El sonido de “Whisky and Blues” ambientaba el bar, los pocos clientes que tenía disfrutaban del ambiente y la comodidad del bar. El rubio limpiaba los vasos que había lavado previamente, faltaba poco menos de una hora para cerrar por lo que ya estaba levantando todo para irse a casa. Si bien el Castle no era un bar con cinco estrellas como el Cherry 's, tenía clientes fieles, sin mencionar que en la noche se llenaba cuando los policías iban a ese bar, con eso le bastaba para seguir manteniendo el bar a flote.
— Ese fue el último – dijo la sexy pelinegra con unas curvas envidiables que hacían caer a cualquier hombre – ¿Te ayudó a cerrar?
— Tranquila Lili, cerraré yo – le sonrió – Vete con cuidado.
— Eso haré, nos vemos Vin.
Lili, la sexy mesera y mano derecha en el bar de Vincent, se habían acostado un par de veces, pero ella siempre lo frenaba, ya que a Vincent solo le gustaba coquetear. Es por eso que se llevaban bien, ella tenía novio y él solo disfrutaba la vista.
Al terminar de dejar el bar limpio y ordenado, tomó sus cosas, sus llaves y salió del bar. Se dirigió a su motocicleta, cuando se puso el casco recibió ese mensaje, que solo adjuntaba una dirección. Una pequeña sonrisa se le dibujó al rubio y sus ojos azules brillaron con intensidad, ya había llegado el momento más satisfactorio y excitante de su día a día.
Conduciendo arriba del límite de velocidad, pasándose algunas luces rojas, pudo llegar a la dirección en menos de 15 minutos. Dejando su motocicleta estacionada justo en la entrada de la fábrica abandonada, se quitó el casco y entró. Pudo divisar la luz blanca en el fondo y conforme se iba acercando vio tres hombres de traje rodeando al tipo que estaba amarrado en la silla, solo tenía un par de golpes nada fuera de lo normal.
— Es un gusto verte de nuevo Ricks – dijo quien parece ser el jefe.
El seudónimo “Ricks” suele usarlo solo para trabajos en donde su identidad verdadera no debe ser revelada…
— Lo mismo digo – sonrió el rubio pasando una mano por su cabello - ¿Qué tenemos? – dijo mientras se ponía sus anillos.
— Ya habló, pero no lo suficiente y queremos que lo hagas hablar – sonrió de lado – Sé que podrás lograrlo.
— ¿De cuánto estamos hablando? – dijo con una pequeña sonrisa.
— 50 mil, si habla y 50 mil más, si lo matas.
Vincent miró al hombre que estaba frente suyo, su mirada le suplicaba por su vida, pero poco le importaba a él. Acomodó sus anillos y comenzó a golpearlo, un par de golpes lograron tirarle algunos dientes, los golpes del rubio eran fuertes y con los anillos puestos eran peligrosos.
Su rostro quedó desfigurado y sus manos llenas de sangre, volvió a acomodar sus anillos y comenzó a golpearlo en el pecho y el vientre. El dolor y ardor de los filosos picos punzantes que se enterraban en el cuerpo del hombre, era un dolor infernal que provocó se desmayara. Vincent se detuvo, sacó de su chamarra un estuche con varias inyecciones, tomó una de adrenalina y se acercó al hombre para ponérsela en el brazo y pudiera reaccionar de nuevo. Le dio un par de golpes más antes de dar unos pasos para atrás y darles el paso libre a los hombres de traje.
Sacó un pañuelo y se limpió las manos, se quitó los anillos y los guardó. No quitó la mayoría de la sangre, pero podía cubrirlo con los guantes en cuanto llegara a casa. Se quedó recargado de una pared mirando como el hombre comenzaba a hablar como cuando un pájaro canta en las mañanas. El jefe se acercó a él dándole el sobre con el dinero.
— Hay 50 mil ahí, estaremos afuera en cuanto termines el trabajo y tendrás el resto.
Vincent tomó el sobre y lo guardó dentro de su chamarra, entonces sacó su arma y le puso el silenciador, se puso sus guantes. Tuvo que planear la escena del crimen, dando un par de disparos en la pared y al muro frente al hombre, después se acercó y le dio tres tiros dos en el pecho y uno en la cabeza. Desató al hombre, quitó la silla y lo tendió en el piso. Guardó todas sus cosas y se aseguró de no dejar evidencia de nada.
