MEGAN HOBBS
Crecer en Montana fue encantador. Tener un rancho de gran tamaño, considerado entre los 5 más grandes del Estado nos daba demasiado trabajo. Mi abuelo toda la vida se dedico a estas tierras, a la cría de ganado y la compra y venta de caballos así también ocupó sus hectáreas para preservar algunos animales que escapan de los cazadores.
De niña creía que la vida de campo era todo lo que necesitaba, incluso soñaba con tener una familia aquí, dedicarme a lo mismo de mi abuelo para no perder la tradición familiar pero la realidad fue distinta cuando tuve quince años.
Mis padres, antes de morir, me habían obsequiado un caballo de casi un millón de dólares, el animal era el mejor cuando se trataba de dar crías, por eso el precio, también había servido para varias competiciones sin embargo cuando me lo obsequiaron decidí darle el retiro que se merecía. Nadie lo montaba más que yo, me dediqué a su cuidado y a limpiar su establo, cuidé de sus patas y salud, salía a montar recorriendo todo el rancho una vez al día antes de que el sol bajara por completo y la verdad es que eso era lo mejor de la vida.
Tenía a mis padres, mi familia, un gran lugar para crecer, la vida acomodada pero como, eso se acabó. Mis padres murieron en un accidente de coche cuando cumplí diez años.
No lo entendí al principio, mi mente me hizo comprender que ambos seguían de viaje, que se tardarían más de la cuenta y no fue hasta cinco años después, cuando Encanto murió que comprendí la soledad en la que me encontraba.
Pasé años intentando no sentirme amenazada pero la palabra soledad era cada vez más grande. Mi abuelo es lo único que me queda, somos una familia de dos desde hace muchos años porque papá fue hijo único y yo igual, así que no tenemos más que el uno al otro.
Creo que en cierta forma fue lo que me llevó a casarme con el tarado de turno, el creer que por una vez las cosas saldrían bien cuando en realidad nunca iban a suceder me hizo casarme, darle dinero para que estuviera al nivel que mi abuelo esperaba de mí y un nieto del cuál estar orgulloso pero al parecer seremos los dos, para siempre.
Apoyo el mentón en la cerca observando a uno de los caballos resistirse a ser domado lo cual es gracioso y algo estupendo al mismo tiempo. Solo los vaqueros más experimentados tienen la capacidad para ser domadores, más cuando se trata de caballos salvajes como el que tengo en frente.
—Es un buen animal ¿no crees linda?—escucho la voz de mi abuelo por lo que me volteo. Las arrugas en su frente y el cansancio en su voz me provocan dolor de estómago porque su vejez y el paso de los años solo me recuerdan que no tendré a nadie en este mundo cuando él se vaya.
—Sí, es hermoso—admito, tragando grueso para no caer en el sentimentalismo, regresando la vista al animal.
Mi abuelo da un suspiro.
—¿Debo preocuparme por ti, mi niña?—me tenso—Viniste sola, no has mencionado a tu esposo desde el momento en que llegaste y de eso ya hace cuatro semanas.
El hombre que tengo al lado es quien me enseñó que perder no era una opción. Pasé toda la vida intentando ser mejor, siempre perfecta, sin cometer errores para tenerlo orgulloso de mí y el que mi mente no olvide lo orgulloso que estaba el día de mi boda porque finalmente me concentraría en mi propia familia es lo que me prohibió decirle sobre mi divorcio cuando apenas llegué.
Las festividades de fin de año pasaron, en pocos días tengo que regresar a Nueva York para hacerme cargo de todo lo que dejé atrás incluyendo verificar que el divorcio efectivamente se haya concretado por lo que me volteo a mirar a mi abuelo.
—Abuelo, Drake y yo nos divorciamos—anuncio observando cómo frunce el ceño de inmediato.
—¿Es una broma? Pero si estaban tan bien, pensé que él te amaba que...
—Sí, yo también lo pensé pero no fue así—susurro—Me pidió el divorcio por correspondencia, ni siquiera tuvo la decencia de darme los papeles de frente el muy...
—¿Por qué?—increpa con frustración—Llevan años, hija, ¿no crees que puedan solucionar sus asuntos y dejar el divorcio de lado? Ambos se tenían mucho amor, confiaba en su matrimonio.
—Yo igual—coincido—pero un matrimonio es de a dos, no de a tres y él ya habría hecho de nuestro dúo un trío.
Aquello lo deja aún más sorprendido.
—¿Drake te engañó?
La amargura regresa a mi garganta pero esta vez mucho más fuerte y con más rapidez.
—Tiene una relación desde hace meses con su secretaria, una jovencita sin futuro que posiblemente si pueda darle hijos.
