Los franceses en el sudeste de Francia se encontraron invadidos por un ejército de caballeros.
El comandante en jefe inglés, incluso, solía invitar a las autoridades de la población donde llegaban a cenar con él, algo que jamás habría hecho un general francés revolucionario.
El resultado fue fantástico.
Quienes habían corrido a ocultarse, regresaban confiados a sus casas. Se decía que los ingleses sabían hacer la guerra no sólo con las armas en las manos. Aún más, los ingleses pagaban por todos los servicios que requerían. En poco tiempo, la población empezó a reunir dinero y las provisiones se les vendían a buen precio.
Así el comisariado dejó de padecer por conseguir alimentos. Casi como si el vizconde pudiera leer los pensamientos del marqués, dijo:
—Me he enterado por el más recie
