Capítulo 6: "Ojalá, algún día me perdones"

1780 Words
Tal vez su mente le había jugado una broma pesada, o tal vez solo lo imagino, tal vez estaba fantaseando con que era ella la que estaba ahí, al pie del altar con John o mejor dicho Jonathan, el príncipe azul de su amiga. Pero no era Diana, era Denisse, la que estaba en el altar, a punto de unir su vida a la del hombre que amaba, el mismo hombre que la engaño a ella, que se aprovechó y se burló de su torpeza y de su ingenuidad. Las lágrimas fluyeron, pero no trato de contenerlas, era imposible detenerlas y el dolor demasiado intenso, solo trato de reprimir el sollozo, pero no fue suficiente y todos la escucharon. Denise se volvió a mirarla, su rostro denotaba sorpresa y luego le sonrió con ternura, creyendo que lloraba por ella y su felicidad, pero el rostro de Jonathan era otra cosa, de pronto palideció al reconocerla, dio un pequeño paso en su dirección, pero Denisse tomo su mano y él la miro, el sacerdote se aclaró la garganta y ambos volvieron a poner atención a sus palabras. Lo que ocurrió a continuación, fue para Diana, un tormento, era como vivirlo en el medio de una nebulosa que todo lo distorsionaba y no parecía real. Se ordeno a sí misma ser fuerte, mantener el equilibrio y evitar desplomarse sobre los escalones del altar, porque no quería hacer el ridículo delante de todos esos invitados tiesos y estirados. Cuando todo termino por fin y la feliz pareja de recién casados, sello su unión frente a Dios con un beso, todo el mundo aplaudió feliz y después salieron de la iglesia rodeados de todos sus amigos y seres queridos que los vitoreaban, solo entonces, Diana se desplomo hasta el suelo. Pasaron casi veinte minutos antes de que alguien notara su ausencia, ya que, todo ese tiempo, estuvieron abrumados por los invitados, entre felicitaciones, abrazos, besos y fotografías. Denise cayó en la cuenta de que Diana no los había felicitado y le pido a la organizadora de boda que la buscara, entonces fue que la encontraron desmayada al pie del altar. Al escuchar que la chica estaba desmayada, Jonathan quiso ir para auxiliarla, pero su esposa le dijo que no se preocupara, que alguien se encargaría de ella. Entonces Jonathan busco a su hermano y después de hablar con él, regreso al lado de Denise y ambos subieron a la limosina. —¡Dios! No puedo creer que lo hiciera. ¿No te lo dije? Precisamente por eso no le pedí que fuera mi Dama de Honor. Es demasiado melodramática. —Podría ser que, realmente se sintiera mal —su pierna derecha temblaba por la desesperación. Hubiese querido regresar por ella y preguntarle si estaba bien. Nadie más que él tenía la culpa. Así que, le pidió a su hermano que se encargara de ella, que se asegurara de que estaba bien y cuando Jared lo miro interrogante, le juro que le contaría todo pero que, por favor, se asegurara de que estaba bien. —No lo creo. ¿Sabes? La amó, es como la hermana que nunca tuve, pero, es muy pesado cuidar de ella. Es muy demandante y yo pase años cuidándola, estoy cansada y no es justo que me haga esto precisamente hoy. —Tal vez ha estado pasado por un mal rato. Dijiste que hacía mucho tiempo que no se veían, no sabes que problemas podría tener. —No dijo nada ayer y se veía perfectamente bien. —Quizás, no quería preocuparte. Además, creí que vendría acompañada de su novio. —Eso me dijo, pero… no sé que paso. Pensé que estaba con él porque… ¡Dios, no! ¿Sabes qué? No quiero hablar de su vida sentimental ahora, es nuestro día, acabamos de casarnos. Desde este momento solo importamos tú y yo. Jonathan le sonrió apenas y desvió el rostro cuando ella se acercaba para besarlo, no fue enseguida como para pensar que la estaba rechazando, pero estaba actuando demasiado extraño y su pierna derecha no dejaba de moverse. Era un gesto que siempre hacia cuando estaba nervioso, preocupado e impaciente. No la había besado desde que los declararon marido y mujer. Sabía que los británicos no eran muy expresivos, pero, John siempre era cariñoso con ella y muy pasional en la alcoba, sin embargo, en ese momento, parecía algo distante y no debería tener esa su actitud, no cuando acababan de casarse y ella llevaba a su hijo en el vientre. Sintió una extraña opresión en el pecho, una angustia que la hacía pensar en malos presagios. Agito la cabeza, repitiéndose una y otra vez que ella no creía en esas cosas. ¿Qué podía salir mal? Ya estaba casada, un sacerdote había bendecido su unión ante la sociedad entera de Londres, solo faltaba un paso, pero ya había dado el mas importante y al menos para este, no necesitaba a Di. Después de lo que hizo en la iglesia, pasaría mucho tiempo antes de que pudiera perdonarla. Casi arruinaba su boda con sus melodramas baratos. La organizadora de bodas, le informo que no había nada de qué preocuparse, la chica estaba bien. Al final, la boda civil se llevó a cabo en el interior de la Mansión y sucedió sin contratiempos y una vez que ya había pasado todo. Denisse le pidió a Jonathan que la acompañara para ver a Diana. Jared