CAPÍTULO NUEVE A Mackenzie le parecía estar viviendo en una reposición—casi como Bill Murray in Groundhog Day. Eran casi las siete de la tarde para cuando Mackenzie llegó a su casa esa noche. A pesar de que el trayecto a Strasburg no fuera tan largo, las cuatro horas en total que había pasado en el coche le parecían no ya una pérdida de tiempo, sino sorprendentemente agotadoras. Tardó solo veinte minutos en ducharse, hacerse un bocadillo, y agarrar una cerveza antes de abrir la carpeta del caso que se había traído consigo de la comisaría de policía en Strasburg. Clements se la había entregado con un aire de orgullo—como si le estuviera entregando las llaves de algún reino que ella desconociera. La carpeta contenía más de veinte páginas que detallaban los eventos relativos a la desaparic