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2770 Words
Después del deprimente fin de semana que pasaron tras el incidente en la finca de Ellis, cada uno tuvo sus momentos de sentimentalismo y culpabilidad, Marcela se replanteó con dureza el ser la causante de sus fallos maritales, le dio un abrazo a la almohada y lloró en silencio, mientras terminaba de llenar las últimas preguntas que no quería responder de la documentación para el análisis de su caso de adopción.  Estaba decidido, entregaría esos papeles y en unos meses sería la madre de alguien.  Ellis por su lado recibió en silencio la presión por parte de su padre, el hombre siempre esperaba algo más de sus hijos, pero,  sin importar qué eligiera o estuviese haciendo Ellis su padre le juzgaba durísimo, le calificar y deliberar con cierta sin saña.  El lunes los dos socios ingresaron a la oficina con un humor de perros.  Marcela evitó mirar o hablar con alguien, en especial con Ellis. Fue directo a su oficina a leer correos que tenía acumulados, los documentos que su secretaria le pasó y recibió el recordatorio, “feliz viaje” el cuál tenían que hacer ella y Ellis. El miércoles, intentó cancelar, pero le fue imposible dado que ya los campos habían sido reservados previamente y era tarde para un rembolso o cambio de planes. La mujer se encontró con su joven socio y él le miró apenado. Ellis intentó disculparse en varias ocasiones durante el fin de semana y ahora que la tenía enfrente también, sin embargo, ella le ignoraba con tranquilidad, la seriedad y el exceso de madurez que le habían seguido a lo largo de su vida y el comportamiento normal con el que se dirigía a él, le hacía pensar que no podían ser amantes o tener una relación, no cuando ella podía hacerle miserable con tan solo una mirada o un ligero suspiro. Como una tonta, engañada así se sentía Marcela, y Ellis no estaba menos hundido en aquel mar de depresivos sentimientos, se sentía como un estúpido ingenuo por no haber defendido sus sentimientos, tal vez esta mañana hubiese entrado de su brazo o le hubiese podido besar. — Hola, cariño — Dijo Cristina y le besó rápidamente los labios. La modelo de veinticuatro años con elegante facciones, impresionante estatura y piernas de infarto, era lo más parecido a una amiga con derechos en la vida del joven Pieth, la castaña era de buen ver, siempre vestida de manera impecable, pero dejaba poco a la imaginación, en especial cuando iba a visitar a Ellis; un short, tacones, blusa holgada y escotada, lentes, su teléfono y llaves en mano, por supuesto, muchos kilos de maquillaje. — ¿Cómo has estado, Marcela? —preguntó la modelo. — Muy bien. Ellis, recuerda que el miércoles tienes un compromiso, hasta entonces hazte cargo de la empresa. — ¿A dónde vas? — Cosas que hacer—Dijo y miró en dirección a la castaña sobre las piernas del joven. — Además, agradecería que evitaras las distracciones. Marcela caminó hasta la salida con la frente en alto mientras se recriminaba la magnitud de su estupidez, le había hecho saber lo molesta y celosa que se sentía de la joven modelo sentada sobre su regazo; un pequeño error de principiante a los casi cuarenta. El hombre le hizo una señal a la sensual modelo para que le siguiese a su oficina privada. Dejó la puerta abierta y le escuchó hablar durante unos minutos sobre su cumpleaños y la fiesta que celebraría, también le envío la invitación electrónica a la actividad e intentó seducirle sin ningún límite, le había besado y con total confianza acarició su m*****o. Ellis le rechazó todas las veces, porque estaba seguro de que Marcela estaba celosa, sí, habían pasando horas quebrándose la cabeza, preguntándose si tenía una oportunidad, pidiendo al cielo una señal de interés portarte de la mujer de sus sueños, y aquella mirada que les dio a él y a Cristina al verles tan cerca se lo había dicho todo. Con firmeza el joven decidió deshacerse del único obstáculo entre él y Marcela. — Ellis, cariño —dijo