Rubí gruñó y luchó con las manos que se paseaban por su cuerpo, restregando desde lo que era sus brazos y sus piernas. —Déjenme solo, mierda —exclamó, casi cayendo mientras intentaba huir de los otros esclavos que lavaban su cuerpo. En silencio, las cuatro mujeres lograron sostenerle con fuerza mientras limpiaban y restregaban cada rincón de su cuerpo, ignorando las quejas y reclamos del hermoso chico hasta que finalmente quedaron satisfechas. —Bien, te daremos unos minutos para que relajes tu cuerpo —anunció una quinta persona, quien había estado admirando todo el proceso desde la entrada del lujoso baño extravagante e innecesariamente grande—. Solo cinco minutos, dejaremos tu vestimenta lista para que salgas en quince o vendremos por ti —advirtió la jefa de las sirvientas antes de ret