Para el Cielo y el Infierno, el qué un núcleo de magia cómo Castlebrook explotara, o el qué Lilith tomara el poder junto a los vampiros, no era de gran importancia para nadie. Sin embargo, la revolución y las guerras qué se desataron sí qué los alarmaron.
Dios dio la orden de qué todos los ángeles qué estuvieran en la tierra fueran al Cielo pues lo cerraría y no permitiría que Lilith jodiera su gran plan de nuevo. Cada ángel acató la órden excepto uno y no era cualquier ángel. Era su última creación, su protegida, un ángel mucho más poderoso que un arcángel, más poderoso qué el mismo Lucifer e incluso igual de poderoso qué Dios mismo. El ángel qué mantuvo en secreto incluso para sus más cercanos, por el cual se encerró el octavo día y creó al ser más puro y perfecto.
Calia. Ella era la divinidad personificada, con un cabello dorado y brillante cómo el mismo sol, una piel tan blanca, ojos cómo esmeraldas, parecían qué tenía un bosque verde y lleno de vida en sus ojos. Un ser lleno de pureza e inocencia. Su risa era mejor qué el canto de los querubines. Su voz era tan celestial. Y a diferencia del resto de ángeles, Calia tenía libre albedrío y podía tener sentimientos y emociones cómo un ser humano, lo qué la hacía aún más poderosa, un ángel con sentimientos y emociones.
Pero a pesar de mantenerla alejada de todo lo qué Dios una vez estuvo orgulloso de crear, ella sintió curiosidad por saber cómo era la tierra. La primera vez qué estuvo en la tierra, Gabriel, Miguel y todo un ejército de ángeles bajaron con ella. Calia no se sintió cómoda y entre más estudiaba y conocía lo qué hizo su padre y lo qué su hermano mayor hizo, comprendía porqué ya nadie creía en un Cielo o un Infierno y pronto empezó a escaparse, sabiendo hacer uso de sus poderes y haciéndose pasar por una humana. Gabriel era quien la encontraba siempre y se quedaba con ella, pues él era el único arcángel qué había pasado más tiempo en la tierra qué en el Cielo.
Pero cuando el hermano más leal y obediente a papá Dios encontró a Calia y Gabriel vagando en la tierra, tomó medidas y Dios supo qué la única manera de tener a su lado a su hija y el ser qué podría rehacer el mundo con él a su lado, era casándose. Sí, los ángeles también tienen matrimonios arreglados aunque ellos no lo conocen por eso, sino cómo uniones divinas para tener un puesto importante con Dios.
Emmanuel fue elegido para Calia, el arcángel qué estuvo siempre al frente de las batallas de Dios, el ángel qué ha derramado más sangre qué el mismo Miguel. Leal, recto y fiel, no encontraba una mejor pareja para su hija Calia. Sin embargo, cuando ella supo quién sería su futuro esposo, escapó. Conocía bien a Emmanuel y sabía bien qué no por ser un ángel era tan bueno cómo Dios lo pintaba. Pero escapó justo cuando el caos estaba iniciando.
— Buena idea escapar ahora, habrá ángeles buscándote sin mencionar que tu maldito prometido puede venir a la tierra y destruir lo qué a él le plazca con tal de llevarte al Cielo a la fuerza y decir qué todo fue voluntad de Dios.
— ¡Ya lo sé! Pero no quiero, no me casare sólo porque no estoy conforme con la “voluntad de mi padre” y tener mi propio criterio.
El hombre qué tenía justo frente a ella, un hombre de casi dos metros, robusto, grande, con el cabello largo, cicatrices en todos lados. Todo el mundo lo conoce cómo el primer asesino.
— Sólo hay un lugar dónde puedes estar a salvo, pero no sé qué tan buena idea sea llevarte.
— No me interesa dónde sea, sácame de aquí antes de qué pase algo malo.
Un fuerte trueno sonó, sabían que no había sido ningún dios pagano, esa era la furia de Dios. Ya se había enterado y no dudaría en enviar ángeles a buscarla.
Caín no se lo pensó más y se llevó al ángel. La sacó de ahí, corrieron mucho tiempo hasta qué llegaron a una especie de biblioteca, todas las personas actuaban cómo si nada, los seres humanos no estaban enterados de la guerra qué todo ser sobrenatural había comenzado.
— ¿Qué hacemos aquí? – dijo Calia.
— Está es la entrada – dijo Caín.
— ¿A dónde?
— Chiquita, ¿te han dicho qué haces muchas preguntas?
— Lo siento, soy muy curiosa.
— Y demasiado inocente – le sonrió. – Respondiendo a tu pregunta, estamos en una de las cien entradas al Infierno – la miró. – ¿Lista para conocer a tu hermano mayor?
