Paralizada ante lo que había oído, y el ver como Loid se burlaba junto a sus amigos de haberme tomado como si yo fuera su trofeo, hizo que un profundo asco me invadiera.
—Orev… Papá… —susurré con dolor, apretando mi mano a mi pecho.
¿Con qué monstruo me he casado? Si lo que uno de sus amigos dijo era verdad…Este sujeto es el responsable de la muerte de Orev y de papá… ¡Me he casado con el asesino de los dos únicos hombres que he amado!
Mi rostro se desencajó por completo, él reía y yo sentía que me faltaba el aire. Apenas y podía sostenerme detrás de la columna de la pared.
—Loid —escuché la voz de su hermana acercarse, al parecer lo estaba buscando.
Él hizo un gesto de silencio con sus dedos frente a sus amigos, al tiempo que su hermana se acercaba.
—Aquí estoy Beth, dime que sucede —respondió muy tranquilo, acomodando la mano en los bolsillo de su pantalón.
—¿Te parece poco? La fiesta es en honor a tu matrimonio. Deberías estar recibiendo a los invitados. Nuestra madre acaba de llegar y está buscando conocer a tu esposa ¿Dónde está ella?
—¿No estaba contigo? —preguntó serio.
—Salió a buscarte hace quince minutos.
Loid entregó su copa vacía a uno de sus amigos, al tiempo que se alejaba con el ceño fruncido de los demás, rápidamente mordí mis labios y me aseguré de que no me viera.
—Tu esposa aún no conoce los alrededores, quizá haya ido más lejos al buscarte y se perdió. Demos aviso a los empleados para que la busquen.
—¡Maldita sea! ¡Esto no puede estar pasando! —gruñó, empujando en su camino a uno de los mozos.
Cuando todos se marcharon, aún no podía moverme del lugar donde me ocultaba. ¿Cómo tomar esto? ¿Qué hacer? ¿Qué decir? Cerrando mi ojos y tapando mi boca con mis manos, tragué hondo, sintiendo las lágrimas resbalar de mi rostro.
—Él los mató —sollocé con un dolor punzante y agudo en mi corazón—. Él…
Yo no podía seguir en esta casa un segundo más, me sentía más sola que nunca, y frotando mis brazos como buscando mi propio calor, salí completamente desorientada.
Con el rostro mojado, corrí bajo ese manto oscuro de la noche. No tenía idea a donde ir, simplemente busqué alejarme, mis nervios estaban por colapsar y sin medir mis acciones, tropecé con una piedra que me hizo caer con rudeza al suelo. El golpe que me dí provocó que de mi frente cayeran gruesas gotas de sangre que se mezclaron con mi sudor.
—Mi papá… ¡Papá! —grité arrodillándome para luego ponerme de pie.
Con el cuerpo adolorido, logré salir de la residencia Lombardi, pero aún con el ardor de mis heridas, seguí adelante.
…
No sé cuánto tiempo deambulé en la calle, ya no era consciente ni a dónde me llevaban mis pasos, y tampoco me importaba. Mi alma estaba muerta.
Fue entonces, que levanté la mirada, y me encontré frente a la iglesia de la ciudad.
—¿Por qué? Mi papá… Orev…¿Por qué?…¿¡Por qué!? —grité cayendo de rodillas con las manos en mi rostro.
Estaba en la oscuridad… Estaba deshecha. Este dolor crecía con cada segundo y las lágrimas no cesaban.
—¡AHHHH! ¡NO! ¡NOOOO! ¡Mi papá! ¡Mi papá! —mis gritos fueron tan fuertes que sentí mi garganta arder—. ¡Te odio Loid! ¡Te odio! ¡Asesino! ¡Maldito asesino!
—Georgiana…
Entre mis palabras lanzadas al viento y la rabia que liberaba, no me di cuenta que no estaba sola, hasta que unas manos se apoyaron en mis hombros y descubrí su presencia.
Al ver su rostro lleno de amabilidad, pero con una mirada de preocupación, me abracé a su pecho.
—Gu-Gulio —dije, sintiendo su presencia como mi alivio y desahogo.
—Georgi… —me susurró, alejando sus brazos, para tomar mi mentón y analizar mi expresión afligida—. ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras?
—Por favor abrázame —le pedí—. Abrázame y dime que todo estará bien.
—Mira tu frente… Estás sangrando, tu cuerpo tiembla.