con un tono meloso de voz la joven mujer. — ¿Qué pasa? — Vamos, Cristina. No lo hagas más difícil. Solo déjame y busca a alguien que te ame con locura. Es fácil nena, lo sabes… Tú y yo no nos amamos, nos gustan los besos, la fiesta, nuestros cuerpos, pero nada más. Mereces a alguien más, alguien que te dé todo. Cristina rodó los ojos, sabía que ese era el código masculino de:  El punto es que no lo había sabido interpretar correctamente porque esta vez Ellis quería decir: — Yo te amo con locura. — No lo haces, solo te gusto. — Vas a ser completamente mío, Pieth — Amenazó y salió de la oficina con una coqueta sonrisa contorneado sus caderas como si en una pasarela se encontrase. El joven Ellis caminó hasta la oficina de la directora de la revista y la encontró ahí, sentada con su computadora, él tomó unos documentos sobre el escritorio y los comenzó a leer. 《Petición de adopción PHH, cita para comprobación》 Ella le arrebató los documentos, Ellis le miró sorprendido y dijo: — Me parece genial de tu parte. La mujer creyó que era solo una afirmación para agradarle, pero en el fondo el joven deseaba ser padre y creía que adoptar era tan valioso como producir vida en sí, al ser secreta esa faceta del joven, la rabia en ella no disminuyó su ira hacia él, sino que aumentó y con cierto veneno respondió a lo que el chico dijo: —Sí, ser papá es una labor seria. Ellis, ser padre no es algo de veinte minutos. ¿Queda claro? — Marcela, yo... — Ellis, quiero a un hombre. Ya me casé dos veces. He tenido un par de amoríos y estoy envejeciendo. Corazón, no necesito otro niño si quiero adoptar uno para mí. Mi hijo y yo merecemos un hombre, no un niño con tatuajes y cortinas verdes. Dicho esto, Marcela salió de su propia oficina. El hombre se acostó en el piso de la oficina de Marcela a observar el color de las paredes y como lo mantenía de acuerdo con lo que la diseñadora eligió para ella, mientras se moría de rabia y esperaba que le diera tan solo una oportunidad, él podía mejorar, podía demostrarlo que eran capaces de hacer juntos y funcionar, lo diferente que podía ser, estaba seguro de poder impresionarle y mostrarle que él es más que "tatuajes y cortinas verdes". Marcela tomó una ducha y se cambió a un traje más formal para hacer una visita al hospital más conocido de la ciudad y algunos lugares del mundo Marcela tomó una ducha y se cambió a un traje más formal para hacer una visita al hospital más conocido de la ciudad y algunos lugares del mundo. El Pieth Health Hospital, era reconocido por contar con un excelente y sólido sistema de salud, múltiples centros de salud a lo largo de Mainvillage y sus programas de asistencia gratuita a niños con escasos recursos y condición de pobreza en países pobres y la ciudad. Además, tenía cierta facilidad para acelerar los procesos de adopción. Marcela no tardó en llegar al refinado hospital, en poco tiempo se encontraba en la sala de espera del penúltimo piso en el cual se encontraba el padre del chico pesadilla. Unos minutos más tarde le ofrecieron ingresar. El hombre le saludó con afecto y respeto, antes de invitarle a sentarse. — ¿Vienes a reacomodar el paquete de salud de tus empleados? — No. Yo quiero un hijo. Bueno, adoptar. Tener un bebé de alguien. — El hombre rio al escuchar las palabras atropelladas salir de la boca de la joven mujer — Eso... ya sabe... — Lo sé, quieres ser mamá tras la adopción de un pequeño — Marcela asintió y él le dio algunas opiniones y comentarios, también dio una ojeada a su carpeta y le dijo el veredicto final. — Tiene un prestigio inigualable, no consumes drogas, pasaste el test psicológico y tienes estabilidad económica. Nosotros no podemos ayudarte a obtener lo que pides, de la forma en la que hacemos con los demás. — ¿Por qué? — Necesitas el punto más elemental — Dijo Alessandro. — El estar casada o tener otro hijo. Mainvillage había puesto a los hospitales privados una cláusula inquebrantable, no podían brindarle hijos