Isabella subió con determinación las escaleras que llevaban al despacho de Leonardo. El bullicio en la oficina era habitual, pero en su mente solo había un único objetivo: enfrentarse a él. Llevaba semanas soportando el comportamiento insolente de Valeria, las interrupciones en su trabajo y las decisiones arbitrarias que habían puesto en peligro la colección en la que tanto se había esforzado. Pero la escena del día anterior, en la que Valeria había despedido a una modista por un simple desacuerdo, había sido la gota que colmó el vaso. Leonardo no podía seguir permitiendo que su prometida se paseara por la empresa como si fuera la reina de todo.
Cuando llegó frente a las puertas de cristal del despacho de Leonardo, apenas tocó antes de entrar. Él estaba concentrado, revisando unos documentos, pero al verla irrumpir con tanta energía, levantó la vista. La expresión en el rostro de Isabella hablaba por sí sola.
—Isabella, ¿qué pasa? —preguntó con calma, aunque la rigidez en su postura revelaba que se preparaba para un enfrentamiento.
—¿Qué pasa? —repitió ella, con una mezcla de indignación y furia. Cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y se acercó al escritorio—. ¡Lo que pasa es que estoy harta, Leonardo! Estoy harta de ver cómo Valeria se pasea por aquí, tomando decisiones absurdas y arruinando el trabajo de todo el equipo. ¡Incluso está despidiendo a gente sin ninguna razón! ¿Cuándo piensas hacer algo al respecto?
Leonardo dejó los papeles a un lado y se reclinó en su silla, midiendo sus palabras. Sabía que este momento llegaría tarde o temprano, pero no esperaba que Isabella estuviera tan afectada. Y eso lo preocupaba, porque detrás de su enojo también percibía un dolor que no había anticipado.
—Entiendo que estés molesta, Isabella —respondió con un tono bajo, buscando calmar el ambiente—, pero por favor, escúchame primero.
—¡No quiero escuchar más excusas! —lo interrumpió ella, dando un paso más cerca—. ¿Cómo puedes permitir que Valeria siga interfiriendo en cada aspecto de la empresa? ¿Es que no te das cuenta de que está arruinando lo que hemos construido?
Leonardo suspiró y se levantó, caminando hacia ella con las manos en los bolsillos. No quería seguir discutiendo desde la distancia de su escritorio; la situación requería otro enfoque. Se detuvo a solo unos pasos de ella, tratando de sostener su mirada, pero la intensidad en los ojos de Isabella lo obligó a bajar la vista por un instante.
—Tienes razón en todo lo que has dicho —admitió, con una honestidad que desconcertó a Isabella—. Lo que Valeria ha estado haciendo no es aceptable. Y créeme, he estado trabajando para encontrar una solución.
Isabella se cruzó de brazos, aún con la ira vibrando en su interior. Sus palabras no la calmaban; necesitaba hechos, no promesas vagas.
—¿Una solución? —replicó, escéptica—. ¿De qué tipo de solución estamos hablando?
Leonardo se acercó un poco más, adoptando un tono más suave.
—He logrado que Valeria acepte un puesto en la junta directiva. Mi tío Enzo ha decidido retirarse, y ese asiento estaba vacante. Es un rol que le dará la influencia que necesita para sentirse satisfecha sin estar encima de cada detalle operativo. Ya no estará involucrada en el día a día de la empresa.
Isabella parpadeó, sorprendida por la noticia. De alguna forma, eso era exactamente lo que había querido oír: Valeria, fuera del control cotidiano de Rossi Fashion. Pero la forma en que Leonardo lo había expuesto no la dejaba del todo tranquila. Había algo en la expresión de su rostro, una tensión sutil en sus ojos, que le hizo pensar que él no estaba contando toda la verdad.
—¿Y crees que eso es suficiente? —preguntó Isabella, sin bajar la guardia—. ¿Crees que Valeria va a aceptar quedarse sentada en una junta mientras todos aquí seguimos trabajando? Ella siempre querrá tener la última palabra, siempre.
Leonardo soltó un suspiro pesado y volvió a acercarse a su escritorio. Se apoyó en él, mirándola con cansancio.
—No puedo garantizar que todo será perfecto a partir de ahora, Isabella. Sé que esto ha sido difícil para ti… para nosotros —rectificó, dejando entrever más de lo que quería admitir—. Pero estoy tratando de manejar la situación de la mejor manera posible. Esto no es solo una cuestión empresarial para mí. Hay compromisos que tengo que respetar, aunque no los haya elegido.
Isabella sintió una punzada de empatía al escuchar esas últimas palabras. Sabía que la situación no era fácil para él, que había presiones familiares que ella nunca podría entender por completo. Pero aún así, no podía evitar sentirse inquieta.
—Entonces, ¿eso es todo? ¿Valeria ahora solo estará en la junta? —inquirió, aún desconfiada.
Leonardo asintió lentamente.
—Sí, y he dejado claro que no habrá más intromisiones. Si lo hace, tendrá que enfrentar las consecuencias. Pero, Isabella… necesito que confíes en mí.
Ella lo miró en silencio durante unos segundos, buscando en sus ojos alguna pista de que no le estaba ocultando nada más. Aunque las palabras de Leonardo eran razonables, algo en su instinto le decía que él seguía lidiando con presiones que prefería no compartir.
—Está bien —dijo finalmente, aunque su voz reflejaba cierta duda—, confío en ti, Leonardo. Pero si esto no cambia, tendré que pensar en lo que quiero para mi futuro aquí.
Leonardo asintió, aceptando la advertencia implícita en sus palabras. Sabía que no podía perderla, ni como diseñadora ni como la persona en la que se estaba convirtiendo en su vida. Pero mientras Isabella se daba la vuelta para salir del despacho, él sintió un peso en el pecho, consciente de que no todo estaba resuelto.
Valeria estaba ahora en un lugar donde podría influir de otra manera, y Leonardo temía que aquello no fuera más que una tregua temporal en un conflicto mucho mayor. Un conflicto que, más temprano que tarde, acabaría explotando de una forma que ninguno de ellos podría controlar del todo.