Sacando un pañuelo de su bolsillo, hizo presión en mi herida, al mismo tiempo que me ayudó a ponerme de pie.
—El padre me dio las llaves de la Iglesia, vamos adentro, voy a curarte esa herida y te daré una manta para que te cubras del frío, y así me explicas lo que te pasa.
Asentí con la mirada perdida en sus ojos color café.
—Ay mi Georgi —suspiró, llevándome dentro.
Gulio era mi mejor amigo, de hecho era como un hermano para mí, lo conocía desde que yo era una niña, siempre lo ví con tanta admiración y mi principal apoyo en los más duros momentos de mi vida, mas en los últimos dos meses, no nos habíamos visto. Por lo que era lógico que no supiera lo que yo había pasado.
Dentro de la Iglesia, él me llevó a una habitación, donde me pidió que tomara asiento, hasta que él regresó con alcohol, algodón y unas gasas para cubrir mi herida.
No tardó en limpiar los restos de sangre de mi rostro, y al acabar, me ofreció una taza de té que él preparó en pocos minutos, mientras colocaba una manta sobre mis hombros.
—¿Estás mejor? —me preguntó, tomando asiento frente a mí—. ¿Deseas hablar?
Yo bajé mi cabeza, pero él cogió mi mentón entre sus dedos.
—Georgi… —me miró con tristeza.
—Mi papá… Y Orev… ambos murieron…
Él suspiró, asintiendo con lástima.
—Entonces era verdad…
—¿Lo sabías?
—Me enteré hace poco, por eso regresé de mi retiro, el padre me mandó un mensaje. Lo siento tanto Georgi, pero debes tener resignación. Ellos ahora están al lado de nuestro señor, en el descanso eterno.
—No… Yo no puedo aceptar la muerte de ambos… No puedo —negué—. Y menos después de que…
—¿De qué? —mostró curiosidad.
—¡De que me casara con el responsable de sus muertes!
Su silencio me dejó claro que ni él lo podía creer.
—¿Qué estás diciendo Georgiana? Eso… Eso no puede ser verdad… ¿Te casaste?
Él se levantó del asiento, caminando alrededor de la habitación con las manos en la cabeza. Estaba completamente sorprendido.
—Él le dio su palabra a mi padre de que se casaría conmigo, pero solo planea usarme a su antojo, escuché todo su plan y también… ¡También cuando uno de sus amigos dijo que él era el responsable de la muerte de mi padre y Orev! ¡Ese hombre me quitó a mis dos amores! ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡MALDITO LOID!
Gulio volvió a mí, tomando mis hombros para calmar mis nervios.
—Georgi. Vamos cálmate, no puedes estar diciendo eso.
—Es la verdad… Loid Lombardi; es un maldito asesino.
—Tal vez sea un error ¿Se lo has dicho a tu madre?
—¿Qué caso tiene? Ella no me creerá. Estoy sola, Gulio… ¡Me he quedado sola!
—No —pasando su pulgar en mi mejilla, limpió una lágrima—. Definitivamente no estás sola, me tienes a mí. Solicitaré mi cambio para hacer mi servicio aquí.
—Gulio…
—Así ha sido desde que éramos dos pequeños… Estoy para ti, querida amiga.
Nos abrazamos durante un par de minutos, y al soltarnos, me animé a pedirle un favor.
—¿Puedo quedarme a pasar la noche?
—Georgi, no puedes huir de los problemas, si bien lo que oíste fue algo aterrador, debes hablar con tu marido. Tal vez todo sea un malentendido.
—Por supuesto que hablaré con él, pero no ahora. No me siento bien, no tengo fuerzas ni para caminar. Te prometo que me iré al amanecer, puedo dormir en la alfombra.
—¿Qué? No, claro que no. Bueno… este lugar solo tiene una habitación, dormirás en la mía, y yo me quedaré en una de las bancas.
—No es necesario Gulio, creeme que he soportado dormir en duras condiciones.
Él lo sabía, y tomando mis muñecas, observó los moretones que aún seguían visibles, producto de la golpiza de mi madre.
—Nuestro señor habla de la hospitalidad ¿Qué clase de servidor seré si no le doy un buen trato a mi invitada?
Me ayudó a ponerme de pie, para pinchar mis mejillas con sus dedos.
—Todo estará bien, confía en que así será. Vamos, te llevaré a la habitación y ya mañana con calma arreglarás este problema.
