Harry Stone
La adrenalina corría por mis venas. Sujeté el volante con fuerza mientras conducía de vuelta a mi casa. Vicky estaba sentada a mi lado, y repetía cada acción que había sucedido a lo largo de estos días. No necesitaba complacerme por ella, ella podía complacerme esta vez.
No necesitaba pensar así durante todo el trayecto, antes de poder deshacerme sólo con estar sentado, mirándola, y pensando en lo que podría hacer con ese cuerpo suyo. Lo que ella, en particular, podría hacer con esa boca suya.
Entonces me vino a la cabeza una pregunta muy importante, y tuve que hacérsela a toda prisa.
—Estás tomando la píldora, ¿verdad? Le pregunté a Vicky con entusiasmo.
—Claro que sí, ¿por qué? Me preguntó.
—Porque no me gustan mucho los condones —me encogí de hombros de forma varonil.
