Las horas pasaban y Magnus se sentía aún más impaciente, su pareja junto con su hijo debían de haber regresado hace cinco horas, pero nadie sabía de su paradero. El noruego había marcado numerosas veces el número de Adelaida, pero todas eran enviadas al buzón. Llegó a pensar que quizás se encontraba comprando algunas cosas y que por esa razón no le atendía, pero los guardias que estaban acompañando a Adelaida tampoco respondían las llamadas.
— ¿Aún no has rastreado ninguno de los teléfonos?… — Pregunta con cierta impaciencia el noruego observando a su mejor amigo, el cual se encontraba sentado en un escritorio junto con una computadora.
— El teléfono de Adelaida no se encuentra en la zona, parece que lo han destruido por completo… — Dice Bard en un tono inseguro mirando algunas cosas en la pantalla. — Manda a unos guardias a la carretera secundaria de la zona sur, encontré uno de los teléfonos de los guardias que estaban con ella. — Magnus sale corriendo de la habitación donde se encontraba con Bard, en el camino el mafioso comienza a gritarle a varios de los guardias que estaban en su mansión que se subieran a los carros para que lo siguieran.
El auto que estaba conduciendo Magnus iba a alta velocidad, el paisaje que estaba a su alrededor no se podía distinguir ante la velocidad en la que iba. Los autos que antes estaban siguiendo a su líder se habían quedado atrás, lo único que pasaba por la mente de Magnus era la imagen de Adelaida junto con su hijo, el mafioso deseaba que ambos estuvieran bien.
Pero la imagen que presenció sus ojos azules a unos metros de distancia hizo que el carro se detuviera bruscamente, el freno lo piso con tanta fuerza que por un momento Magnus había perdido el control del auto, el cual se había movido como zigzag. Cuando el noruego por fin pudo bajar del coche se acercó corriendo hacia la camioneta que estaba en el medio del camino, todos sus guardias se encontraban muertos.
La calle estaba llena de sangre adornada con armas y balas tiradas por todos lados, las puertas de la camioneta donde debía de encontrarse Adelaida estaban abiertas, pero cuando Magnus se acercó hacia ellas no encontró nada. No había rastro de su pareja y mucho menos de su hijo, el rostro del mafioso se movió a varias direcciones intentando buscar entre los alrededores a Adelaida.
Lo que menos quería era encontrarse con el cuerpo de su pareja o el de su hijo, detrás de él se escuchó como varios autos se detuvieron justo donde estaba el suyo, sabía que eran de los suyos, por lo que no se preocupó. De una de las camionetas se bajó Bard corriendo en su dirección, le habían mandado un mensaje importante.
— ¡Magnus! — Pronunció su nombre preocupado al observar el rostro lleno rabia y preocupación de su mejor amigo.
— No están… Ninguno de los dos. — Dice en un susurro, sintiendo una gran impotencia dentro de él, sentía que había sido su culpa por no haber estado allí y protegerla.
— Gustaf tiene información, me acaba de mandar un mensaje diciendo que acaba de agarrar a Erik… — Al escuchar el último nombre sintió como la sangre le hervía de la rabia, su propio hermano se había convertido en su adversario al juntarse con la mafia enemiga con la que tenía muchos problemas.
— ¿En dónde están?… — Pregunta en tono molesto caminando hacia su auto mientras que Bard lo seguía.
— Están en el muelle abandonado, nos está esperando. — Bard antes de subirse con Magnus le avisa a los demás que los siguieran y que otros investigarán la escena.
(…)
Gustaf veía con gran enojo a su hijo menor, Erik. El cual estaba con grandes moretones en su rostro ante la paliza que le había dado su padre, sabía que aquello había sido por su traición y más cuando Gustaf se enteró de que había sido el quién planeo el secuestro de Adelaida junto con su nieto, aquellas dos personas eran sagradas para Gustaf y mucho más para Magnus.
— ¿¡En dónde están!? — Grita Gustaf haciendo que su hijo solo mirara el suelo sin querer soltar alguna palabra, pero en ese momento las puertas se azotaron abriéndose por completo.
— Es mejor que me lo digas ahora… — Dice Magnus en un tono enojado, por dentro aguantaba las ganas de golpearlo, ya que quería darle una última oportunidad. — Solo tienes una oportunidad, Erik… — Su hermano no podía mirar el rostro de Magnus, le tenía miedo, sabía lo que podía llegar hacer.
— Es tarde, Magnus… Ya no puedes hacer nada por ellos.