- ¡Esto es todo por tu culpa Richard! -dijo mi madre.
- ¿Puedes dejar de gritarme, mujer? Hay que pensar con la cabeza fría.
- He estado aconsejándote durante años, ¿y para qué? ¡Vamos a acabar en la ruina!
- ¡Si no te calmas te voy a dejar yo en la ruina Elizabeth!
Durante unos segundos no se oyó nada. Me alejé de la puerta y di media vuelta para alejarme despacio, pues los tacones que llevaba podrían haberme delatado.
-Ane, ¿otra vez peleando? –apareció mi hermana por el pasillo.
-Sí Emilie, acabaremos siendo pobres como no se solucione el tema del dinero-me crucé de brazos.
-Acabaremos siendo la risa de este barrio-hizo un bufido.
-Tú no te preocupes por esto, hermana. Seguro nuestros padres se las arreglan para salir adelante-la cogí de la mano en señal de preocupación.
-Gracias Ane, ¿quieres acompañarme al jardín para recoger flores? Se acerca el calor y se van a marchitar.
-Claro, vamos.
Nos cogimos del brazo y salimos por una puerta trasera al jardín. La sensación de verlo lleno de flores aún me daba un sentimiento de hogar que no podía explicar. A pesar de no estar loca por las flores y las plantas en general, me alegraban mucho la vista.
Por otra parte, mi hermana solía decorar cada rincón de la casa cuando recogíamos las flores todos los años. Llenaba todos los jarrones disponibles que había y los repartía por todas las repisas y mesas porque según ella, el ambiente de la casa mejoraba con el olor a flores recién cortadas.
Mi hermana y yo éramos de estar muy juntas, lo que para otra gente no parecía nada normal por la diferencia de edad. Le sacaba tres años a mi hermana, y a pesar de que ella tenga diecisiete, era muy madura para su edad y entendimiento.
Cogimos los guantes y las tijeras para empezar a trabajar con las flores. Esa tarde daba por seguro que acabaríamos con las narices irritadas por tanta variedad de olores, pero era divertido.
Las solíamos separar en diferentes cestos según el tipo y el color para después pensar cuáles repartir en las distintas habitaciones de la casa según las combinaciones de colores que habían.
Nuestra madre nos solía acompañar cuando hacíamos esto, pero habiendo escuchado esa discusión supusimos que lo haríamos solo nosotras dos.
-Creo que ya hemos terminado-dijo Emilie.
-Sí, vayamos a repartirlas antes de que anochezca.
Entramos con los cinco cestos que habíamos conseguido con las flores y los depositamos en la mesa de la cocina para meterlas en los jarrones.
Se nos hizo larga la tarea, pero disfrutábamos igualmente de tener unas horas entretenidas. A las dos nos gustaba evadirnos de los problemas ajenos a nosotras mismas, y no me parece egoísta.
-Yo voy a dejar estos jarrones en el pasillo de la escalera-cogió tres jarrones en los brazos y se dirigió a la puerta-. Ah, si quieres puedes llevar esos dos rojos al despacho de papá, seguro le encantarán.
-Ya voy, hermana.
Sin pensármelo siquiera, cogí los jarrones y bajé los dos escalones de la cocina que me llevaban hacia el despacho de la casa. Se seguían oyendo pequeños gritos de mis padres a lo lejos, pero el sonido de mis tacones los hizo callar de a poco.
Toqué la puerta un par de veces para obtener la aprobación de ellos y entré.
-Hola mamá, papá-les sonreí.
-Hola hija, veo que ya habéis recogido las flores-dijo mi madre acercándose para coger uno de los jarrones.
-Sí, supusimos que estabas ocupada con papá y fui sola con Emilie.
Me acerqué a la mesa y dejé el jarrón en una esquina, mi madre puso el otro en la ventana por el lado en el que todos los días daba el sol.
- ¿Vosotros estáis bien? -miré a mi padre.
-Sí hija, solo son pequeños problemas que tienen todos-mi padre se frotó la sien.
-Que sepáis que podéis contarme lo que sea, soy vuestra hija y me preocupo por ustedes.
-Luego hablaremos hija, estamos aclarando últimos detales con nuestros socios-mi madre se acercó a la mesa para ordenar unos papeles.
- ¿Los Strafford?
-Sí, son los únicos que están dispuestos a ayudarnos, los Cavendish y los Newcastle no se pueden enterar-dijo mi padre.
-Ya lo sé… todo lo dicen a la prensa-me crucé de brazos-. Bueno, les dejo terminar de hablar, pero por favor, no gritéis más, estáis preocupando a Emilie.
-Lo sentimos, ten buena noche hija-mi madre se acercó a darme un abrazo.
-Buenas noches a ustedes también, les quiero.
Salí del despacho y volví a la cocina. Para mi sorpresa ya no quedaban ni flores ni jarrones. Seguro Emilie lo había estado terminando sin mí. De repente la oí entrar por la puerta.