Asentí, por supuesto que no iba a quedarme callada. Loid iba a escucharme.
(…)
No quería despertar a Gulio, pero le dejé una nota en agradecimiento. De modo que cuando estuve de vuelta en la residencia Lombardi, respiré hondo para darme fuerzas a enfrentar a mi esposo.
—Está de vuelta —dijo uno de los tantos hombres de traje que siempre acompañaba a Loid—. Avisa al señor que su esposa ha aparecido.
Dos empleados de servicio asintieron, saliendo corriendo a dar el mensaje.
—El señor la ha buscado durante toda la noche, señora. Él está muy disgustado ¿Qué le pasó? —quiso saber, al ver mi frente con el parche.
—¿Dónde está él? ¿Dónde está Loid?
—La llevaré.
—¡Dónde está! —levanté la voz.
El sujeto parpadeó sorprendido.
—En su despacho.
—Perfecto —caminé por delante, escuchando el paso del hombre detrás de mí—. Puedo ir sola.
—Lo siento, pero no recibo órdenes de usted. El señor Lombardi es mi jefe.
Apretando mis puños, seguí adelante, hasta que encontré la dichosa habitación, y cuando abrí la puerta, ahí lo encontré.
Sentado con una expresión seria, pero con las manos haciendo puño sobre su escritorio.
No se de donde saqué el valor para sostenerle la mirada, siempre he sido una cobarde, alguien fácil de manipular, pero esto rebalsó el vaso.
—Vayanse todos y déjenme a solas con mi esposa —ordenó, al tiempo que los dos sujetos que lo acompañaban se fueran, al igual que el que me había seguido.
Una vez a solas, pretendí ir directo al grano, pero él me ganó en las palabras, después de mirar mi apariencia.
—¿Se puede saber dónde te has metido? —dijo con calma.
—Eso que te importa. Anoche…
—¿Qué me importa? ¡Maldita sea, me dejaste en vergüenza! ¿¡A dónde carajos llevaste tu maldita presencia!?
La calma que había tenido en un principio, desapareció por completo, y yo solo pude pasar saliva nerviosamente, pero aún así no me moví, ni bajé la cabeza.
—¿Por qué te preocupas por mí? De cualquier modo puedes reemplazarme.
—¿Qué dices?
—Te oí, anoche escuché cada palabra de tu boca. Solo planeas usarme para tener un hijo.
Abrió los ojos con sorpresa, pero luego los relajó como si le diera igual.
—Bueno ¿Y qué quieres que haga? No voy a negarlo.
No sé qué ganó más, si mi odio o el asco que me invadió al recordar nuestra primera noche.
—¡Eres de lo peor! ¡Asesino! ¡Tú mataste a mi padre y a Orev!
Él se burló en mi cara, su risa era más que aterradora.
—Creo que el golpe te enredó las ideas. Yo no maté a tu padre ni al insecto ese.
—¡Lo escuché anoche! ¡Eres un maldito asesino!
—¡Ya fue suficiente! —exclamó, dando un golpe a la mesa—. Yo no los maté y si tu no quieres creerlo, es tu pro…
—Quiero el divorcio —dije sin darle oportunidad de terminar de hablar.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que oíste. A mi no me quitan de la cabeza que tú eres responsable de la muerte de ellos. Por eso no puedo ser esposa de un criminal.
—No —respondió firme—. Tú no estás en condiciones para solicitar un divorcio.
—Si lo que te preocupa es tu dinero, puedes estar tranquilo, no pediré un solo centavo. Prefiero comer lodo, antes que seguir contigo
—¿De modo que tienes agallas? Muy bien ¿Quieres el divorcio? Te lo daré, pero a cambio vas a darme un hijo.
—No, usted ya perdió la razón. No voy a unirme a tí. ¡Me repugnas!
—¡Pues es la única salida! ¿Quieres divorciarte? Dame a un heredero, de lo contrario, hazte la idea de que serás mi esposa hasta que la muerte nos separe.
—Eres un asco… No sé en qué pensé al creer que contigo estaría mejor.
Salí de esa habitación sin dar respuesta, pues ni siquiera tenía que pensarlo. Jamás dejaría que ese sujeto volviera a tomarme como su mujer.
(Las actualizaciones serán diarias y a partir del primero de diciembre serán dos capítulos diarios. Saludos.)