Pasé la noche llorando, quizás confundida, puede que llena de dudas, tendría que irme allí y la idea de vivir con Davide no era tan maravillosa como me quería hacer creer yo misma. Pero si no iba, él me iba a quitar a mi hijo. Realmente a mí no me necesitaba, no estaba aquí por mí, solo por Davide. Si decía que no, que no quería ir a Italia, fácilmente mis brazos se verían vacíos, sin mi hijo, sola y sin la ayuda de mi padre, porque para lo único que mi madrastra quería que mi padre me llevara a casa, era para seguir humillándome como ya lo hacían antes y complaciendo a mis hermanas, sus caprichos, sus deseos que solo se basan en el dolor que me causaban. Davide era la única salida. Italia era la mejor opción, no tenía que pensarlo más. Antes de las ocho de la mañana, fui a casa de