, cuando te enterraste en mí tan dinámicamente. ¡Oh, vamos! ¿En serio tengo que soportar esto? No lo creo. — Arregla tu mierda — lo empujo por el pecho y salgo de allí, cansada de tanto drama. Fiona y Patrick pueden meterse su pareja feliz por donde malditamente les quepa. — Ey, espera. Sí, claro, ya mismo me detengo, idiota. Me apresuro a salir y busco opciones para irme, pero encontrar transporte a esta hora de la noche y en un lugar alejado como este, es casi imposible. — ¡Violet, detente! — Puedo escucharlo venir detrás de mí. Para su sorpresa, me detengo, entonces me giro y comienzo a caminar hacia él. Se ve aliviado cuando me ve acercarme, pero, tan pronto extiendo mi mano, su alivio cambia a confusión. — ¿Qué? — Dame las llaves del auto. — ¿Qué? — Las llaves del auto — repito con lentitud, porque parece que ha olvidado nuestro idioma. — ¿Y yo en qué me voy? — Con Crystal — me encojo de hombros —. O con cualquier otra chica allí adentro. Estoy segura de que ella no es el único revolcón tuyo que está ahí. — ¡Eso no es cierto! — Sólo dame las malditas llaves. — Los abuelos se van a enojar. — Pregúntame cuánto me importa. — ¿Cuánto te importa? — Muerdo mi labio, tratando de controlarme —. ¡Tú me pediste que te preguntara! — Retóricamente, imbécil. — Ah — cierra la boca por un segundo, entonces la vuelve a abrir unas tres veces más hasta que finalmente dice —: ¿Para qué quieres las llaves del coche? Oh, Dios. Me adelanto y meto la mano en su bolsillo trasero, sacando rápidamente las llaves. — Me largo de aquí. — ¡No entiendo por qué estás enojada! — ¡Tú nunca entiendes nada! — Por fin pierdo el control —. ¡Tú no sabes por qué quiero un empleo! ¡No sabes por qué quería mantener mi apellido de soltera! ¡No sabes por qué no quiero dormir en tu maldita cama! ¡Y no sabes por qué me quiero marchar después de que una de tus malditas amantes se presentara! — Nunca prometimos fidelidad. — Tampoco dijiste que me faltarías el respeto — gruño, avanzando un paso para mirarlo de cerca —. Puedes acostarte con toda la población femenina de la ciudad si eso es lo que quieres. ¡Me importa un comino! Pero no esperes a que esté feliz de encontrármelas en cada esquina de la ciudad, mientras se burlan de mí. ¡Me estás haciendo quedar como una mujer débil, tonta e idiota a la que su marido le pone los cuernos cada maldita semana! ¡Me estás convirtiendo en una burla para todos, Evan! Frunce su ceño, como si hasta ahora de verdad estuviera entendiendo mi punto de vista. — No lo había pensado de esa forma. — Tú nunca piensas en nadie más que tú — me arrepiento de inmediato cuando las palabras salen de mi boca, la mueca de dolor que hace me achica el corazón, pero mi orgullo no me permite disculparme —. Sólo... — respiro profundo para alejar las lágrimas que empiezan a llenar mis ojos —. Me voy, Evan. Me giro para irme. — Vi, espera — muerdo mi labio para evitar llorar cuando su mano me detiene y, aunque quiero con todas mis fuerzas sostener su mano con la mía, la mantengo flácida, sin devolverle el agarre —. No te vayas así. — Mira, sabía que esto sería difícil — susurro, girando mi rostro sobre mi hombro para que pueda escucharme —. No nos llevamos bien y tenemos este maldito pasado sobre nuestros hombros. Lo sé, no soy tu persona favorita en el mundo. Así que, ¿por qué no hacemos algo para sobrevivir a este estúpido matrimonio? — Amor, no... — Ignorémonos — digo, pero la palabra me sale sin voz —. Ignorémonos — digo más alto para que él me escuche —. Es lo mejor que podemos hacer, o si no un día terminaremos matándonos. Siento sus dedos acariciar ligeramente los míos, tan suavemente que creo que es mi imaginación. Pero el cosquilleo que su caricia deja en mi piel me deja en claro que es real. — Está bien — su mano suelta la mía. Me quedo de pie allí, dándole la espalda por varios segundos. Se siente como un déjà vu, a pesar de que nunca ha pasado, siento un déjà vu... como si mi corazón supiera algo que mi mente no. Mientras me alejo y él me permite irme, no dejo de sentir que no es la primera vez que esto sucede. Evan me deja ir, y la maldita sensación de déjà vu continúa en mi pecho.
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