a nadie que no perteneciera al núcleo familiar establecido por la constitución política mainvillana, por lo tanto, no adoptaban hombres o mujeres solteros, no adoptan matrimonios homosexuales, no adoptan matrimonios tradicionales con antecedentes ilegales. Eso les llevaba a una corta lista, en Mainvillage solo adoptaban los matrimonios tradicionales de la élite mainvilliana, lo que más molestaba a la joven treintañera es que en algún momento de su vida perteneció a ese grupo tan selecto y maravilloso; lo tenía todo, dos buenos apellidos, dinero, fama... era una mujer ejemplar y exitosa. A pesar de ser prima del alcalde y sobrina del presidente no le servía de nada, las reglas estaban puestas y se les aplicaban a todos. Alessandro vio la angustia y el disgusto recorrer el rostro de la mujer, la cual cambió varias veces la postura sobre su silla, antes de lograr concebir una frase coherente, igual nada salía de su boca, el hombre tomó asiento al lado de la socia de su hijo, puesto que, conocía su intachable historial y por todas las cosas que su hijo menor decía de ella había aprendido no solo a respetarle sino a quererle. Marcela se preguntaba incrédula ¿Acaso dejó de ser parte de la sociedad el día que su esposo le engañó o el que cayó en el hospital tras el incidente con el segundo? La mujer quería una respuesta a su pregunta; quería que Dios, el estado o la sociedad le respondieran por qué ella estaba mal. Marcela no tenía clara su situación, la ayuda a los refugiados iraníes, colaboración con otros países, el que escribir sobre el abuso, divorcio, la guerra, o tuviste una revista dejaba de importar en el momento en el cual se divorció de su infiel esposo y dejó a su agresivo segundo esposo, ninguna razón era válida ante la palabra divorcio. — No es razón necesaria... Hay matrimonios con altos índices de infidelidad, también agresividad. Hay padres que violan a sus hijas. Yo no le haría nada a un bebé, ni lo sometería a una situación de riesgo. Soy una mujer intachable, con buenos valores, tengo una cuenta bancaria amplia, un apellido conocido. Soy Marcela Powell, el que no me conoce, conoce a mi padre. ¿No soy apta? Soy mainvilliana de concepción, nacimiento, probablemente de defunción. — Te has divorciado varias veces, no cuentas como una persona estable; aunque lo eres —La mujer decepcionada asintió varias veces. Entonces su plan A no le ayudó en nada para su plan de contingencia. Se sentía burlada, era una mujer cargada de éxito. Había llegado tan lejos como su feminidad le había permitido y por condiciones amorosas no podía obtener lo que quería. — Mi hijo estaría ansioso por ayudar — Dijo en tono de broma, pero eso no le ayudó en absoluto. La mujer llevó una de sus manos a la frente y él le ofreció agua. — Estás joven, aún puedes usar tu cuerpo. — Estoy al borde de mi vida y no puedo... no sé... — Se puso en pie algo desconcertada. — Soy una mujer emprendedora, valiosa y puedo ser madre sin un hombre, pero no en el país que me ha visto crecer. Marcela abrió la puerta con fuerza, al otro lado se encontró con Augusto y su radiante sonrisa, a su lado estaba Laura su ex amante y ahora nueva esposa y una niña de aproximadamente ocho años que podía ser su hija perfectamente. ¿Exactamente en ese momento tenía que encontrarse con el retablo de la familia perfecta ante sus ojos? Los ojos de la mujer se cargaron en lágrimas. — ¡Papi, papi, papi!