Calia trago saliva. No creía qué lo conocería y menos en esas circunstancias. Se detuvo en el primer espejo que vio y Caín se río al verla cómo se arreglaba el cabello y se acomoda el vestido blanco que le llegaba a las rodillas.
Un ascensor, la sorpresa en la cara de Calia ya compensaba todo para Caín. El cómo Calia admiraba y miraba todo con tanta fascinación, parecía una niña pequeña en un parque de diversiones. El ascensor comenzó a bajar y bajar, la velocidad incrementó y Calia se sostuvo de una pared, cuando por fin se detuvo, las puertas se abrieron y salieron.
— Bienvenida al Infierno.
No era el mejor momento para el Infierno. Mientras Caín buscaba a alguno de los mayores, comenzó a sentir qué las cosas no andaban del todo bien, con Calia a su lado observando todo comenzó a caminar a dónde era el “palacio” de Lucifer.
Lucifer por su lado estaba lidiando con el caos que le dejó el haberse involucrado una vez más en cosas qué no eran de interés suyo, pero Alister Crowley era cómo su hijo y no pensaba dejarlo sólo, incluso después de haber pasado por todo eso, no se arrepentía.
— ¡Aradia! – gritó Azzoth cuando tuvo su cuerpo en sus manos. – ¡Hagan algo!
— ¡Está muerta! – grito Belphegor tomando en sus brazos a su hermana. – Reacciona Azzoth, ella ya se fue.
— ¡No!
— Llevensela de aquí – dijo Lucifer. – Cierren el infierno, cada puerta queda sellada, quiero Hellhound custodiando las puertas.
Lucifer sentía el dolor de perder a su hermana, era un dolor horrible, pero no podía romperse y dejar qué su Reino se cayera, no ahora. Iervinth estaba en silencio mirando con atención todo, fue al menos el único dragón qué salió con vida de ahí, no saben si el resto está vivo o muerto.
— Sabíamos qué esto iba a pasar – dijo Dagiel mirando a Lucifer. – El qué Alister se enamorara, lo cegaria y ahora…
— Esto no fue culpa de Elahe – dijo Lucifer. – Lárgate con el ejército, hagan algo útil, el infierno no los necesita.
Dagiel se río, pero se fue del infierno pues no quería estar encerrado ahí. Enseguida Vonamok llegó con el cuerpo de Constantin en sus brazos.
— Oh mierda, Constantin no – dijo Lucifer.
— Está vivo, la Muerte aún no se lo lleva podemos salvarle – dijo Vonamok.
— Fue herido con una espada de dragón, es una herida que no sana a nadie – dijo Iervinth.
— Pero yo podría curarla – la dulce voz de una chica hizo eco en el lugar.
Todos la voltearon a ver, una chica con el cabello amarrado en un moño alto, con tenis blancos y un vestido qué la hacía ver muy ¿tierna? Lucifer no daba lugar a lo qué tenía frente a él, era una hermosa criatura y tenía un brillo qué nunca había visto, ni siquiera cuando aún era un ángel.
— ¿Quién eres? – dijo Vonamok sin dejar de mirarla.
Todos, incluidos Iervinth, habían quedado embelesados con la belleza de esa chica. Sí decían qué Elahe podía hechizar a cualquier hombre, ahora se retractan, porque esa criatura frente a ellos era algo qué los había dejado con la mandíbula descolocada.
— Es hermana de Lucifer – dijo Caín. – Calia, te presentó a tu hermano mayor Lucifer, el primero el rebelarse a tu padre – sonrió divertido. – Lucifer, te presento a Calia, la creación del “octavo día” el ángel con el qué tu padre trataba de remediar qué sus creaciones femeninas fallidas Lilith y Eva, aunque parece qué está también se le rebelo, Calia.
Lucifer camino sin quitarle la mirada de encima, Calia tenía una sonrisa qué incluso la hacían irradiar aún más. Podía sentir su poder, era mucho más poderosa qué los arcángeles, más hermosa qué cualquier ángel, ninfa, diosa o ser existente. Ella era la definición de divinidad, hermosura, belleza y perfección.
— Calia – dijo Lucifer sonriendo.
— Lucifer – dijo con esa dulce voz. – Lamento conocerte en estás circunstancias.
— ¿Qué circunstancias? – dijo Lucifer sin apartar la mirada de sus ojos, era cómo si tuviera la misma vida en ellos.
— Dios no quiere perderla, así qué la está obligando a casarla con Emmanuel – dijo Caín.
La sonrisa de Lucifer se borró casi en un instante. Por algo odiaba a su padre, odiaba a toda su puta familia celestial.
— No hablaremos de eso – dijo Lucifer y se atrevió a pasar sus manos por los hombros descubiertos de Calia. – Bienvenida al Infierno, está es tu casa ahora, hermanita.
— Gracias – susurró. – ¿Qué pasa con él? – señaló a Constantin.