Lina observó con tristeza la imponente fachada de la sede central de la empresa de Rafael. Las luces brillaban en la noche, como si la fortuna del hombre que una vez había sido su esposo se manifestara en cada centella luminosa. Respiró profundamente y ajustó la bufanda que cubría su rostro. Esta sería la noche en que cambiaría todo. Había pasado mucho tiempo desde que Lina y Rafael habían compartido sus votos matrimoniales, y desde entonces habían seguido caminos divergentes, con un matrimonio que fue tan corto como el amor Rafael decía tenerle. La relación se había desmoronado, dejando un rastro de resentimiento y amargura. Habían tenido un hijo, Declan. Sin embargo, Rafael nunca había aceptado plenamente su paternidad ni había mostrado ningún interés en el niño desde el primer día en q