La esposa que no amo⏤Vestido arruinado

2378 Words
Luego de ordenar sus cosas en el pequeño espacio, Chiara subió a la cama con su portátil sobre sus piernas, desde ya sentía la dureza de aquel colchón, sería una muy larga noche, pero al menos solo sería esa noche. Después de su boda partiría a la luna de miel con su esposo y muchas cosas cambiarían para ella. Estaba emocionada. El siguiente paso era conocer el rostro de su esposo. Tecleó con rapidez su nombre. Davide Queen. Aparecían varias páginas con información sobre empresas y demás, pero ni un solo rostro. Entró a más de siete sitios webs donde figuraba el nombre de Davide, ¿cómo era posible que no hubiera ninguna foto? Amplió más su búsqueda, añadiendo para saber de la familia Queen, en ella aparecía su padre, madre y dos hermanos, con nombres y fotos. Pero nada del hermano mayor. —¡No puede ser! —Deseaba ver el rostro del hombre que sería su esposo. Pero parecía imposible. Dejó el portátil en la cama y recostó su cabeza a la almohada—. Quiero verlo. No quiero llegar allí y recién conocer el rostro de mi esposo. —Sentía que sería extraño, pero todo en su boda era muy extraño, desde ese correo que le envió su padre, preguntándole si recordaba lo que él y su madre le habían dicho cuando ella era pequeña, que se casaría con uno de los hijos de la familia Queen. ¿Cómo iba a recordarlo? Si de su niñez no recordaba nada, ni a su madre, sobre todo porque nadie le hablaba de ella, siendo una niña y sin alimentar esos recuerdos fácilmente fueron quedando en el olvido. Cosa que a ella le dolía mucho. Alguien tocó a su puerta y Mildred entró cuando Chiara se lo indicó. Había pasado al menos dos horas desde que ella llegó a la casa, sus ojos se iluminaron al pensar que su padre ya había llegado. —Señorita. —¿Ha llegado mi padre? —preguntó con ilusión. —No, pero la señora Rosario quiere verla. Chiara sonrió débilmente, no sabiendo si eso era algo bueno. —Claro, ahora mismo salgo. Puedes irte—Mildred salió. Chiara bajó de la cama y se colocó sus zapatos, tenía que preguntar a Rosario muchas cosas, como por su vestido de boda y más detalles al respecto que ella desconocía. La boda era mañana, no quería ponerse más nerviosa, pero quería tener los detalles. Cerró la puerta de su abandonada habitación y recorrió el camino hasta llegar a la cocina y poder salir al salón. Allí, elegantemente sentada en el sofá, estaba la señora de la casa. Rosario era muy bella y todavía conservaba gran parte de su juventud, disimulando muy bien los pequeños retoques que había hecho en su rostro o esos pechos de veinteañera que se había comprado. Chiara siempre supo que sus hermanas eran igual a su madre, ahora lo confirmada. Las gemelas poseían la mayor parte de la belleza de Rosario y puede que otras cosas menos útiles también. —Hola, Rosario—saludó, siendo ese el primer acercamiento directo entre ellas dos. —Chiara, estás muy grande. —Chiara sonrió, sin notar el trasfondo de esas palabras. Era la hija mayor de su esposo, por eso, pese a siempre estar en el extranjero, para Rosario no dejaba de ser la sombra de la primera esposa del señor Moretti—. ¿Cómo ha estado tu viaje? —Chiara comenzó a sentirse más tranquila, viendo que la señora se ha mostrado amable. Quizás podía mencionar que le hicieran un cambio de habitación. —Ha estado muy bien. —Mañana es tu boda, ¿no estás nerviosa? —No. O sí. Supongo. Todo esto ha sido muy inesperado. —¿Dices que no deseas casarte? —Lo extraño de todo esto es que sí deseo casarme. —Rosario levantó su mano y Chiara se acercó despacio a ella, sentándose a su lado—. Gracias. —Entendería completamente si no deseas casarte. Los Moretti y los Queen en algún punto de la historia volverían a unirse otra vez, siempre ha sido así. Pero no tienes que ser tú. —¿No? —Tienes otras dos hermanas—dijo con una sonrisa desdeñosa. —Creía que… —¿Qué se casaban con los hermanos mayores? La hija y el hermano mayor de cada familia. Eso lo sé, pero si no te quieres casar, quedan dos hermanas para hacerlo. Y los Queen tienen hijos menores a Davide. Algunas cosas pueden cambiar, esta es otra generación y está representada por los cambios. —Pero sí me quiero casar. He aceptado. Y mañana es mi boda—Chiara se puso de pie, pero Rosario tomó su mano, empujándola