Reglas.

1802 Words
El dolor de cabeza tan familiar que está presente desde hace unos años me despierta, la comodidad de la cama me hace despertar aún más, las camas en la cárcel no son cómodas, ¿Dónde estoy? ¿Por qué no me puedo mover?. Lo primero que mi cerebro piensa en el que voy a ser torturada otra vez, no tuvieron suficiente y ahora que salí seguía siendo peor, corre, ¡Corre! Intento levantarme y en dos segundos un hombre me acuesta de nuevo. —Sigue durmiendo— me dijo molesto. —No me hagas daño— dije de inmediato —Soy libre, prometieron… —No eres libre y ahora duerme ¡Maldita sea!— me grita. —¡Por favor!— supliqué. Mire a mi alrededor buscando una manera de huir, mi mirada se centró en las gasas ensangrentadas, me mire la bata y parte de las mantas que me cubrían estaban manchadas. Los flashes de las torturas comienzan a aparecer, la habitación se encoge cada vez que intentaba respirar, tengo que salir, no sé cómo, pero logre quitarme de su agarre Ese hombre se levantó molesto de la cama, intente salir de la habitación, no puedo respirar, debo escapar, no te acerques. Comencé a tirarle cosas y seguía persiguiéndome, esos fríos ojos oscuros me miraron y no pude hacer nada más que tirarme en el piso, cubrirme con mis brazos esperando el golpe. —¡Te dije que durmieras!— me grito al mismo tiempo que me levanto jalando mi cabello. —No sé quién eres, pero por favor no me hagas daño, ¡Por favor!. Su fuerza era tanta, arrancaba partes de mi cabello, gritaba de dolor, de temor, sentía como mi cuerpo se paralizaba convirtiéndose en una prisión, todo sin dejar de sentir dolor. —Pase toda la maldita noche cuidándote— me dice aventándome a la cama —Lo mínimo que merezco es que cuando yo te ordene tú obedezcas. —¡No se nada!— grité tan fuerte que sentí como mi garganta se lastimaba —No sé… —¡Basta!— grito —No soy la policía o nada que tenga que ver con la ley, estoy harto de esas acusaciones— dijo serio. —¿Entonces porque estoy aquí? ¿Por qué me tratas asi? ¿Por qué estoy llena de sangre?— pregunté con lágrimas mientras me esforzaba por moverme. —Estás aquí, porque quiero, me perteneces, eres mía, te trato asi porque me place, porque quiero y puedo— se acerca y me sujeta la barbilla con fuerza —Soy tu dueño— me dice. —Soy libre… —Ana, ana, ana, tu estúpida madre te vendió hace cinco años por unos cuantos millones, lograste esconderte por cuatro años, pero en cuanto te encontré hice todo por tener lo que es mío. Me suelto riendo, al fin tenía el control de mi cuerpo, me rio con ganas mientras me limpio las lágrimas, Ana se fue. Sabía que la había vendido, pero no espere que el comprador no supiera en donde estaba. —¿Estás loca?— me pregunta confundido —¿Cuánto pagaste por Ana?— le pregunto sería. —Un millón por cada 2 años que tenías, es decir… —Ocho punto cinco millones— lo interrumpo y vuelvo a reír. —Maldita desquiciada. —Psicópata de mierda— le contesto y a cambio recibo una cachetada —Para tener millones fuiste lento en encontrar a lo que llamas “tuya”. —Eres una … —Eres su jefe, ¿no?— suspiro —Ana fue detenida en tu propiedad por los ministeriales y sentenciada a 50 años, sin oportunidad de apelar, Ana fue tratada como mayor de edad a pesar de tener diecisiete años— me rio. —Tardaste cuatro años en encontrarla, uno en sacarla, cuando tu vendedora sabia donde estaba desde el primer día, hijo de puta. Se queda sin palabras, se nota confundido a pesar de que intenta ocultarlo, no sabía que la madre de Ana sabia de su ubicación o que la detuvieron en su propiedad. —¿Te mintieron?— le pregunto con burla. —¡Tabita!— grita. —El machito se quedó sin palabras. Sé que no debo provocarlo, pero Ana me necesita y si hacerme la loca nos dejara libres, haré todo para sacarnos. —Señor Monroe. Entra una señora joven a la habitación, tranquila, como si mi presencia aquí no le importara incluso la sangre o las manchas de sangre. —Encárgate de ella, explícale las reglas, ponla decente y manda a alguien a que limpie este desastre— le dice el “Señor Monroe”. —Sí, señor— le contesta Tabita. —¡Señor Monroe!— le grito cuando camina a la puerta —¿Cuál es el nombre de mi secuestrador?. —Maldita desquiciada— me dice y sigue caminando —Elijah, Elijah Monroe— dice antes de salir. En cuanto cruza la puerta me desmorono, comienzo a llorar y temblar del miedo, Tabita me abraza y me consuela, sé que no debo confiar en ella, pero necesito ese consuelo. —Niña tonta no debiste dejar que te encontrara— me dice. —No sabía que me buscaban, ni siquiera sé cómo llegue aquí, no se nada. —Hace tres días un amigo tuyo te encontró y llamo a tu madre, para tu desgracia el señor Monroe escucho y te trajeron acá. —Hace tres días salí de la cárcel, hubo una balacera, después miré a alguien y no sé… todo es muy borroso— me levanta y me lleva al baño. —Despertaste unos treinta minutos— me dice después de un silencio —¿Qué tan frecuente tienes esos episodios?