—¿¡Por qué no puedes entender que yo lo amo, papá!? —gritó Gianna Rossi golpeando con furia el escritorio de su padre.
—¡Gianna! —reprendió su madre.
Aquella chiquilla tenía el mismo carácter impulsivo de su papá.
Franco Rossi se puso de pie, la expresión de su rostro era de completa seriedad, plantó su azulada y profunda mirada en los ojos de su hija.
—¡Basta Gianna! —vociferó elevando el tono de su voz—, puedo entender que estés enamorada, pero no de ese tipo, es un vividor, un bueno para nada, y con un origen oscuro.
—¡Es el hombre que escogí! —rugió la muchacha, irguió la barbilla, decidida a enfrentar a su padre, con tal de defender su amor.
—¡Pues no lo acepto! ¡No aprobaré esa relación! —gritó Franco respirando agitado.
—Demasiado tarde padre, estoy embarazada.
Susan, la madre de la chica, separó los labios con sorpresa, se quedó estática, observó la expresión de desconcierto en el rostro de su esposo.
—¿Estás mintiendo Gianna? —indagó Susan.
—No, no miento, tengo dos meses de embarazo —confesó, suspiró profundo.
Franco abrió sus ojos de par en par; sintió como si le clavaran una estaca en el corazón, siempre imaginó a su hija, casada de blanco, con un buen hombre, entonces alzó su brazo decidido a abofetearla por primera vez, pero cuando estuvo a punto de estampar su mano en el rostro de su hija, se detuvo: Gianna era la niña de sus ojos, no podía hacer eso, a pesar de la decepción que le estaba causando, y no la juzgaba por ser madre soltera, sino porque el novio no tenía oficio, ni beneficio.
—¿Por qué Gianna? —indagó Susan conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos.
—¿También me vas a juzgar? ¿Te pones a favor del injusto de mi padre? —cuestionó Gianna abriendo y cerrando sus puños.
—Franco no es injusto y lo sabes, es un buen padre, y tampoco estoy de acuerdo con tu relación con ese hombre —explicó con la voz temblorosa.
—Lo lamento Gianna, pero no aprobaré ese romance; sin embargo, eres mayor de edad, y no puedo hacer nada —musitó Franco, con la voz temblorosa, salió detrás de su escritorio, listo para abandonar el despacho.
—Me voy a ir con él —gritó Gianna.
Franco detuvo su andar, la noticia lo dejó helado, la garganta se le secó.
—Si te vas de esa forma sin casarte como es debido, te olvidas de nosotros.
Gianna abrió sus ojos con sorpresa, pensó que quizás de esa forma el corazón de su padre se ablandaría, pero se puso más duro que una roca.
—¿No vas a hacer algo mamá? —cuestionó Gianna con los labios temblorosos a Susan.
—Lo lamento hija, me duele en el alma, y sé que a tu padre también, pero debes aprender la lección, solo te diré que si ese hombre no es quién piensas, vuelvas a casa, aquí te estaremos esperando.
Gianna apretó sus puños, era tan rebelde como su madre, y orgullosa como su papá.
—Pues no volveré jamás —sentenció, volteó sintiendo una opresión en el pecho y salió del despacho.
Esa misma noche Gianna Rossi agarró sus maletas, y se fue con su novio, él no era un hombre adinerado, le dijo que era vendedor de seguros médicos, pero Franco lo había enviado a investigar, y sí había laborado un tiempo en ese cargo, pero ya no, el muchacho tenía empleos provisionales no era estable.
*****
Joaquin Zapata en pocos días iba a asumir la dirección de proyectos de la constructora de su padre, se había graduado con honores como arquitecto, y esa noche les iba a dar una gran sorpresa a sus progenitores, los esperaba con impaciencia en uno de los más lujosos restaurantes de Roma.
—¿Crees que tus padres me acepten? —preguntó la joven que lo acompañaba. La chica era de contextura delgada, estatura mediana, piel bronceada, su cabello y sus ojos eran como el ébano de la noche.
Joaquin enfocó su azulada mirada en ella, la contempló con ternura, la había conocido en una fiesta en un bar en Roma, hacía dos meses, desde que la vio quedó prendado de ella, esa noche habían charlado, bebido, y compartidos besos, caricias y una apasionada velada.
—No te preocupes, mi familia es muy comprensiva, y si no lo entienden, ni modo, ya eres mi esposa. —Acarició la mano de Francesca.
En ese instante los señores Zapata Duque, ingresaron al restaurante tomados de la mano, la madre de Joaquin al verlo, lo abrazó muy fuerte, no lo veía hacía meses.
—¿Cómo estás? —indagó su mamá.
—Muy bien madre, mejor que nunca —respondió con una amplia sonrisa—. Hola papá —saludó con él, con un apretón de manos y un efusivo abrazo.
Luego los padres del joven miraron a la bella joven que lo acompañaba.
—Les quiero presentar a Francesca Neri, mi esposa.
La madre del joven abrió sus labios, parpadeó pensando que escuchó mal, frunció el ceño y observó a la chica sorprendida, sacudió la cabeza, su hijo jamás había mencionado una novia.
El papá de Joaquin: Abel Zapata, miró con profunda seriedad a su hijo, el matrimonio para la familia Duque era algo sagrado y digno de compartir en familia.
Francesca sentía una agitación en el corazón, y un hormigueo en el cuerpo.
—Creo que no les caí bien a tus padres —susurró al oído de Joaquin.
Él le acarició la mejilla, rozó los labios de su esposa, y observó a sus papás.
