Al llegar a la cocina lo primero que vi fue a la serpiente amarilla comer algo como si le doliera la boca, me refiero a la delicadeza con la que lo hacía. Ya era extraño que no anduviera en carreritas detrás de Edrick como si fuera una sombra, ahora estaba allí, envenenando con cada mordida el trozo de tostada que se comía. Pero lo que me sorprendió no era ella, sino la señora que en frente suyo estaba, la madre de Rodrig sólo bebía de una taza que supuse que tendría algún té y en sus manos sostenía un libro de tapa blanda. —Siéntate aquí —me dijo Edrick. El castaño señaló el mismo asiento que me hubo correspondido la noche anterior, captando la atención de su madre y de la otra. —Buen día —dije avergonzada—. Señora. —Buen día —me habló con voz neutral.