Aleskey e Iliang:
Voy manejando mi camioneta por la avenida principal de la capital con Iliang a mi lado. Volteo a verla y se nota distraída, sumergida en sus pensamientos. Desde que la abordó no ha expresado palabra alguna más que su acostumbrado saludo cariñoso y esa sonrisa que me regala en cada momento, aun en esos donde la vida parece apretarnos al punto de asfixiarnos. Este parece ser uno de ellos.
Por cuarta vez estuvo reunida con una de las personas más importantes, que según tenemos entendido, son los que abrirán las puertas de la negociación que iniciará Gerónimo para atraer a Ileannys al país, y detrás de ella a su actual esposo Fernando Conte, y posiblemente a los rusos.
—Por tu silencio, veo que no te fue tan bien como esperabas —buscando me diga algo inicio una conversación.
—No lo que yo esperaba —responde a secas, como si no tuviera ánimos de hablar.
—Cuéntame —la incito a proseguir.
—Déjame procesar esto para contarte todo, incluso mis conclusiones y determinaciones —me contesta en voz baja.
Sacudí el cuerpo después de responderle a Ales, ya que un leve escalofrío me recorrió por toda la espina dorsal. Esta situación me carga incómoda. No es fácil trabajar con personas cuyas personalidades y modos de pensar son tan inciertos e irritante.
Apenas escuché las palabras del encargado de recibirme, no vi con buena actitud sus intenciones de cumplir con el trato que firmamos en Canadá y las conversaciones que mantuve las tres veces anteriores a esta con otros involucrados en este proceso. No por nada me convertí en una referencia entre los abogados de este país. De lejos huelo cuando un perro mañoso viene con intenciones de procurarse una ventaja llevándose por delante a quién sea.
No voy a ser yo quien traicione a mi familia, a Aleskey, mi esposo, mi hombre, ni a mi hija. Traicionar a Aleskey sería traicionar a Altair, y eso jamás pasaría por mi cabeza.
¿Cómo decirle a Aleskey que su cabeza tiene un precio fijado precisamente por quienes se mantienen en la cúpula del poder y han hecho un sinfín de negociaciones con él y ahora pretenden lavarse las manos colocándolo a él como el criminal más peligroso del país y del continente?
No, no voy a ser yo quien lo traicione de esa manera. De sólo recordarlo me hierve la sangre de la ira ante tanta hipocresía.
Inicio del Flashback:
—Mi doctora Rangel, que honor tenerla entre nosotros —con toda la altanería que lo caracteriza, me saluda Adulfo Quiñonez, encargado de garantizar el cumplimiento del acuerdo en esta primera etapa.
—Buenos días Licenciado —le saludo seca.
Odio las adulaciones y este hombre siempre me ha parecido un ser despreciable, aprovechado. Lamento que sea él el designado para firmar los acuerdos del apoyo que necesitemos para comenzar a cumplir con el acuerdo.
—Tome asiento por favor —Me invita señalándome una de las sillas delante de su escritorio.
—Disculpe si soy directa Licenciado, no dispongo de mucho tiempo —me adelanto para acortar el preámbulo de halagos y comentarios sin sentido que él pretende hacer de esta desagradable entrevista—. Como bien sabe, vengo porque fui designada para llevar en forma directa la intermediación necesaria para el cumplimiento del acuerdo que como bien usted sabe recién hemos firmado —respiro profundo al ver como sentado en su sillón al frente de mí arruga el entrecejo al tiempo que une sus manos para reposar sobre ellas su mentón—, ¿dígame por favor con qué cuento? ¿qué propone para toda la operación que debemos desplegar? ¿qué protección nos garantiza? Esta es la cuarta vez que vengo y no obtengo respuesta definitiva, el tiempo corre y esto cada vez se vuelve mas complicado.
—Veo que se toma en serio su papel Doctora Rangel —responde de manera burlesca.
—Por tomarme en serio mi profesión es que me hice de un nombre licenciado —le contesto indignada y desesperada por salir de aquí—, ¿puede contestarme?, le repito, no dispongo de mucho tiempo.
—Le recuerdo que usted no está en posición de exigir nada, si mal no recuerdo es cómplice de su esposo —responde con petulancia.
—Y yo le recuerdo que usted es una de las personas que menos tiene derecho a juzgarlo a él y a mí —sin poder contenerme dejé entrever el veneno que él con su comentario acaba de remover—, estoy metida en esto arrastrada por las circunstancias, obligada —arqueo una ceja con toda intención de enfatizar en mis siguientes palabras—, usted no puede decir lo mismo, negoció como quiso y cuando quiso con él y otros más. No me haga hablar, tengo nombres, fechas, en fin, pruebas.
Evidentemente que mi comentario no fue de su agrado. Bruscamente se paró de su sillón, golpeando la silla contra la pared al tiempo que golpea la superficie del escritorio con la palma de ambas manos.
—Dado que plantea las cosas en estos términos, seré directo —expresa mostrando la rabia que le hice explotar, su mirada es centellante, el tono de su voz firme y amenazante, pero como estoy más que curtida de hombres como él, ni me inmuto, le sostengo la mirada sin pestañear esperando que escupa lo que tenga a bien decirme—, tiene veinticuatro horas para entregarnos la cabeza de su esposo. Usted decide, colabora con nosotros o se les va hondo a ambos.
—Yo usted me cuidaría de decir lo que acaba de proponer, pensaría antes de amenazar —le devuelvo cada una de sus palabras sintiendo el rostro caliente de la ira, lamentando no tener un micrófono oculto.
—Sé que terreno estoy pisando, no le estoy pidiendo su opinión —expresa molesto—, cumpla con nosotros y verá buenos resultados.
