CAPÍTULO DIEZ Sarah sintió que el pánico se deslizaba bordeando su mente y trató de sacudírselo. Pero se hacía más difícil con cada minuto que pasaba. Estaba sentada y temblando en el piso de una fría y sucia habitación de motel, vestida solamente con su blusa verde azul, sus pantis y sus tenis. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado allí. La van de color marrón las había dejado allí, y los hombres habían echado mano de cada una de ellas y las habían arrastrado hasta habitaciones separadas del motel de dos plantas. Ella notó que el estacionamiento estaba bastante vacío y se preguntó si ese lugar tendría clientes. El hombre responsable de ella había esposado su muñeca izquierda al radiador, y puso cinta de embalar en su boca, advirtiéndole que no se la quitara, y se fue, cerrando