Llegamos a final de septiembre. La temporada estaba a escasamente semana y media de empezar, y como era de costumbre, anualmente la compañía realizaba una gala de inauguración. Bailarines, maestros, coreógrafos, directivos, celebridades, invitados especiales (entro esos, los patrocinadores de la compañía) asistían a ese evento, todos con sus mejores pintas.
-¡Oh pero que hermosa quedaste! ¡Mucho mejor que en las galas anteriores! – dijo mi tía Laura, cuando la estilista de mi prima Sarah me terminó de arreglar.
Para esta ocasión, yo había escogido un vestido al estilo griego. Porque era así como me sentía últimamente, como una diosa griega. El vestido era blanco y largo (el protocolo exigía que los vestidos de las mujeres fueran largos) con abertura en una pierna, y la espalda descubie