—Sí no supiera que al acceder a su propuesta estaría vendiéndole mi alma al diablo por tercera vez, tal vez lo consideraría —esbozo poniéndome de pie—, he aprendido a convivir con las ratas, conozco su olor, lo que harán antes de moverse, todos ustedes son iguales, predecibles —respiro profundo—, no tiene que esperar las veinticuatro horas, tiene mi respuesta. No negocio con personas falsas. Feliz día Licenciado.
—Espero no se arrepienta en el camino —fueron las últimas palabras que escucho al salir de su despacho.
Fin del Flashback.
El nivel de estrés que me produjo darme cuenta que esto se nos convertirá en una tarea titánica, al darme cuenta que como Adulfo, muchos serán los que tratando de salvarse, no solo harán propuestas traicioneras y sin sentido, sino que procurarán acabar con nuestras vidas, fui sorprendida cuando como la confirmación de mis pensamientos, una ráfaga de disparos estalló sobre los vidrios del parabrisa trasero.
Recordando el atentado en Islas Canarias y luego en Australia, agaché la cabeza, como si buscara evitar que algún proyectil me alcance.
—La camioneta es blindada, los disparos no lograrán entrar —me advierte Aleskey maniobrando la camioneta para perderse en medio de los autos en la autopista—, ¿quién carajos nos está haciendo esto? —pregunta en un grito.
No le respondí, pues el corazón parecía salirse por mi boca del susto. Celebré no haber traído a Altair con nosotros. La presión de la funcionaria enviada por Levesque para recordarnos cumplir, al estar día y noche con Altair, nos llevó a tomar la decisión de dejarla en casa.
Aleskey estuvo por largo rato manejando, al tiempo que hablaba por el transmisor con Leonardo y Malcolm que venían con otros escoltas en las otras camionetas. Fueron tantas las detonaciones que no calculé el tiempo ni el momento en el que llegamos a los predios de la casa donde nos esperaban los otros escoltas.
Sin esperar a que me dijera algo, descendí de la camioneta e ingresé a la casa. Fui directo a la cocina.
—Nana regálame un vaso con agua —le pedí a Lucia quien estaba en la cocina sentada a la mesa.
—¿Qué te sucedió? Estás roja mi niña —responde caminando hacia el refrigerador.
No le contesté, sin respirar me tomé el contenido del vaso de agua, dejé el vaso sobre la mesa y salí de la cocina directo a mi despacho en la tercera planta de la casa. Allí encontré a Ingrid sentada revisando unos documentos.
—¿Qué sucedió coleguita? —pregunta sorprendida de verme entrar de manera abrupta y respirando con dificultad—, pareces que viste al mismísimo demonio.
—Algo similar —le contesto—, acabamos de sufrir un atentado.
—¿Qué? —pregunta en un grito—, por lo visto no les pasó nada.
—No, esta vez —le contesto tomando asiento.
—Si lo dices es por que sabes quien pudo hacerlo —afirma Ingrid observándome.
—Eso temo, y no solo él sino muchos más se vendrán encima, temo que no tendremos descanso mientras esto no se resuelva —respiro profundo—, no sé que es peor, si ignorar la invitación del canadiense en la luchar en contra de Ileannys o proseguir con esta pesadilla.
—Es horrible lo que nos ha tocado desde que conocimos a estos hombres —reconoce Ingrid.
—La vida ha sido horrible para mí desde que nací —le recuerdo.
—Te cuento que escuché a Saúl negociando con Aleskey resolver por su cuenta —confiesa Ingrid.
—¿Sabes que le respondió Ales? —sorprendida volteo a verla y le pregunto con curiosidad por saber que pudo decidir Aleskey, ante el estrés me puse de pie.
—Tengo entendido que se reunirán para definir, si lo hacen es porque Ales parece haber aceptado no seguir los términos del acuerdo —expresa Ingrid en forma reflexiva, sembrándome la duda.
—¿Tú crees que tome esa decisión? —le pregunto buscando algo que frene la ráfaga de hechos dudosos que comenzaron a agolparse en mi memoria.
—No sabría decirte, en momentos como estos, pensar con racionalidad es difícil. Viste la reacción de todos en la reunión, no me parecería extraño que el mismo Ales decida dar un paso atrás —agrega Ingrid en voz pausada.
—¿Y nosotras dónde quedamos? ¿qué pasará con Altair y conmigo?
Apenas terminé de formular la interrogante, escuchamos la puerta del despacho cerrarse de golpe.
—Ustedes estarán siempre conmigo —escucho la voz firme de Aleskey a mi espalda y observo la mirada de Ingrid fija hacia él.
—¿Cómo fugitivos? —le pregunto sin voltear a mirarlo, temo ver la verdad y la seguridad de su respuesta.
—Que no esté de acuerdo con ellos no nos hace fugitivos —afirma en respuesta.
—¿Qué vida tendremos si tendremos, sino esa, al tener que vivir escondidos? —le pregunto.
—La vida que siempre he tenido siendo Aleskey Sánchez, solo que ahora las tengo a ustedes dos —responde con una tranquilidad que me da escalofríos, da a entender que esta es su vida, la vida que escogió desde antes de yo llegar a su vida y donde pareciera que la seguridad de Altair y la mía no importa.
—No sé qué estés esperando al considerar hacer tu voluntad, pero no aguanto más Ales, me siento en el mismo punto —le dije mirándolo a los ojos cuando decidí hacerle frente—, me siento en la nada.
Al no aguantar más tanta verdad, tanta realidad marcada en su rostro y en sus acciones, salí del despacho, dejándolo en compañía de Ingrid. De solo escucharlo, la posibilidad de considerar seguirle el juego y vivir la vida que aparentemente quiere para nosotras, me da pánico.
Vivir la vida de un mafioso no es lo que quise, siempre le hui a esto.