Tres meses después de que me ingresaron a la prisión recibí una carta de mi madre, no tenía que leerla para saber lo que estaba escrito, pero aun así me obligue a abrirla y en ella no hubo ningún lo siento, ni nada que me reconfortará.
“Gracias a ti viviremos una buena vida, no nos llames y no nos busques si llegas a salir, desde ahora tú no eres mi hija, jamás regreses”.
Esas crueles palabras me hirieron, se metieron tan dentro de mí que me lleno de rabia, pero de algo estoy segura, esas palabras nunca las olvidaré, las llevaré presente en mi vida, porque esas palabras añadieron más a mi sentencia, que la misma.
1.er año.
El primer año estando presa fue horrible, los agentes y los policías no se dieron por vencidos, me llevaban y me torturaban para que hablara, ¿Cuál es el nombre de tu jefe? ¿Dónde vive? ¿Dónde está su depósito?, siempre las mismas preguntas, las torturas, en cambio, fueron peores cada día.
Me agarraban de saco de boxeo cuando contestaba “No lo sé” “No” “Piedad” incluso llegue a pedir perdón por algo que jamás hice intente explicarles, pero para ellos todo lo que decía era mentira.
Ese primer año sentí por primera vez como se siente un dolor de costillas rotas, como me mojaban desnuda con agua helada, y si era un mal día me daban toques, me ahogaban, incluso cortaron mi cabello y me colgaban con cadenas.
Algunas presas tampoco tuvieron piedad con una joven de diecisiete años, fui vista literalmente con una presa, me cazaban, me tiraban la comida, robaban mis objetos básicos que la prisión nos otorgaba, me daban palizas solo porque hice contacto visual.
Fue un año doloroso, desee tantas veces que me mataran cuando me torturaban y si no lo hacía ellos, que lo hicieran ellas, un mal golpe, una asfixiada, quería que me mataran porque ni yo misma tenía el valor de hacerlo.
2.do año.
Pase mi segundo año un poco mejor, poco a poco fuero cambiando de opinión y se puede decir que hice amigas, las ganas de morir seguían presentes, esas no paraban, crecían cada día más.
Las torturas físicas se mezclaron con las psicológicas, había días que estaba tan perdida, después siguieran las drogas, a veces era un conjunto y parecía más muerta que viva, si no era porque mi corazón latía, sería un cadáver.
3.er año.
Seis meses después de cumplir mi tercer año cambiaron de agentes y lo redujeron a uno, un estúpido y cruel agente que decidió que la tortura “Normal” ya no funcionaba en mí, tenía razón, pero eso no justificaba lo que hizo, aun recuerdo sus palabras.
—La tortura normal que te aplicaban ya ni te hace cosquillas— me dice serio —Por eso— sujeta mi corto cabello levantando mi rostro para que lo mirara —Si no dices nada con lo que te voy a hacer, entonces creeré que eres inocente.
Todo mi cuerpo gritaba que corriera, que lo golpeara, pero el miedo tomo el control de mi cuerpo, me arrojo sobre la mesa y estampo mi cara con el frío metal, bajo mi pantalón y lo hizo… grite con todas mis fuerzas, le grite que parara, se lo implore, patalee.
Pero él solo me sujetaba con más fuerza, si quería levantarme me volvía a estampar contra la mesa, de tantas veces que lo hizo mi pómulo derecho se abrió junto con mi ceja y parte de mi frente, ¡grite y grite tanto como pude! Hasta que mi voz se fue.
Me soltó y me dejo tirada como un trapo, ya no tenía sentido seguir, me di por vencida, salí de ese lugar hecha un desastre, los guardias solamente abrían las rejas, caminaba, pero mi cuerpo no tenía alma, era solamente una carcasa que caminaba porque tenía que hacerlo.
Cuando entre al área común todas dejaron de hacer lo que hacían y me vieron caminar hasta mi celda, me recosté en la cama y llore, cuando llego la noche mi llanto se volvió una canción de cuna.
Gracias a ese cruel acto, fue la primera vez que fui consolada por mis compañeras, si iba algún lado me cuidaban, me protegían.
Me despertaban cuando tenía pesadillas, me enseñaron a controlar mis ataques de ansiedad, pero sobre todo llamaron a los guardias cuando decidí acabar con mi vida, pararon el sangrado de mis muñecas mientras ellos llegaban, ellas fueron mi ancla en esta vida.
4.to año
El tiempo que pasaba no era en vano, sufrí, pero aprendí a ser resistente y a sobrevivir a ciertas torturas, me enseñaron a defenderme en una de las clases que impartían, intente aprender inglés y termine mi preparatoria con un solo examen, creo que fue uno de los mejores años.
5.to año.
El tiempo siguió su curso, se fueron amistades, algunas regresaban y a mí solamente me quedaban cuarenta y cinco años de cincuenta, ya tenía veintidós años, al menos no era la más joven de la prisión y no sufría de tortura alguna, pero el sufrimiento seguía creciendo al igual que las ganas de morir.
—Prisionera 407010.
—¿Qué?— conteste.
—Ha sido liberada, acompáñeme por favor— me dice el guardia.
—No me mienta, ni siquiera puedo apelar como voy a ser liberada.
—No seas pendeja y ve con él— me dijo una compañera y me aventó hacia el guardia.
