Caminando alrededor de la esquina, hacia la cocina, vi a Echo acurrucada en una silla comiendo papas fritas y mirando su teléfono. Estaba completamente en su propio mundo. No pude evitar la sonrisa que se formó en mi rostro. Era tan inocente y dulce. No transmitía ningún miedo o preocupación. Solo la felicidad que sentía cuando comía. Amaba la comida y quería que probara todos los tipos. —Echo, hemos terminado —le dije suavemente. —Lo siento, me alteré. No me di cuenta de que podía ponerme así. Estoy mejor ahora que he comido —Sonrió. —Buena. Ni siquiera pensé en cuánto trabajo debiste haber hecho. Tenías todo el derecho de alterarte un poco —dije mientras me sentaba a la mesa con ella. Ella había trabajado duro todo el día y no había sido tan agradecido como debería haber sido. La cu