la había dejado descansando en una habitación de invitados. La fiesta se llevaría a cabo en el soberbio jardín, en el lado oeste de la inmensa mansión que poseían los Deveraux en el distrito de Totteridge. Jonathan trato de disuadirla, no quería enfrentarse a los inquisitivos ojos marrón de Diana, seguramente en ese momento, lo estaba odiando, pero Denisse había postergado ya mucho tiempo ese encuentro y deseaba que por fin se conocieran. Atravesaron casi toda la mansión para poder llegar hasta la hermosa y enorme escalera de caracol. —¡Demonios, Jared! ¿Por qué tu hermano tuvo que traerla tan lejos y en una de las habitaciones del tercer piso? Cualquier salón de la planta baja hubiese bastado. —Ya sabes cómo es de correcto, Jared. Siendo como tú hermana… supongo que pensó que debía dispensarle un trato especial. Denisse puso los ojos en blanco y camino los pocos metros que faltaban para llegar a la habitación. Toco con suavidad y entro sin esperar respuesta. Diana estaba frente al enorme ventanal que ofrecía una de las vistas más hermosas de la propiedad, el extenso jardín y las zonas boscosas, que llegaban hasta la ladera de la montaña que estaba a tan solo unos cuantos kilómetros y se preguntó ¿que hacia ahí? Se suponía que la llevarían al hotel porque allá se realizaría la fiesta. Estando en el hotel habría podido ir directamente a su suite, recoger su equipaje y desaparecer, pero ahora se sentía atrapada, aun cuando la vista daba cierta sensación de inmensidad. Sollozaba suavemente, mientras se mordía los dedos intentando controlar el llanto. No los escucho entrar, por lo tanto, la voz de su amiga al pronunciar su nombre, la sobresalto y trato de limpiar sus lágrimas con rapidez, para cuando se volvió a mirarlos, había hecho un trabajo pasable, y si no fuera porque la delataban sus ojos que se veían enormes debido al efecto óptico de la humedad en sus pestañas, habría conseguido engañarlos. —¡Por Dios, Di! —se acercó para abrazarla— Ya deja el drama, no causaste ningún contratiempo. ¡De verdad! Deja ya de llorar. Denisse tomo un pañuelo para secar sus lágrimas y luego la tomó de la mano para acercarse a Jonathan y presentárselo. —John. ¿Habías visto antes a una mujer tan hermosa y encantadora? Con esa preciosa y abundante cabellera castaña, con esas ondas tan perfectas y esos preciosos ojos color avellana, coronados por esas larguísimas pestañas, tan gruesas y tupidas. Esta señorita, es Di, mi “Lady Di”. Cuando éramos niñas, jugábamos a que éramos dos princesas, ella era “Lady Di” y yo “Lady De”. Tal vez suena estúpido y cursi, pero solo nos teníamos la una a la otra, en esos años en que, ambas pasábamos desapercibidas ante nuestros ocupados padres. Denisse parecía no notar la incomodidad en la habitación, los rostros llenos de culpa. La timidez de Diana acentuada por la presencia intimidante de Jonathan y él, incapaz de mirar a su amiga a los ojos o de mirarla a ella. Quizás, por salud mental, decidió pasarlo por alto y atribuir la actitud sospechosa de ambos, al carácter introvertido de Diana y a la fría cortesía que caracterizaba a los ingleses. Solían ser muy educados, pero evitaban las muestras públicas de afecto siempre que podían. —¡Por favor, digan algo! Soñé mucho tiempo con este encuentro y no era nada parecido a esto. Todo tan frío e impersonal. Di, tú no eres así, quizás algo retraída, pero cuando hablábamos de John, estabas tan ansiosa por conocerlo. Somos latinas, nosotros somos más cálidas y nos encantan las muestras de afecto. —Tienes razón, Deni. Lamento mucho mi descortesía, Diana. Es un gus… —se acercó para ofrecerle la mano, pero ella retrocedió instintivamente conforme él se acercaba. Se detuvo cuando ella choco con la pared y gimió por el golpe que la dejo sin aliento. —¡Diana! ¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien? —Si… yo… es solo que… —dejo de mirar al nuevo esposo de su amiga y concentro su atención en ella— … ¡Lo siento mucho, De! Pero… tengo que irme… yo… paso algo y ne-necesito regresar de inmediato a México. Se abalanzo sobre su amiga, sin tomar en cuenta su rostro dubitativo, la estrecho con fuerza y le deseo toda la felicidad del mundo. Estaba llorando cuando la beso en amabas mejillas y volvió a estrecharla mientras murmuraba, entre lágrimas, una y otra vez, que lo sentía mucho, que no había sido su intención y que ojalá algún día la perdonara. De pronto la soltó dejándola perpleja, paso al lado de Jonathan, le murmuro que fue un placer conocerlo y salió por la puerta de la habitación sin volver la vista atrás. Denisse aún estaba contrariada por la actitud de su amiga, su casi hermana la había abandonado el día de su boda, sin darle ninguna explicación coherente y le pareció demasiado exagerada su reacción al pequeño incidente sin importancia durante la ceremonia. Denisse miro a su esposo, parado en el medio de la habitación, aun con la mano en alto, tan estupefacto como ella. ¿Qué diablos estaba sucediendo?
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