para que se sentara otra vez. —Te faltan modales, ¿eso que escuché fue un tono alto de voz que dirigiste hacia mí? ¿No se supone que estabas en uno de los mejores internados? ¿Es que solo era costoso? Porque cada maldito año mi esposo desembolsaba una enorme cantidad de dinero para tu educación, pero veo que careces de ella. —No le grité. —¡Y ahora me contestas! ¡Esto es un insulto! —Pues me disculpo. —Tu estúpida disculpa no me sirve de nada si no es sincera, ¿quién demonios te crees? —Rosario se puso de pie—. A lo mejor no mereces ser quien se case con Davide Queen—No, para Rosario ella no lo merecía. Tenía dos hijas muy hermosas, que destilaban belleza y elegancia, aptas y dignas para ser quienes enlazaran otra vez a los Moretti con los Queen, pero eligieron a Chiara, solo porque era algo que ya se había dicho. ¿Qué hay de sus hijas? ¿No merecen también ese privilegio? Rosario entendía que para Chiara era un privilegio, uno que no merecía solo por ser la hija mayor de su esposo. —Soy la esposa elegida—En Chiara se notó un poco de orgullo y seguridad que Rosario se encargaría de aplastar. La boda aún no se realizaba, por lo que, todavía había tiempo de que Chiara Moretti cambiara de opinión. —Olimpia—Rosario apretó los dientes sin dejar de mirar las cejas fruncidas de Chiara. Se veía muy tranquila, aquella expresión tan noble y calmada pese a que sus cejas querían unirse y en su frente se dibujaban tres líneas, siendo lo único que podía indicar que la joven estaba enojada. Unos tacones resonaron a la distancia, pero se iban acercando con rapidez—, Darnelly. La señora volvió a sentarse, sus hijas entraron en escena como si estuvieran en una pasarela de modelar. La primera, Olimpia, llegó con un hermoso vestido blanco de novia, era tan bello, tan todo, que hizo que Chiara se pusiera de pie, sabiendo en ese preciso momento que era su vestido de novia. Se levantó, incapaz de entender lo que estaba pasando. Rosario la sujetó con más fuerza, devolviéndola a sentarse. Darnelly, hizo su maravillosa entrada con el vestido de la fiesta. Este también era blanco, rodeado de perlas en la parte de la cintura, con un pequeño vuelo del lado atrás, sus mangas eran pequeñas, discretas, igual que el escote, pero era perfecto para una celebración. Sus ojos se llenaron de lágrimas, viendo que sus hermanas usaban sus vestidos. —Son míos—sollozó—. Son mis vestidos. Quiero que se los quiten, por favor. —Técnicamente no son tuyos. Yo los he comprado. —Razón no le faltaba. Llamó a sus hijas para que se acercaran, ellas lucían unas brillantes sonrisas, bastante cómodas con toda la situación—. Mira, mira de cerca. Una de ellas dos puede ser la novia para mañana. Cualquier de ellas es mejor que tú, perfecta. Solo tienes que decir que no te casas. —Es mi boda. Me eligieron a ti. —¡Un derecho que no tiene que pertenecerte! ¡La esposa soy yo! ¡Yo soy la señora Moretti! Y estas son mis hijas, entonces se debió elegir una de ellas. No a ti. —Quiero que se quiten los vestidos, por favor. —Los he pagado yo. —¡Seguro que los pagó mi padre! Entonces son mis vestidos, yo soy la que se casa. —Eso puede cambiar—dijo una de las gemelas—. Solo di que no te vas a casar. —Ni siquiera… son mayores de edad—respondió Chiara. —Davide te lleva alrededor de quince años, se ha esperado a que tú seas mayor de edad, entonces se puede esperar a que mis hijas lo sean. ¿O es que crees que eres la única que puede ser esperada? —Toda esta situación… es ridícula. ¿A qué hora llega mi padre? Necesito hablar con él. —No es tu padre, huerfanita—dijo la que estaba más próxima a ella, era Olimpia. —¿Huérfana? ¿Huerfanita? —¿No solo a los huérfanos los envían a internados, lejos, en lugares llenos de monjas para ver si de ellas reciben algo de amor? Ya que no hay nadie más que las quiera. —¡Tengo un padre! —¡Pero no te quiere! Sin prestar atención a si aquello era bueno, malo, correcto o muy impulsivo, Chiara empujó fuertemente a Olimpia, haciendo que la joven cayera hacia atrás, acto seguido Darnelly prácticamente saltó contra Chiara, tomando entre sus largos dedos gran cantidad de su cabello y tirando de ella hacia atrás, Olimpia se recompuso muy rápido, llena de ira, intentando que Chiara pagara por haberla empujado. Entre ambas peleaban