El lujoso jet privado surcaba el cielo azul, dejando atrás las majestuosas montañas nevadas y adentrándose en un mar de nubes algodonosas que parecían acariciar las alas del avión. En la cabina, el ambiente se cargaba de una mezcla de emociones y pensamientos no expresados. Anna, recostada en su asiento de cuero, alternaba su mirada entre Charlotte y Reinaldo. Sus ojos, enmarcados por finas arrugas de expresión, brillaban con una mezcla de anhelo maternal y picardía juvenil. Una sonrisa nostálgica y soñadora se dibujaba en sus labios mientras sus pensamientos divagaban: «¡Ay, qué pena me da que mi Reinaldo no pueda retener a ninguna mujer por culpa de su curro! Mira que me haría una ilusión tremenda que se echara novia, se casara y me diera un montón de nietecitos. ¡Menudo desperdicio de