-Ah, hola Ane. Supuse que te habías quedado hablando con nuestros padres, así que terminé yo la tarea para que no se nos hiciese tarde.
-Gracias Emilie. Creo que me iré ya a mi habitación, mañana ya es lunes de nuevo-lavé mis manos en el fregadero de la cocina mientras hablaba con ella.
-Yo también debería irme, creo que aún me queda algo de tarea-se sacó la bata y la dejó en el perchero de detrás de la puerta.
Nos despedimos en lo alto de la escalera y nos dirigimos cada una a nuestra habitación. Vivíamos en alas opuestas de la casa porque son las mejores habitaciones que hay, a pesar de que estamos lejos la una de la otra.
Entré a mi habitación y me tumbé en la cama durante unos segundos antes de levantarme e ir a darme un baño. Preparé la bañera y proseguí con el baño.
Cuando terminé, me puse un camisón de seda como pijama y ordené mi bolsa de la escuela hasta que el pelo se me hubiese secado para poder acostarme.
Este era mi último curso antes de la universidad y la verdad es que estaba emocionada con la idea. Conocer gente nueva, relacionarme con gente totalmente diferente a mí. Todo eso me llamaba la atención.
La vida en Londres es todo un misterio aún sin resolver para mí, a pesar de vivir en un barrio de ricos en la periferia de la ciudad. Nuestro apellido era uno muy conocido a nivel periodístico, ya que mi padre era el poseedor de varias fábricas de papel y cartón de Reino Unido.
Esto nos trajo buena reputación durante años, y un buen trato a nivel social y familiar que intentamos mantener a pesar de la crisis que se está asentando sobre la triste Londres.
Al día siguiente por la mañana, Roger, el chofer, nos llevó a clase a mí y a mi hermana. Las dos estudiábamos en el St. Paul, uno de los colegios más prestigioso por su asociación con las mejores universidades del país. Cortesía de nuestra preocupada madre por nuestro futuro como mujeres.
-Gracias Roger-dijimos al unísono mi hermana y yo.
Bajamos del coche lo más rápido posible para encontrarnos con Arabela, mi mejor amiga desde siempre. Todos los años desde pequeñas acabábamos estando juntas en clase por casualidades de la vida, por lo tanto, éramos muy unidas.
- ¡Hola Ane! -corrió para darme un abrazo-. ¿Qué tal el fin de semana? Hola a ti también Emilie, hoy estás espléndida.
-Estuvo bien, muchos quehaceres, ya sabes.
Nos encaminamos juntas para asistir a clase. Estábamos en la recta final para acabar el curso, quedaban exactamente treinta y ocho días menos el de hoy para obtener el diploma y olvidarnos de todo esto.
La emoción se podía notar en el aire de la clase cuantos menos días quedaban. Muchos incluso ya estaban planeando la temática de la fiesta de despedida y alardeando de que sus padres se encargarían del presupuesto sin problema. Porque sí, en este colegio solo había gente con dinero, algo que no me molestaba del todo, pero me hubiese gustado estar rodeada de gente un poco más humilde, como Arabela, por ejemplo.
Su familia poseía las sastrerías de Londres, lo que le facilitaba a la hora de vestir bellos vestidos de todo tipo de materiales costosos. Lo mejor de tener una amiga así era que te regalasen innumerables vestidos con la mínima ocasión o evento.
Las clases habían llegado a su fin como otro día cualquiera, sin ninguna novedad sobre nada. Simplemente trabajos y más trabajos para subir la nota, ya que los exámenes finales habían sido hace dos semanas.
-Oye, si quieres esta semana nos vemos en tu casa y terminamos lo de inglés-dijo Arabela.
-Por mí perfecto, así nos dejamos el mes libre y aprovechamos para salir por ahí.
- ¡Genial! De hecho, el otro día vi en un escaparate unos tacones espectaculares a juego con un bolso y mi corazón ya no puede vivir sin ellos-me sacudió del brazo mostrándome desesperación.
Nos reímos al unísono mientras esperábamos a nuestros respectivos choferes en la acera de enfrente.
-Me encantaría acompañaros, pero mis exámenes finales empiezan apenas esta semana-dijo Emilie apenada.
-No te preocupes hermana, te compraremos algo de la ciudad para que lo disfrutes de igual forma.
Nos despedimos de Arabela cuando llegó nuestro chofer.
Cuando llegamos a casa nos percatamos de que había visita. Y no cualquiera.
-Hola hijas mías, pasad. Tenemos que hablar.
Nuestra madre estaba bastante nerviosa. En el salón de la casa se encontraban los Strafford, todos ellos. Los padres y sus dos hijos.
-Pasa hija, tenemos que hablar-dijo mi padre.
Todas las miradas se posaron en nosotras dos, más en mí que en mi hermana.
-Hemos llegado a un acuerdo con nuestros socios para que no nos afecte la crisis-habló mi padre de nuevo.
-Sí Ane. Te vas a casar con su hijo menor, Thomas.