04. Al Filo de la Lealtad.

1462 Words
Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles. Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza. —¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva. Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sabía que en Pueblo Plasmar nadie era del todo confiable. * * * A pocas calles de allí, los Crac se movían con cautela, guiados por el pequeño Carpincho, el hermano menor de Karola. Aunque apenas un niño, su conexión con el grupo lo había arrastrado al conflicto, y ahora servía como guía en la persecución. Krakatoa miró con desdén las casas lujosas que bordeaban el camino, su ceño fruncido. —¿Estás seguro de que es por aquí, Carpi? —gruñó. —Sí, estoy seguro —respondió el niño con firmeza, describiendo a la presa con precisión—. Es de al menos dos años más que yo, por lo que debe tener unos catorce años. Cabello colorado, corto hasta los hombros, ojos azules… y ropa desgarrada. El grupo intercambió miradas. Sabían perfectamente de quién estaba hablando. —Es suficiente —dijo Krakatoa, con voz grave—. Si es ella, debemos atraparla. No podemos permitir que sea una amenaza para Pueblo Plasmar. Karola, con una mano sobre su ojo herido, apretó los puños. —La vimos sangrar. Esa chica es una Sanguínea camuflada, pero su mentira se termina hoy —espetó con furia. —De cualquier forma, tengamos cuidado —advirtió Krakatoa—. Aunque sangra como todo Sanguíneo, tiene habilidades como si no lo fuese. Lo más extraño es que tenga habilidades que ni los Plasmáticos conocemos. No sabemos qué más puede hacer. Quinoa, más reservada, alzó una ceja y miró a Karola con escepticismo. —¿De verdad crees que una Sanguínea puede sanar heridas? Podría ser solo una Plasmática débil, como nosotros o como muchos en el pueblo. Quizás sea de Grado 1. Karola la fulminó con la mirada, cortante. —¿Vas a seguir dudando o me vas a ayudar? Si no, dame tu arma. Yo me encargaré de terminar con esto. Antes de que Quinoa pudiera responder, Karola le quitó el arma, tomó a Carpincho de la mano y se adelantó, decidida a enfrentar lo que fuera ante la "Sanguínea". * * * De regreso en Rioba Sol, Gwen apenas lograba mantenerse en pie cuando Coco volvió a hablar, esta vez con un tono más pausado. —Sí, lo soy. Soy uno de los Crac. Coco no demostraba intenciones hostiles, algo en sus palabras y su postura la tranquilizó. —Coco, ¿eh? No tienes pinta de ser parte de esa banda —comentó Gwen, con una sonrisa cansada, buscando algún atisbo de humanidad en él. Coco vaciló, como si estuviera debatiéndose entre hablar o callar. Finalmente señaló hacia un niño que se acercaba lentamente por la calle: Carpincho. —Ese es mi hermanito. ¿Sabes? Y te diré algo, Gwen. Veo que eres una Sanguínea herida, y no somos tan diferentes. Yo soy Plasmático, pero tú y yo… algún día todos se darán cuenta de que compartimos más de lo que creen. Gwen sintió una punzada de alerta. Su instinto le gritó que alguien más estaba cerca y su piel se erizó. No tuvo que esperar mucho; desde la penumbra, Karola emergió. * * * Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos. —Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada. Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen. —¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga. Coco intentó razonar con ella. —Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos. —Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo. Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma. —Dije que basta —repitió, su tono firme. Karola soltó una carcajada burlona y lo empujó con fuerza. —¿De verdad, Coco? No sabía que eras tan blando. Esto no es un juego, así que hermanito, te sugiero que te mantengas fuera de mi camino —luego, cambió su mirada a Gwen—. ¿No te parece irónico, Sanguínea? Ustedes no deberían ser capaces de regenerarse, ni deberían poseer nuestro poder. Pero tú… tú eres una anomalía… ¡dejen de robarnos cosas! * * * Gwen retrocedió un paso, pero su cuerpo no respondía. La voz en su cabeza gritaba e insistía: "¡Usa tus habilidades o vas a morir!". Pero Gwen se resistió, recordando su promesa de no volver a usarlas. Aun así, temblando, sacó el tubo rojo de su chaqueta, su "Inhalador Plasma", el último recurso que podía darle la energía suficiente para escapar. Pero antes de que pudiera activarlo, un disparo resonó, y el dispositivo estalló en sus manos. —Se me disparó —bromeó Karola con una sonrisa sarcástica, sin mostrar ni una pizca de remordimiento. El frío de la realidad golpeó a Gwen. Los fragmentos del inhalador estaban esparcidos por el suelo, y sin él, su cuerpo se sentía completamente vulnerable. Sin la energía que la mantenía en pie, Gwen volvía a ser una Sanguínea indefensa y expuesta. —¿Qué has hecho, Karola? —intervino Coco, exasperado—. Nos van a oír. Karola lo miró con desdén. —No importa. Tener Armas Ele es una cosa, pero ese dispositivo… era tecnología de la Agrupación Plasma, y no podíamos dejar que lo usara contra nosotros. Si ella es una Sanguínea camuflada, debería morir. Sin más, le pasó el arma a Carpincho. —Tú lo harás —ordenó, presionando al niño—. Demuéstrame que no eres un cobarde. Si lo haces, te dejo quedarte con el Arma de Municiones, aunque es de Quinoa. Las manos de Carpincho temblaban mientras sostenía el arma. Apenas podía sostener el peso del metal, y su mirada titubeante buscaba algún tipo de aprobación de sus hermanos mayores. Coco lo observó, su expresión endurecida. Finalmente se adelantó, empujando el arma hacia abajo. El arma cayó al suelo con un ruido metálico, y Gwen, exhausta, también colapsó, aun aturdida por la explosión del dispositivo que la conectaba con la Energía Plasma. Karola lanzó una mirada llena de desprecio hacia Coco. —¿De verdad, Coco? ¿Defender a una Sanguínea? Sabía que eras débil, pero no imaginé que llegarías a esto. Coco, en cambio, no retrocedió. —¡Basta, Karola! Ya hemos ido demasiado lejos. Esto no es lo que queríamos. Vámonos antes de que alguien más escuche los disparos. Karola vaciló, pero finalmente soltó un suspiro frustrado. —Está bien, vámonos. Pero recuerda, Coco, si seguimos vivos, es gracias a mí —dijo, dirigiéndose hacia la oscuridad con Carpincho. —Pero… ¡mi nueva Arma Ele! —balbuceó Carpincho, mirando con desdén el arma caída. —Olvida el arma, Carpi, ya no tenía municiones. Si la Mandataria encuentra el arma, la culparán a ella —dijo con una sonrisa fría, mirando a Gwen—. Después de todo, las armas entraron al pueblo junto a los Seres Sanguíneos. * * * Gwen quedó sola en el suelo, temblando. Sin el Inhalador Plasma, cada respiración era un esfuerzo doloroso, y la gravedad de sus heridas se hacía insoportable en cada movimiento. La desconexión con la Energía Plasma no solo la debilitaba, sino que también la exponía a su verdadera identidad: Sanguínea por nacimiento, Plasmática por necesidad. Su mente se balanceaba entre la consciencia y la oscuridad mientras el peso de su doble naturaleza la consumía. En ese momento, supo que no podía seguir huyendo para siempre.
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