Leonardo permanecía sentado en su despacho, con la mirada perdida en la vasta extensión de la ciudad que se desplegaba frente a los ventanales. Desde lo alto, las luces parpadeaban como pequeños fuegos fatuos, invitando a la reflexión, pero esta noche, su mente estaba en un caos que ni siquiera la vista podía apaciguar. Sentía como si todo a su alrededor se estuviera desmoronando, y la causa de aquel colapso era la persona con la que, en teoría, debería estar construyendo su futuro.
Valeria.
Había conocido a Valeria cuando eran jóvenes, dos herederos de familias prominentes cuyas vidas ya estaban trazadas en mapas que ellos no habían dibujado. Sus padres, en particular su padre, habían dejado claro desde el principio que la unión con Valeria era algo más que un matrimonio; era una alianza entre dos imperios familiares, una decisión estratégica para consolidar poder y prestigio. Leonardo lo había aceptado con resignación, pensando que podría manejarlo, que con el tiempo aprendería a apreciar la vida que se le había asignado.
Sin embargo, la realidad había resultado ser muy diferente. Aunque Valeria siempre había sido hermosa y encantadora en sociedad, su verdadera personalidad había comenzado a mostrar fisuras a medida que se acercaba la fecha del matrimonio. Y ahora, con su constante intromisión en Rossi Fashion, esas fisuras se estaban convirtiendo en grietas peligrosas que amenazaban con destruir lo que él y su equipo habían trabajado tan arduamente por construir.
Leonardo no podía dejar de pensar en la última conversación con su padre, una conversación que había reavivado las dudas y el resentimiento que había tratado de enterrar. "Leonardo, debes darle más peso a Valeria dentro de la empresa," había dicho su padre, con ese tono autoritario que no admitía réplica. "Es tu prometida, y como futura esposa del director creativo, su opinión cuenta. Además, es lo que acordamos."
El acuerdo. Esa palabra le había martillado en la cabeza desde entonces. Todo en su vida parecía regirse por acuerdos, por compromisos que nunca había tomado de manera voluntaria. En teoría, Valeria debía ser una aliada, alguien con quien compartir el peso de sus responsabilidades, pero en lugar de eso, se había convertido en un lastre que arrastraba todo a su alrededor hacia el caos.
La gota que colmó el vaso fue la reunión de esa tarde, cuando Valeria había insistido en cambiar los colores de la nueva colección de primavera. Sus sugerencias habían sido tan radicales, tan ajenas a la esencia de la marca, que habían hecho tambalear todo el trabajo de meses. A pesar de las objeciones de Isabella y del resto del equipo, Valeria había impuesto su voluntad, confiando en el respaldo implícito de Leonardo.
El resultado había sido un desastre. Los colores chillones y la falta de coherencia en la colección habían recibido críticas devastadoras, tanto internas como externas. Los comentarios de los colaboradores y los primeros informes de los medios especializados no dejaban lugar a dudas: la colección estaba condenada al fracaso.
Sentado en su despacho, con las críticas extendidas frente a él, Leonardo sintió una oleada de rabia y frustración que lo recorrió por entero. Su paciencia había llegado al límite. Rossi Fashion era su vida, el legado que quería dejar, y no podía permitir que Valeria, por muy comprometido que estuviera con ella, lo destruyera con su arrogancia y falta de criterio.
Leonardo se levantó de su asiento y caminó hacia el minibar, sirviéndose un whisky sin hielo. Bebió un trago largo, sintiendo el ardor descender por su garganta y calmar, al menos temporalmente, la tormenta en su interior. Sabía que tenía que tomar una decisión, una que podría cambiar el rumbo de su vida, tanto personal como profesionalmente.
El primer whisky fue seguido rápidamente por un segundo y luego un tercero. Cada sorbo le daba la valentía que sabía necesitaría para lo que venía. No podía seguir permitiendo que Valeria socavara su autoridad y pusiera en peligro todo por lo que había trabajado. La decisión estaba tomada: era hora de ponerle un freno.
Con la determinación firme y el whisky proporcionándole la determinación necesaria, Leonardo tomó el teléfono y llamó a Valeria. "Necesito verte en mi despacho, ahora mismo," dijo con voz controlada, casi fría.
Colgó antes de que ella pudiera responder. Sus manos temblaban ligeramente, pero se obligó a respirar profundamente y volver a concentrarse. Este era un momento crucial, y no podía permitirse dudar. De alguna manera, su futuro y el de la empresa se entrelazaban en lo que estaba a punto de suceder.
El despacho estaba en silencio, un silencio pesado, cargado de anticipación. Leonardo permanecía de pie, mirando la puerta como si fuera un portal hacia un destino desconocido. Cada segundo que pasaba sentía el peso de lo que estaba por venir.
Finalmente, escuchó el sonido de tacones resonando en el pasillo, acercándose con rapidez. Valeria.
El corazón de Leonardo latía con fuerza en su pecho. Un torbellino de emociones —ira, determinación, pero también una tristeza profunda— lo atravesó mientras las puertas de su despacho comenzaban a abrirse.
Valeria apareció en la entrada, radiante como siempre, pero con una expresión de curiosidad mezclada con impaciencia en su rostro. No tenía idea de lo que le esperaba, pero Leonardo sí, y sabía que ya no había marcha atrás.
Esta confrontación sería decisiva