—¿Y que tú no puedes?—pregunta, clavando la mirada en mí.
Ahí caigo en cuenta que acabo de revelarle el secreto de mi matrimonio puesto que él no tenía idea, no podía soportar ser una decepción para él pero ya que está decepcionado por la falla con mi vida matrimonial no le veo nada de malo al decirle la verdad por lo que me volteo a enfrentarlo.
—Abuelo, llevo tres años intentando tener un bebé, tuvimos varias inseminaciones in vitro pero todas fallaron, ninguna se concretó. No adoptamos porque él aseguraba que quería un hijo propio así que utilizamos su semen para las in vitro pero no pudimos, no puedo—alego sintiendo un nudo en la garganta—Y mi flamante esposo tomó mi falla como mujer como una vía libre para su infidelidad así que además de ponerme los cuernos, me culpó por eso y me pidió el divorcio.
Mis palabras suenan duras, no puedo ni siquiera pensar en lo que puede estar pasando por su mente en estos momentos pero a fin de cuentas me mantengo firme. Espero un regaño de su parte, gritos, insultos, que también me culpe por no poder hacer lo que se supone que una mujer puede hacer pero eso no sucede.
Se queda pensativo, observándome con cierta pena y lo que me desconcierta es ver el cristalino en sus ojos.
—Nunca me dijiste nada—susurra conmocionado—Hija... ¿tú estás bien?
La pregunta cala mucho más profundo de lo que creí pero no por lo que me pasó, sino por siempre pensar que lo único que le importaba era que nuestro apellido se conservara y que el rancho no se perdiera cuando en realidad solo se preocupa por mí.
—¿Cómo te sientes?—vuelve a preguntar.
Tomo aire.
—Estoy bien, abuelo, estaré bien ahora que acepté que mi destino al parecer es permanecer sola—me encojo de hombros. —¿No te molesta? Saber que... que nunca podré tener hijos y...
Alza ambas manos para callarme.
—Lo único que siempre me ha importado es saber que eres feliz—menciona con una media sonrisa—Sí, quería nietos pero no por lo que crees. Cuando nos quedamos solos mi mayor preocupación fue tu futuro, el saber que algún día yo dejaría este mundo y tú mi niña, ibas a quedar sola.
—Abuelo...
Me toma ambas manos entre las suyas.
—Perdóname, si alguna vez entendiste que quería nietos por un tonto apellido cuando la realidad es que lo único que quise es que formaras tu familia para que cuando yo me vaya, tener la tranquilidad de saber que tendrás a alguien donde apoyarte.
Sus palabras me calan en lo más profundo pero ni aún así las lágrimas caen por mis mejillas, ni siquiera se forman en mis ojos, solo siento la presión en mi pecho y el nudo en la garganta lo cual me enfurece porque quiero llorar, siento la necesidad de hacerlo aunque nada sale.
—Estaré bien sola, abuelo, te lo aseguro—susurro asintiendo. —Quizás el casarme y tener hijos no es para mí.
—¿Y lo que es entones?—pregunta.
Me encojo de hombros.
—Salvar empresas y personas de la ruina... y dejar algunos otros en quiebra también—menciono esto último con una sonrisa.
Mi abuelo no tarda en comprender porque vamos, algunas mañas las aprendí de un zorro tan viejo que se las sabe todas.
—¿Lo dejaste en quiebra?—alza ambas cejas esperando mi respuesta, por lo cual asiento con la cabeza desatando una sonrisa tan perversa en su rostro, una llena de orgullo.—Esa es mi niña.
—Te lo dije, puedo cuidarme sola.
—De eso no tengo dudas, linda.
—Lo aprendí de ti—lo halago.
A pesar de ser un hombre de negocios, de formar parte de la comunidad como comisionado ganadero y tener un estatus realmente elevado en el Estado, es un hombre tan sensible que no tarda en lanzar una lágrima al mirarme.
—Lo aprendimos juntos—menciona con orgullo.
Yo perdí a mis padres y él perdió a su hijo. Ambos quedamos destrozados esa noche cuando llamaron a casa para darnos la noticia, nuestros mundos colisionaron y enese tiempo lleno de caos encontramos consuelo el uno en el otro.
Aprendí a aceptar que mis padres ya no estarían más mientras que él tuvo que aprender cómo criar una adolescente. Y la verdad es que hizo un buen trabajo si me lo preguntan.
—Así es, abuelo, lo aprendimos juntos.
Y nos quedamos ahí, abrazados mirando al caballo que a pesar de los intentos se niega a ser domado mientras el sol comienza a ocultarse tras las montañas de la hermosa Montana.