Las semanas que siguieron al enfrentamiento con Leonardo se convirtieron en un torbellino de frustración y resentimiento para Isabella. La chispa que siempre había impulsado su creatividad se apagó, dejándola sumida en una apatía que no lograba sacudirse. Sus diseños carecían de vida, sus decisiones en las reuniones eran automáticas y su entusiasmo, antes tan evidente, ahora era apenas un eco lejano.
El equipo lo notó de inmediato. Su habitual dinamismo se había convertido en una indiferencia fría, como si todo lo que una vez le apasionara ya no tuviera sentido. Isabella asistía a las reuniones con la mirada perdida, sus respuestas eran vagas y sus aportes carecían de la energía que antes la caracterizaba. La moda, su refugio, se había convertido en una carga.
Luca, siempre observador, no tardó en darse cuenta de que algo estaba mal. Desde su llegada, había desarrollado un respeto profundo por Isabella, tanto por su talento como por su determinación. Por eso, la caída en su ánimo le preocupaba, pero también le resultaba incomprensible. No sabía con exactitud qué le sucedía, pero cada vez que intentaba acercarse para hablar con ella, notaba una barrera, como si Isabella hubiera levantado un muro invisible a su alrededor.
Una tarde, después de que Isabella entregara otro boceto mediocre y sin inspiración, Luca decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Sabía que algo debía hacerse, y aunque no entendía la raíz del problema, sentía la necesidad de ayudarla a salir de ese estado.
La encontró en la sala de descanso, mirando fijamente a una taza de café que parecía haberse olvidado de beber. La luz del atardecer se filtraba por las ventanas, bañando la estancia en un tono cálido, pero Isabella parecía inmune a la belleza del momento. Estaba atrapada en su propio abismo.
—¿Esperas que ese café te dé alguna revelación? —bromeó Luca, tomando asiento a su lado.
Isabella apenas esbozó una sonrisa. No había nada de aquella picardía que solía iluminar su rostro cuando alguien le hacía un comentario sarcástico. Él la observó por un instante, dándole espacio para que hablara, pero al ver que no lo hacía, decidió tomar la iniciativa.
—No soy tonto, Isabella. Algo te está pasando, y no es solo estrés. —Su tono era directo, pero amable—. No puedo pretender que sé por lo que estás pasando, pero sé lo que se siente perder la motivación. Este trabajo… la moda… puede ser agotador, y más si pierdes la conexión con lo que te hace disfrutarlo.
Isabella suspiró, agotada por dentro y por fuera. Quería hablar, desahogarse, contarle lo que estaba viviendo, pero ¿cómo podía hacerlo sin revelar el conflicto con Leonardo, sin arriesgarse a mostrar sus emociones tan abiertamente? Sabía que Luca solo quería ayudar, pero su situación era complicada, un nudo que ni siquiera ella sabía cómo desatar.
—A veces siento que todo se está volviendo gris —admitió al fin, eligiendo las palabras con cuidado—. Como si estuviera atrapada en un ciclo sin salida. Las cosas han cambiado, y siento que ya no puedo hacer mi trabajo como antes.
Luca asintió, sin presionar. Sabía que no era sencillo abrirse, y valoraba que ella al menos hubiera dicho algo. Se quedó en silencio por un momento, pensando en cómo podía ayudarla a encontrar esa chispa de nuevo.
—¿Sabes? —comenzó a decir después de una pausa—. Cuando pierdo el norte o me siento sin ganas de seguir, siempre vuelvo a lo básico. A veces, lo único que necesitamos es recordar por qué hacemos esto. Me encantaría que volviéramos a eso. Olvida la presión, olvida los resultados. Solo crea. Vuelve a divertirte con ello. ¿Qué dices si trabajamos juntos en un pequeño proyecto, algo sin expectativas, solo por el puro placer de diseñar? No tiene que ser nada importante, ni siquiera algo que vaya a ver la luz. Pero al menos podría sacarte de ese lugar oscuro en el que te has metido.
Isabella lo miró, sorprendida por la propuesta. Había algo en la sinceridad de Luca que la desarmaba, y la idea de volver a los inicios, de diseñar sin la presión de las expectativas, le resultaba extrañamente atractiva. Era como si le ofreciera una salida, una puerta que la llevara de vuelta a lo que realmente la hacía feliz.
—No sé si funcionará —murmuró ella, con un tono que denotaba cierta duda—, pero podría intentarlo. Tal vez necesite recordar por qué empecé en todo esto.
Luca sonrió, sintiendo que había logrado dar un pequeño paso en la dirección correcta.
—Eso es todo lo que pido. Intentémoslo y veamos qué pasa. Quizás descubras que la pasión sigue ahí, escondida bajo todo el ruido.
Esa misma tarde, se encerraron en una de las salas de diseño. Sin plazos, sin expectativas, solo un par de mentes creativas con el objetivo de divertirse y dejar fluir las ideas. Al principio, Isabella aún se sentía atrapada en esa sensación de vacío, pero poco a poco, a medida que las ideas empezaban a tomar forma, sintió que una parte de ella se iba liberando.
Las risas surgieron de manera natural. Luca tenía una habilidad innata para hacer que todo pareciera más ligero, para transformar la presión en algo manejable. Trabajaron sin parar, probando combinaciones de colores y telas que normalmente no habrían considerado. No había restricciones, no había miedo al error. Solo el deseo de crear algo desde el corazón.
Al finalizar la jornada, Isabella se dio cuenta de que, por primera vez en semanas, había disfrutado de su trabajo. Luca, con su energía y su optimismo, había logrado algo que ni siquiera ella pensaba posible: había encendido nuevamente esa chispa que creía apagada.
Mientras guardaban los bocetos y ordenaban el espacio, Luca la miró con una expresión de satisfacción.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.
Isabella sonrió, esta vez de verdad.
—Sí, Luca. Mucho mejor. Gracias.
—Para eso estamos —respondió él, guiñándole un ojo—. Y recuerda, Isabella, pase lo que pase, siempre habrá un camino de vuelta a lo que realmente amas. Solo tienes que permitirte buscarlo.
Esa noche, Isabella se fue a casa con un ánimo renovado. Sabía que las dificultades seguían ahí, que sus problemas con Leonardo no se resolverían de la noche a la mañana, pero al menos había recuperado una parte de sí misma que temía haber perdido para siempre. Sabía que, con un poco de paciencia y apoyo, podía volver a ser la diseñadora apasionada que siempre había sido.