Salió de la fábrica y vio el lujoso auto estacionado junto a su motocicleta, se acercó al auto y el hombre le entregó el otro sobre con el resto del dinero.
— Siempre es un gusto hacer negocios contigo, Ricks.
Vincent le sonrió, guardando el sobre, sacó un teléfono desechable y marcó al 911 cuando el auto se fue y lo dejaron solo.
— Hola estoy paseando a mi perro y veo a 7 hombres armados en la fábrica abandonada de textiles, creo que están por hacer algo malo.
Cortó la llamada, rompió el teléfono y lo tiró a la basura. Subió a su motocicleta y se fue a casa. Su casa, estaba alejada de la ciudad y de todo el mundo, era más una cabaña en el bosque, solitaria y acogedora. No era mucho, pero lo suficiente para él.
Guardó su motocicleta en su pequeña cochera, sacó una cajetilla de cigarrillos, tomó uno y lo llevó a sus labios, lo encendió y se quedó ahí, en la espesa noche, rodeado de árboles y un camino que era justo para su motocicleta. Al terminar su cigarrillo, entró a su casa, encendiendo las luces, se quitó su chamarra y sus guantes, se tenía que dar una larga ducha para quitarse todo el sudor que tenía de trabajar en el bar y la sangre que tenía de su trabajo sucio.
El agua de su ducha era roja conforme caía en su cuerpo, quitándole el rastro de sangre. Sus músculos se relajaban y al fin pudo sentirse tranquilo, al menos unos minutos. Salió de la ducha, secó su cabello y tomó unos calzoncillos azules para poder meterse en la cama, tomó un par de pastillas y en pocos minutos quedó profundamente dormido.
Al día siguiente, ya estaba en la cafetería que está a pocos kilómetros de su cabaña, bebiendo café y comiendo sus waffles y emparedado de pollo. Él ya conocía a las mujeres que trabajan ahí, incluso se quedaba largas horas platicando con ellas, pero ese día tenía cosas que hacer y necesitaba estar al 100 con solo 3 horas de sueño, así que antes de subir en su motocicleta sacó una pastilla azul pequeña, se la tomó y en pocos se sentía muy bien. No era secreto que Vincent era adicto, lo controlaba, pero algunas veces era difícil controlar su adicción.
Tenía una fiesta que organizar, sus amigos lo estaban esperando, bueno si es que a personas que suministran su dosis diaria y lo invitan a fiestas desenfrenadas se les pueden llamar amigos. Se encontraba observando como acomodarían todo, era obvio que él estaría tras la barra, así que solo se preocuparía por eso. Hasta que llegó uno de sus amigos a su lado.
— ¿Listo para la fiesta wey?
— Claro – sonrió mirando al mexicano.
— Animemos un poco el ambiente – tomó su tarjeta de crédito y acomodó perfectamente dos líneas, hizo rollito un billete e inhalo la primera línea, le entregó el billete a Vincent quien imitó su gesto de inmediato – Así se hace güey – le sonrió palmeando su hombro.
— Iré tras la barra, nos vemos Pablito.
El efecto de la droga era gloria poderosa para Vincent, había días en los que no dormía por trabajos extras silenciando personas y solo la droga lo mantenía activo y listo para la acción. Así era su vida, nada lo detenía, de fiesta en fiesta, trabajar en el bar, hacer trabajos extras por lo que le pagaban mucho dinero y acostarse con chicas o chicos que jamás volvería a ver de nuevo. No podía pedirle nada a la vida.
Tras una larga noche de fiestas, alcohol y muchas drogas. Vincent se levantaba en una cama ajena, con tres chicas que desconocía, una sonrisa se le dibujó, sin duda pasó una grandiosa noche. Se levantó y comenzó a recoger su ropa, miró que en su cuello tenía un visible chupetón, su sonrisa se le hizo aún más grande. Al terminar de vestirse, salió de la casa y fue a comprar un café, sacó su pastillita azul y se la tomó, tenía que estar alerta y despierto al subir a la motocicleta. Condujo de vuelta a casa, quería una larga ducha y dormir un día entero, pero cuando se acercó, vio una camioneta frente a su cabaña, no se alertó demasiado de quien podría ser, tenía un arma lista para usar en su chamarra.