—¿Es en serio?— volví a preguntas, el guardia solo se limitó a entregarme la famosa carta de finalización —Voy a salir— dije por lo bajo —¡Soy libre!— grite con todas mis fuerzas.
Corrí a mi celda y agarre las cartas que me enviaron algunas de las presas, junto con algunas fotos de las que me hice amiga, fotos en grupo.
—¡Agarren mis cosas, repárenlas bien!.— les grité.
—Andando— me dice el guardia
—¡No se peleen, cuídense, les escribiré!— les volví a gritar.
No podía creer la noticia, era libre, al fin era libre, firme unos documentos y me entregaron la ropa que traía cuando entre al igual que los zapatos, ninguno me quedaba, tuve que buscar ropa en unas cajas de la ropa que dejaron como yo dejare la mía.
Encontré un par de sandalias a mi medida, un pants y una playera grande, nadaba en ella, pero al menos era algo.
—Hey tú, se te olvido el dinero que estaba en tu ropa— me dice una guardia.
—Ah gracias.
—Este es el pase al autobús, llega hasta el centro— me lo entrega junto con el dinero.
—Gracias.
Me guiaron hasta la salida, se sintió tan bien saber que era libre, no perdí mi tiempo, camine hasta la parada de autobuses que estaba unos kilómetros de la prisión; sin embargo, la sensación de libertad se espumó, se espumó esa sensación de ser libre, me abrumo, la libertad que tanto anhele y todo desapareció cuando me di cuenta de que estaba sola.
No tenía casa a donde regresar, no tenía familia, mi propia madre me dijo que no volviera, pero ahora ¿Cómo regreso al lugar que fue mi casa por cinco años? No quiero cometer un delito para regresar, pero tampoco quiero dormir en la calle.
De un segundo a otro mi mente se iluminó, busque entre mis cartas de antiguas compañeras que me ofreció un sitio donde quedarme si salía antes y eso fue exactamente lo que hice.
Me recibieron bien, me dieron buena comida, dioses tomé una Coca Cola y juro que los ángeles se me presentaron en ese momento.
—Cuéntame una historia— dijo mi amiga mientras yo le hacía piojito.
—Ok— le contesté —Había una vez una muchacha que un día fue a la playa por primera vez; en un instante lo miro, se dio cuenta de que le encantaba, le encantaba disfrutar el mar, la sensación de la arena con sus pies, pero sobre todo le encantaba sentir la brisa en su rostro, le encantaba sentir como esta movía su cabello— los recuerdos no son buenos. —Entonces…
Alguien pateo la puerta de la casa, logro sobresaltándonos, ponernos alertas.
—¡Policía!— grito con fuerza,
—¡Corre Keres!—grito Lexa después de sacar su arma.
Todos tomaron sus armas, motos, carros, cualquier cosa para huir mientras disparaban, logre correr unos metros, pero no había para donde esconderse, solo corrí hasta que mire dos columnas, me metí en medio de ellas y me escondí.
Mi corazón latía con demasiada fuerza, joder, no era un buen momento para un ataque de ansiedad, sentía que las columnas me aplastaban, que el aire en mis pulmones era casi nulo y los pasos de alguien no ayudaron a calmarlos, me estaba volviendo loca.
De pronto nuestras miradas se encontraron, me miro de arriba a abajo mientras me apuntaba con un arma, mi instinto fue cubrir parte de mi rostro para que no me reconociera, me hizo la seña que guardara silencio y asentí, todas las partes de mi cuerpo rogaban que no me haya reconocido.
La balacera tomo otro rumbo y salí con miedo, Lexa me agarro de la mano tan de repente que grite con fuerza, pero ella se limitó a llevarme a otro lugar; la casa se encontraba en la esquina y su interior era raro, la planta baja tenía varias puertas y para poder entrar tenías que introducir un código, tenía un sistema de seguridad extraño, este lugar era peligroso y aumentaba aún más mi ansiedad tenía que salir de ahí a la de ya.
—Voy a ir al 7 eleven— le dije a Lexa y caminé hasta donde entre.
—No puedes salir por ahí— me dijo sería —Por aquí es la salida, son puertas diferentes— tecleo el código y la puerta se abrió.
—Gracias— le contesté y me salí.
—¡Kers!— me grito —¿Qué paso después?.
—La playa se volvió un lugar aterrador para ella y fue condenada a tener una vida de miseria solo por querer ayudar a su madre.
Seguí caminando el 7 eleven, estaba a tres cuadras, ese recuerdo solo añadió más leña al fuego, sentía el metal de las esposas en mis muñecas, escuchaba las palabras de mi madre.
Mis pasos se volvían más lentos, mis piernas se sentían como si cargara toneladas de cemento en ellas, comencé a tener la sensación de que alguien me estaba persiguiendo, la paranoia crecía dada vez más.
—Uno— conté —Dos— volví a contar —Tres— sentía que no podía respirar —Cuatro, Cinco.
Repetí una y otra vez, era la única forma de calmarlos.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco.
Llegue a una zona donde había puestos de comida, camine hasta el final de la hilera y me recargue en la pared, no podía obligarme a seguir, las sensaciones eran demasiadas, cerré los ojos tratando de calmarme, pero el sonido de pisadas contra la grava me hizo abrirlos.
—No— dije en cuanto lo vi y trate de moverme.
—¿¡Estás bien!?— me dijo —¡Estás viva!.
Camine dos pasos y ya de ahí no supe nada.