Patinar sobre hielo era una tortura. Sinceramente parecía un bambi recién nacido al intentar siquiera deslizar mis piernas como lo hacía el resto. No entendía la táctica y agradecía al universo que Stephen se la pasara más con su trasero que con los pies en el hielo. Lo único que lograría evitar mi humillación seria que el hielo se desprendiera y el agua congelada me tragara. — Oh, ¡vamos! —se quejó el padrino de Stephen de mi mala actitud con respecto a no querer romperme la cabeza en el hielo —. ¡No es tan difícil! Para él no era difícil ya que se podría confundir tranquilamente con un profesional. ¿Acaso entrenaba diario? No podía pensar siquiera en hacer una pirueta de esas sin terminar con algún hueso de mi cuerpo roto y expuesto. Me reincorpore de mi decima caída y camine, si se