El día de la boda había transcurrido en una vorágine de emociones, ceremonias y celebraciones junto a las pocas personas que invitamos a nuestra boda. Ahora, Lina y yo, recién casados, nos encontrábamos en el umbral de un nuevo comienzo, como marido y mujer. Atrás habíamos dejado la fiesta y a nuestros invitados, embarcándonos hacia nuestra luna de miel. Con los nervios aún vibrando de la emoción del día, cargamos nuestras maletas en el coche, en la puerta de nuestra casa había un enorme lazo que decía “Recién casados”. Lina lucía radiante en su vestido de novia, aunque ya se había cambiado a una ropa más cómoda para el viaje. No sé por qué tanto estrés por el vestido, si el que eligió fue perfecto. Su rostro reflejaba una felicidad pura, una sonrisa que iluminaba toda su expresión. La b