–Despierta–Era la voz de ella, la que escuchaba todas y cada una de las mañanas. Mariel. Haciendo de sus amaneceres una experiencia espectacular. Su mano estaba en su cara, pero él la tomó, aún sin abrir los ojos, la puso en su pecho, justo sobre su corazón. Sus latidos eran normales, pero poco a poco hubo una aceleración, entre otras cosas que se encontraban un poco más abajo, en una zona más cálida. –¿Por qué?–Se quejó con voz pastosa. La noche anterior había sido larga, él y Mariel tuvieron una junta que los dejó exhaustos y él no comprendía cómo era que al otro día ella podía levantarse tan radiante, con tantas energías. Pensaba que, luego de un año completo sin trabajar, le estaba costando más. ¿Y cómo no? Si Tobías en ese año se dedicó a sus hijos, enteramente a ellos. Pero