Sacó un cigarrillo, lo llevó a sus labios y lo encendió. La puerta de la camioneta se abrió y de ella bajaron dos personas que conocía perfectamente, los dos tenían sus trajes oficiales, guantes blancos y todo lo que ellos usan.
— Estuve ignorando sus llamadas toda esta semana, ¿eso no les dice algo? – dijo Vincent – No quiero hablar con ustedes.
— Hola Vincent – dijo la rubia con una pequeña sonrisa.
Vincent suspiró, sacó el humo del cigarro, miró a ambos oficiales, tiró el cigarro a la tierra y lo pisó. Se dio la vuelta y los dejó entrar a su cabaña.
Al entrar los oficiales, vieron que la cabaña estaba ordenada, limpia y que parece que pasa muy poco tiempo en ese lugar. Vincent se giró y pudo ver a la rubia con una bandera perfectamente doblada, su mirada se desvió a él y lo vio con otra bandera perfectamente doblada.
Sabe lo que significa.
Sintió un vuelco espantoso en el estómago y una fuerte punzada en el pecho. Un nudo en la garganta se le formó, trató de contener sus lágrimas, pero las lágrimas comenzaron a mojar su rostro. Pasó su mano por su rostro, suspiró y carraspeó, movió la cabeza indicándoles que hicieran el protocolo para esos casos.
Ella se acercó y le entregó la bandera que tenía una medalla sobre ella. Llevó su mano a la frente y dio un paso para atrás. Él se acercó e hizo exactamente lo mismo, puso la bandera sobre la otra, esa tenía dos medallas, llevó su mano a la frente y dio un paso para atrás.
Vincent limpió nuevamente sus lágrimas y los miró.
— Director del FBI, Stefan Castle y Sargento Alina Volkova, fallecieron el 13 de abril del presente año, hacemos entrega del legado al Capitán, Vincent Castle – ambos oficiales volvieron a llevar su mano a la frente en son de respeto.
Vincent imitó su gesto, llevando su mano a la frente.
— Descansen – dijo Vincent y dejó ambas banderas sobre la mesa.
— Lo siento Vincent – dijo Linsy abrazando al rubio.
— Lo sé – carraspeó y sonrió forzado.
— En verdad lo siento mucho Vincent.
— Yo siento no haber respondido tus llamadas Alan – dijo Vincent con una pequeña sonrisa.
Los tres se sentaron sobre el sofá de segunda mano que tenía en su cabaña, les ofreció una cerveza a los dos.
— ¿Cómo pasó? – preguntó con voz ronca.
— Fue en servicio – dijo Alan tras darle un sorbo a su cerveza – Stefan y Alina estaban en un caso de una red de pornografía infantil, llevaban un año cuando por fin tuvieron una pista. La redada se hizo, pero pronto ganaron enemigos y…
— Fueron a su casa – dijo Linsy – Los fusilaron a ambos, pero ya nos hicimos cargo de los responsables y créeme no estarán en la cárcel.
— Perfecto – suspiró.
— Pero hay algo más – dijo Alan – Brooklyn o Brooke como ellos le decían, está ahora en servicios infantiles.
— Esperen un segundo – dijo Vincent - ¿Quién es Brooklyn?
Linsy y Alan se miraron, sabían que Vincent no estaba apegado a su familia y que hace años se desligó de su hermano, aunque él siempre hablaba de Vincent. Pero no tenían en cuenta, cuán alejado estaba.
— Vincent – dijo Linsy – Ellos tuvieron una hija, se llama Brooklyn Ginny – lo miró – Nació el año pasado, tiene apenas 6 meses.
— ¿Stefan tuvo una hija? – susurro sin creérselo.
Cuán desconectado y alejado estaba de su propio hermano. Lo último que supo de él fue que se casó con una magnífica agente que conoció en un caso y que fue amor a primera vista, incluso lo invitó a la boda, pero él no asistió. Ahora, después de más de dos años, se entera que tiene una sobrina de la cual no sabía su existencia.
— ¿Dónde está? – preguntó, casi en un susurro.