Rubí observó sus zapatos súper cómodos de caña alta que sobrepasaba su tobillo y movió la punta de sus dedos. —¿Realmente son para mí? —preguntó, aun cuando estaba viendo a Cyrus pagar por ellos. —Eso dije —respondió y colocó una tela negra con diseños dorados sobre su cabeza—. Cubre tu rostro —ordenó. —¿Por qué? —preguntó, a pesar de que ya se encontraba obedeciendo. —Porque no quiero volver a romperle un dedo a cualquier idiota que piense que puede simplemente tocarte —gruñó. —No es mi culpa, yo nunca les dije que me tocaran —refunfuñó. —¿Te culpé en un momento? —alzó una ceja—. Eres hermoso, eso es suficiente para que quieran tocarte. Parpadeando solo un poco desconcertado, Rubí ocultó su sonrojo detrás del manto, dejando al descubierto sus ojos. Si hubiera estado con León, este