Empujé la puerta abierta tan rápido y silenciosamente como pude, pero mi madre, Sylvia, ya estaba esperando con una sonrisa en su rostro.
Mierda. No había sanado desde antes y ahora que no tenía un compañero para salvarme ella podría matarme si quisiera.
“Te ayudaré tanto como pueda. Esta vez tienes que permitírmelo” susurró mi loba. Sabía que tenía razón, pero eso no significaba que me gustara.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo mamá antes de arrancarme la mochila—. Recibí una llamada telefónica de una Luna angustiada sobre tu rechazo al futuro Beta. ¿Por qué harías eso? No te hizo nada.
Su sonrisa se hizo aún más grande.
Una Luna angustiada, vaya tonterías.
Ella me ha odiado desde el día en que mamá le contó todo tipo de mentiras sobre mí y cómo maltrataba a mi familia. Cómo era la hija más irrespetuosa que había visto siendo que todo lo que quería era que la amara.
La Luna se aseguró de que toda la manada supiera sobre mi supuesto comportamiento y todo fue cuesta abajo desde allí.
Solo tenía cinco años.
—Lo siento, mamá. Él dijo que no me quería. —Mantuve la cabeza baja y mi voz también.
Ella agarró mi cabello y tiró de mi cabeza hacia atrás con un chasquido.
—Las mentiras no te llevan a ninguna parte aquí. Todos sabíamos que quienquiera que fuera tu compañero te rechazaría. No eres nada y nunca serás nada.
Mantuve mis ojos mirando hacia adelante y esperé. Si me sobresaltaba o intentaba escapar, solo empeoraría las cosas para mí.
—Baja las escaleras. Tu hermano terminó de prepararse. —Me arrojó al suelo—. Arrástrate primero hacia la puerta. Quiero saber que entiendes lo que hiciste mal.
“Si todavía estamos aquí la próxima vez, me transformaré y le arrancaré la cara” me susurró Moon.
Sabía que estaba hablando en serio.
Me arrastré hacia la puerta a paso lento, siguiendo el ritmo de mi madre y conteniendo cada gota de dolor y vergüenza. Solo la haría feliz e incluso podría incitarla a hacer cosas peores si me ve así.
Podía escuchar a mi padre en su oficina. Él había escuchado todo lo que había estado ocurriendo, pero como de costumbre no hizo nada. Nunca me lastimó físicamente, pero no le importaba lo suficiente como para detenerla, y para mí eso era peor.
Mi madre me empujó por las escaleras y aterricé frente a Dennis, lleno de alegría y con una jeringa en la mano.
Oh, chico, iba a ser una de esas noches.
Belladona. Así no habría implicación de los lobos y se tomarían su tiempo mientras monologaban sobre lo bien que lo tenían controlándome.
Algún día les devolvería esto.
Me inyectó el doble de la cantidad que suelen hacerlo.
El dolor y los efectos fueron instantáneos. Ya no sentía a Moon y mi miedo realmente se hizo presente.
Ella no podría soportar ninguno de los dolores que vienen; y la completa fuerza del dolor del rechazo estaba a segundos de golpearme con toda su fuerza.
Esta noche era la noche en que iba a morir a manos de mi familia. Con ese pensamiento, finalmente decidí tener valor y salir como cadáver, pero con estilo.
—Así es como te excitas, ¿verdad, enfermo miserable? —reproché a mi hermano mientras me encadenaba las manos con plata sobre mi cabeza, con los pies apenas tocando el suelo—. Qué patética excusa de hombre.
—Cállate —gruñó mientras terminaba su tarea. Dio unos pasos atrás para ponerse al lado de mamá—. Al menos mi compañera me querrá cuando la encuentre.
Reí mientras trataba de ocultar cualquier señal de dolor.
—Eric. Él será una de las razones por las que esta manada caerá cuando él y Kenny tomen el mando. Tú serás uno de los primeros en morir ya que solo sabes cómo golpear a chicas atadas.
Gruñó, pero mamá lo interrumpió.
—Basta. Ahora puedes hacerla gritar y suplicar.
—Sí, mami —respondió él.
Qué adulador.
—Ahora, primero debo transmitirte saludos de parte de Eric y su familia.
Ella se lanzó sobre mí y comenzó a golpearme por todas partes.
—El siguiente p**o por ser una mancha en el nombre de nuestras familias y por ser un desperdicio de espacio al que tuve que dar a luz".
—Tú... eres una... —balbuceé gimiendo cada vez que un golpe aterrizaba—. Tú... eres... una... cobar... de.
—Déjame oírte retractarte. —Dennis me gritó apretando los puños.
Mamá retrocedió, sin aliento, y con los puños manchados de sangre.
—Dennis, es tu turno antes de que agreguemos una sorpresa a nuestra rutina habitual.
Apenas esperó a que ella terminara la frase antes de estar frente a mí golpeándome una y otra vez en el mismo lugar de la pierna.
Quería que sintiera cada golpe ya que ese lugar se volvía aún más sensible.
Maldición, cada vez era más difícil no rendirme y solo gritar.
Dennis cambió de táctica y rompió mi tobillo, lo que dificultó sostenerme y mantenerme alejada de la plata de las cadenas.
Se rió y retrocedió. Era el turno para la madre querida.
—Ahora es hora de agregar un poco más de belladona mezclada con un ingrediente misterioso. —Sacó una botella de su bolsillo y abrió la tapa—. Esto te hará gritar. Pondrá la guinda encima de este sundae de dolor.
Vació toda la botella sobre mi pecho, finalmente sacando ese grito de mí.
Grité, pateé, perdí la capacidad de respirar y comencé a ver manchas oscuras en mi visión. Apenas podía oírlos riendo a mi alrededor.
Casi me pierdo una nueva voz gritando.
—¡¿Sylvia?!
La nueva voz era masculina y tenía más poder que nuestra familia.
—¿Qué estás haciendo?, ¿qué diablos es esto?
Su voz se volvió más alta y enojada.
Mamá dio un suspiro de sorpresa.
—Cariño, ¿qué estás haciendo aquí? No te hemos visto en tantos años...
—Diecinueve para ser exactos.
Sonaba rígido e incómodo hablando con ella. Ya me caía bien.
—¿Por qué tienes a esta chica aquí? ¿Qué le has hecho?
—Ignórala. Saluda a tu hermano, Dennis —ordenó temblorosamente.
¿Hermano? ¿Dennis tenía un hermano?
Significa eso que él es mi hermano pero, si es así, nunca había oído hablar de él antes.
—No quiero repetirlo de nuevo. ¿Quién es ella? —rugió su advertencia.
—Nuestra patética excusa de hermana —habló Dennis—. ¿Quieres desahogar algo de tu enojo con ella? Está acostumbrada a eso.
Solo escuché un golpe y un gemido. Sonó como Dennis, pero todo lo que pude ver fueron puntos negros cuando abrí los ojos, así que los mantuve cerrados. Tenía que mantenerme despierta o estaría escribiendo mi propia sentencia de muerte.
Sentí un brazo rodear mi cintura y mi pecho quemado rozar contra algo o alguien, sacándome otro grito.
Él me calló y trabajó en quitarme las cadenas con su mano libre. Aterricé contra él como si mi cuerpo fuera gelatina.
El dolor era insoportable.
Intenté expresar mi agradecimiento por desmayarme, pero la oscuridad me llamó más rápido.