CAPÍTULO QUINCE
Keri se levantó y salió de su escondite detrás del arbusto y se dirigió hacia el motel, bajando la cremallera de su chaqueta mientras caminaba. Notó que el dolor de sus magulladas rodillas había cedido un poco, arropadas por la inyección de endorfina que sentía a medida que el motel estaba más cerca. Los gritos de agonía que había escuchado antes procedentes de una de las habitaciones eran intermitentes, pero estaba claro que no se habían terminado
—Muchachos, ¿pueden oírme? —preguntó a Ray y Castillo mientras zigzagueaba, asegurándose de permanecer fuera del alcance de las pocas luminarias del estacionamiento que servían.
—Sí —le aseguró Ray—, estamos yendo.
Miró a su diestra y vio a ambos escurriéndose rápidamente a lo largo de la cerca en la misma dirección que ella.