contra su hermana mayor, una tirando de su cabello y la otra arremetiendo contra su cara, golpeándola frenéticamente. Chiara no se quedaba de brazos cruzados, pero la posición en la que estaba, con la cabeza hacia abajo y sometida por el cabellera, la dejaba en total desventaja, con sus manos intentaba defenderse, pero las gemelas sabían mantener la distancia de esas manos, Chiara quería ir hacia atrás, eso solo arrojaba más dolor hacia ella, sentía que todo su cabello era arrancado de su cráneo, lloraba, pero no dejaba de pelear; cayó al suelo sin que Darnelly soltara su cabello, boca arriba Olimpia intentó ir sobre ella, pero Chiara la pateó hacia atrás, Darnelly dejó un pie sobre su pecho, clavando allí aquel tacón, Chiara soltó un grito desgarrador cuando sintió eso en su pecho, desgarrada por el dolor, sujetó la pierna de Darnelly y la mordió, haciendo que esta la retirara, pero ahora cayó sobre ella, sobre su pecho, dejando la cabeza de Chiara entre sus piernas y sus brazos debajo. —¡Mataré a esta perra! —gritó Olimpia detrás. Las hermanas habían sometido a Chiara. A un lado, todavía sentada en el sofá, Rosario solo las miraba, disfrutando de la paliza que sus hijas daban a Chiara. Con todo el alboroto, Mildred y Canela, que era la otra señora del servicio, tan solo miraban desde lejos, ocultas sin hacer nada. Sabían que la llegada de la hija mayor del señor desataría caos, pero jamás se imaginaron que las cosas se darían de esa manera en el primer día. —Pequeñas, déjenle un regalo en su cara, ya que ella insiste en casarse. Que el novio la vea más horrenda de los que es. —¡No! ¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame ahora mismo! —lo único que tenía movilidad eran sus piernas. Con ellas intentaba de todo, pero el peso de su hermana no la dejaba hacer mucho más—. Por favor…—comenzó a suplicar, sabiendo que pelear le era imposible—¡Por favor, no! —Tranquila. De todos modos, ya eres fea. —¡Señora! —Canela corrió hacia allí, sin ser capaz de solo quedarse mirando mientras hacían eso con la señorita Chiara. Canela la vio nacer, la cuidó en las noches cuando su madre estaba muy cansada y fue el pecho en el que Chiara Moretti lloró cuando su madre murió. Rosario levantó la mirada hacia Canela, la única del servicio que tenía todos esos años con ella y a quien su esposo no dejaba que ella despidiera. Canela era una señora de unos sesenta y largos años, su cabello ya canoso y mirada arrugada. Rosario no tenía ninguna queja de ella, salvo que también sirvió a la primera esposa del señor Moretti. —¿Qué quieres, Canela? —Si los Queen se dan cuenta de que sus hijas han causado tal daño, dañar su cara antes de la boda, creo que se enojarían bastante con los causantes. Provocar una vergüenza de ese tipo no sería lo indicado justo ahora. Rosario se lo pensó por unos segundos. —Déjenla. Y entréguenle el vestido. —¡Pero mamá! —se quejaron al mismo tiempo. Pero acataron de inmediato la orden de su padre. Darnelly fue la primera en bajar la cremallera de su vestido allí mismo, quedándose en ropa interior, lo arrojó sobre Chiara y se fue hablando por lo bajo, emitiendo insultos hacia Chiara. Olimpia también obedecería, pero no con la misma facilidad que su hermana. —¡Oh, por Dios! ¡Mira lo que has hecho! —exclamó, tomando un trozo de tela fina del vestido, lo estiró con ambas manos y la tela hizo aquel típico ruido al rasgarse—. Tenías que haber tenido más cuidado, Chiara—bajó la cremallera y se lo quitó, también arrojándolo sobre Chiara. Chiara sujetó sus vestidos contra su pecho, sin dejar de llorar, no podía levantar la mirada, tampoco se creía capaz de ponerse de pie. —¡Sáquenla de mi vista! —ordenó Rosario. Mildred y Canela ayudaron a Chiara a ponerse de pie, sacándola de la casa en aquel momento. La dejaron en su pequeña habitación y se marcharon. Chiara se arrojó al suelo, soltando los vestidos y tocando con cuidado su rostro. Todo le dolía, el pecho por el tacón que su hermana presionó contra ella, la cabeza, el rostro. Tan solo le quedaba llorar, esperando a que su padre llegara a casa o que llegara el día de mañana para ya casarse y largarse de allí. Cada vez tenía más confianza en su boda, en tomar esa salida.
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