— Dijo la pequeña sacudiéndole la mano al hombre alto y ya no tan bien parecido, la mirada de Marcela se rompió un poco más. — Marce... — Dijo y ella, solo negó con la cabeza. — Hasta luego — contestó y continuó caminado, el hombre se volteó y la detuvo, puesto que actuó con velocidad. — Por favor, no estés más molesta con nosotros. — Augusto, no estoy molesta. ¡Estoy cansada! Estoy harta de ti. Te quiero rodeado de personas vestidas de n***o y seré la primera en darle el pésame a tus seres queridos. ¡Te quiero lejos de mi jodida vida! El hombre le acarició la mejilla con cariño como hace tiempo no hacía, en sus ojos Marcela encontró arrepentimiento y tristeza, pero no era comparable con lo que ella sentía desde el fondo de su alma hasta lo más externo de su ser, tanto dolor, rabia e ira amenazaban con acabar con ella. La mujer apartó bruscamente la mano e su exmarido porque ya no era la joven rubia a la que tanto humilló con su traición se había llevado la última gota de felicidad. Ahora estaba viejo, tenía una esposa a la que no amaba, una hija adoptada la cual llenaba casi por completo su corazón y quería a aquella mujer que le miraba con agotamiento para estar completo. Augusto creía que con ella no había sido infeliz, no se sentiría cansado y no habría tanta depresión en su vida, porque ella significaba alegría, amor, pureza y anheló su vida junto a Marcela, alíenos la versión que conoció, era una soñadora, aparte de una mujer brillante, caritativa, amorosa, su alma debía ser inmaculada, porque nadie que le amara como él hizo o seguía haciendo sería feliz tras su partida. Ella le devolvió la melancólica mirada con una sonrisa.  — Papá, ¡vamos por mi hermano!—insistió la niña. —Papá, tiene que hablar con Marcela, después voy nena — Respondió con cariño su hija volvió toda su atención la mujer que dejó escapar por su orgullo masculino e inmadurez. Marcela tocaba los botones del elevador desesperada, la niña corrió de vuelta a los brazos de su madre, la mujer le envolvió en un abrazo y miró a su marido temerosa, porque entendió que después de tanto tiempo, Marcela seguía ocupando el primer lugar y parecía que todavía no se daba cuenta ni le interesaba. — Marcela. Déjame... — Dios mío. ¡Basta! No puedo tener un hijo por tu culpa ¡j***r! Me dejas por ella y Dios me sigue castigando.a mí, solo a mí. Ni siquiera te fui infiel, no fui una mala esposa, ¡te di una oportunidad! ¡¿Por qué?! ¿Sabías que a las mujeres solas no les dan hijos adoptivos? Menos divorciadas. Marcela le dio un fuerte golpe sobre el pecho a su exmarido y un puñetazo en la mejilla. Alessandro se acercó y le tomó de los hombros, la dirigió al ya abierto elevador y con su tarjeta hizo que se cerrará más rápido, de tal manera que Mía, su nuera no pusiese abandonar la estancia, la doctora miró a su suegro y a la mujer a la cual sostenía de los hombros. Marcela dio un fuerte suspiro y no pudo evitar convertir el dolor en llanto, ya no por el mismo propósito, puesto que, lo que más le molestaba era el número que se acababa de montar. Marcela detuvo sus lágrimas y se limpió con el pañuelo que el hombre le ofreció, se sentía como una completa tonta y perdedora; porque además de no tener o poder tener un hijo, les había mostrado a sus enemigos cuánto le afectaba. — ¿Estás mejor?—preguntó Alessandro a Marcela. — No le des un hijo tampoco. — Si te consuela, él es estéril, sin embargo, adora a los niños. —Me consuela — respondió. — Yo le puedo dar un bebé — Confesó Mía la cual observó la escena silenciosa desde el rincón. — Tenemos uno de los mejores programas de fertilidad del mundo, además, soy una mujer exitosa en mi campo a diferencia, por supuesto, del hombre que no ha hecho nada para modificar la estúpida ley que niega a gente excepcional tener hijos y se sienta a dar la noticia. —¡Mía, soy tu jefe!— Le recordó Alessandro a su nuera. —Eso no quiere decir que sea excepcional en todo. Alessandro oprimió de nuevo  el botón que les llevaría al piso indicado, tenía en mente la mirada de dolor de Marcela y las palabras de su nuera en la cabeza, sintió que no estaba haciendo bien su trabajo, pero al menos dejaba a la socia de su hijo entre excelentes manos, luego volvió con la pareja para indicarles que no podría tener un bebé, por ahora estaban en lista al igual que dos meses antes, Augusto se negó a cambiar de institución ante su esposa, porque creía no ser merecedor y de igual manera tenían una pequeña en casa.
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