— me pregunta. —¿Qué episodios?— pregunto. —Gritar, huir, alucinar, episodios de ansiedad— me contesta. —No sé— contesto. Me mete a la tina y comienza a tallar mi cuerpo, debería de detenerla y asearme yo, pero la cabeza me está por explotar y mis fuerzas no son suficientes, soy un desastre y en estos casos se existe. —¿Por qué estoy cubierta de sangre?— pregunto. —Tuviste reacción a un medicamento, sangraste por tus oídos nariz… —¡Xinei!— grito el nombre del medicamento/ tranquilizante que me provoca eso —Debería de estar muerta— comienzo a sostenerme la cabeza del dolor. —¿Qué pasa? ¿Te duele algo? ¿Necesitas al médico?— pregunta rápidamente. —El dolor de cabeza se intensifica— contesto —Pero no necesito un médico, gracias. —Que tanto has sufrido niña— me dice mirando las marcas de mi cuerpo. —Nada de lo que quiera hablar— le digo y le quito la esponja de baño —Yo termino— le digo y me mira fijamente. —Apenas puedes sostenerte— me quita la esponja poniéndola a un lado para comenzar con el champú —Todos pensaron que estabas muerta, el señor Monroe pensaba eso. —Ojalá se hubiera quedado con ese pensamiento. —No deberías de decir esas cosas. No le conteste más y deje que me preparara, había salido de una prisión para entrar a otra que caso tenía luchar, aunque debería de hacerlo, debería… —Escucha bien Ana, en esta casa hay reglas y si rompes alguna tu castigo puede ser peor que la muerte— me dice sería. —¿Qué debo hacer para morir?. —¡No debes de decir eso!. Me le quedo mirando fijamente hasta que entran dos jóvenes más a la habitación, ambas traen la misma ropa, mismo color de cabello, miro la mía y es exactamente igual excepto el color, no me gusta esto. —Debes seguir las reglas— me dice Tabita —Uno, te referirás al señor Monroe como señor, jamás debes decirle de otra forma, mucho menos decir su nombre, Dos, debes de mantener tu mirada baja siempre cuando estés con él, Tres, si te pide que hagas algo lo haces, Cuatro, debes usar la ropa conforme está ordenada. —Ni en la cárcel tenían esas reglas— contesto molesta. —Cinco, solo puedes estar en la sala común, tu habitación y en los lugares que el señor Monroe te ordene— me mira —No busques como escapar, no hagas nada que no te ordenen. —¿Por qué debo de seguir sus reglas?— le pregunto. —Ana, debes hacerlo por tu bien— me contesta —Escucha bien, por favor, Nunca, pero nunca dejes que se enamore de ti, si lo hace estás perdida. —Yo… —Tampoco te enamores de él, si llega a suceder que se enamore de ti, tienes que evitar que se case contigo, nunca te cases con él— me advierte Tabita. —La última fue vendida y encontrada muerta días después— me dice una de las jóvenes que entraron Se acerca una de ellas a mí, ahora puedo ver las diferencias entre ella y la otra, la cantidad de joyas es diferente, puedo reconocer cuando una está a cargo o quien se cree la más fuerte y en su caso es la consentida y preferida de Elijah. —Cuando no estés con el señor, tendrás que obedecerme bien, de mí depende si te quedas, vives o mueres, drogadicta de mierda— me dice Se me queda mirando a una respuesta, pero solo la miro y antes que diga algo más la puerta se abre de golpe. —Señor— dicen las dos jóvenes al mismo tiempo bajando la cabeza. —Te ves— me mira de arriba abajo —Presentable, ya no pareces una maldita loca. —Lástima, tú sigues siendo un psicópata de mierda. —¡Silencio!— dice cuando sus mujeres se sorprenden. —Pero señor— le dice la que intento amenazarme. —¡Dije silencio!— grita callándola —Ponte zapatos, vamos a ir de compras, no quiero que vistas como ellas— me dice y las mira con desprecio. —Pensaba que también nos ponías uniformes como en la cárcel. —Tabita no le explicaste las reglas— le reclama. —Lo hice, pero. —Vámonos asi— me jala del brazo —Ya te conseguiré zapatos. Entre más resistencia pongo más me jala para que siga avanzando. —Suéltame maldito psicópata— le digo —¡Que me sueltes!. Mis ojos buscan un lugar para sostenerme y que no me lleve, pero la casa parece estar llena de cosas que no son de ayuda, veo guardias en todas partes, cámaras. No me gusta lo que estoy sintiendo, el hecho de estar en un sitio asi y el de ser arrastrada para salir me provocan ansiedad, aún no estoy acostumbrada a estar con personas que no fueron mis compañeras.
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