Capítulo Veintiuno: ni siquiera la guardia podría proteger el corazón del Rey

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—¿Cómo fue el entrenamiento con el Rey y sus hombres? —le pregunté a Duncan mientras los tres entraban casi tropezándose unos con otros en la sala. Leo tomó una respiración profunda y se limpió el sudor de la cara.  —Hemos tenido que entrenar más duro. Nos patearon el trasero. —Incluso el Rey. Nos dejó como tontos —gruñó Lucas, viniendo hacia mí para besarme antes de dirigirse por el pasillo. —Lo único bueno fue que explicamos todo lo que habías dicho y cómo lo sabías, y él no se asustó. Pidió hablar contigo después del almuerzo, si te sentías preparada —dijo Duncan mientras me besaba en la mejilla y agarraba mi agua para bebérsela de un trago. —Oye, eso era mío. —Traté de recuperarla, pero él simplemente la sostuvo sobre mi cabeza, riendo de mi baja estatura. —Y el jefe de seguridad

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