—¿No piensan decir nada? —cuestionó.
—Felicidades —murmuró la madre del joven, se acercó a su nuera, la abrazó levemente—. Bienvenida a la familia.
—Gracias señora Zapata, Joaquin me ha hablado maravillas de su familia, estoy ansiosa por conocer su hacienda en Colombia, además es usted mucho más bonita en persona, que en fotos. —Sonrió.
—Los esperaremos con gusto —carraspeó Abel sin sonreír, se hallaba molesto por esa falta de cortesía de su hijo, intentó disimular fingiendo una sonrisa y los cuatro se sentaron a charlar y cenar.
Luego de conocerse Francesca se puso de pie.
—Voy al tocador.
—Claro, cariño —susurró Joaquin, se veía tan enamorado de su esposa, la observaba con los hijos brillantes.
—¿Te casaste y no fuiste capaz de avisarnos? —reclamó Abel a su hijo en tono enérgico, una vez que se quedaron solos.
—Joaquin, ¿en dónde conociste a esa muchacha? ¿Por qué nunca nos hablaste de ella? —indagó su madre sin dejar de verlo a los ojos.
—La conocí hace poco, nos enamoramos como dos locos, a primera vista, así como ustedes —rebatió—, y esa es la historia.
Abel resopló.
—Puedo entender que te enamoraras, pero ¿casarte? ¿Por qué? —indagó respirando agitado.
Joaquin inhaló profundamente, observó a sus dos padres con seriedad.
—Francesca está embarazada —declaró—, tiene dos meses de embarazo.
—¿Qué? —cuestionaron a dúo los padres del joven.
—Lo que escuchan, voy a ser papá, y si mi esposa no es de su agrado, lo lamento, no puedo hacer nada —expresó con voz seca, frunciendo el ceño.
—¡Es una locura! —susurró el señor Zapata.
—Ya no se puede hacer nada, padre —contestó Joaquin. —¿Me apoyan o no?
Muy a su pesar y de ese matrimonio a la ligera, los padres de Joaquin no podían rechazar a su nieto, así que apoyaron a su hijo.
*****
Esa noche Gianna y su novio llegaron a un barrio modesto de Ancona, a un motel de segunda que era lo que él podía pagar.
—Sé que no es el sitio adecuado para una princesa como tú, pero es por corto tiempo, mañana partiremos a Roma, y todo cambiará —aseguró Tommy, la besó en la frente.
Gianna miró el lugar, sintió un escalofrío, las escaleras de madera rechinaban con sus pasos, los pasillos eran sombríos, y cuando entró a la habitación observó una cama pequeña, y una mesa de noche.
—El baño es compartido —avisó con voz áspera la mujer regordeta que los atendió—, hay agua caliente solo hasta las 7am.
—Vamos a otro hotel —suplicó Gianna a su novio, lo agarró del brazo temblando—, por favor, yo tengo dinero.
Él negó con la cabeza, arrugó el ceño.
—¿Quieres seguir siendo la niña mimada de papi? —cuestionó y le habló con voz fuerte—. Ahora eres mi mujer y dependes de mí, tú y nuestros bebés —ordenó.
Gianna se estremeció, el lugar era deprimente, nada comparado con la mansión en la cual vivió sus dieciocho años, rodeada de lujos, comodidades, y los hermosos viñedos.
Casi no pudo conciliar el sueño, escuchaba voces, risas, música, hubo una rencilla que hizo que su corazón se acelerara, pensó por segundos en volver a casa, pero era demasiado orgullosa y amaba a su novio.
Al día siguiente, no se metió a bañar en aquel cuarto de baño, las personas salían y entraban y eso le causaba repulsión, se acicaló con toallas húmedas, y partieron en el viejo auto de él a Roma.
Hicieron varias paradas pues las náuseas aquejaban a Gianna, y luego de más de tres horas de viaje por fin llegaron a su destino, era un barrio modesto de la capital, había varios edificios de estilo colonial pegados uno a otro.
—Renté una pieza, espero te guste —avisó a Gianna, acarició su mejilla.
Ella se agarró del brazo de su novio, y entraron a ese edificio, el olor a humedad le causó arcadas. La puerta de reja del elevador rechinaba de lo oxidada, subieron al sexto piso, el pasillo era oscuro, la puerta de la pieza envejecida, el corazón de la chica se apretó, pero ese era el destino que había escogido, y esperaba no haberse equivocado, no deseaba darles el gusto a sus padres de verla derrotada, y regresar a casa con dos niños en brazos como madre soltera.
Cuando Tommy abrió la puerta, Gianna miró la habitación era pequeña, había un espacio en el cual había una mini sala, una mesa de madera con cuatro sillas como comedor, y una cocineta, un lavabo, y varios estantes en una esquina como cocina, había una puerta al fondo que seguramente era el baño, y a lo lejos miró la alcoba, era sencilla.
—Bueno, no está tan mal, mejor que el motel donde pasamos la noche —susurró.
—Pues, es lo que puedo pagar, espero no te arrepientas de haber dejado todo por mí —murmuró, la tomó por la cintura, la pegó a su cuerpo, y besó sus labios para contentarla.
Gianna correspondió, lo abrazó.
—Sabes que no te dejaré, te escogí a ti, y juntos superaremos las vicisitudes —expuso ella.
Tommy sonrió.
«Pobre ilusa»
—Me agrada escuchar eso, pero ven… estrenemos la alcoba —susurró con voz ronca, y en medio de besos y caricias estrenaron la habitación, Gianna no imaginaba el infierno que estaba por vivir.