—¡Estás loca! —exclamó Kent. —Yo no, muchas gracias —Dije y le seguí desde el otro lado del mostrador—. Es sólo una pequeña charla con Harry, porque quiero saber qué pasa por ese cerebro suyo —Le informé a Kent. —No voy a servirle café a un imbécil. —Es tu trabajo —dije. Kent se detuvo en su camino, y se volvió hacia mí. —¿Y qué? ¿Por qué me invitas a salir a todos los empleados? Puso las manos sobre el mostrador y se inclinó hacia delante para sacarme una respuesta. —Porque eres mi amigo, Kent —Le expliqué con seriedad—. Tú sabes de toda la mierda con Harry, así que ¿por qué no me ayudas? —Le pregunté con cariño. Sabía que Kent no quería hacer algo por Harry Stone, y lo entendía muy bien. Pero al mismo tiempo, Harry y yo íbamos a tener una charla normal en la misma cabina en la que