Capítulo 4

2841 Words
A Lenin le explicaron cómo lograron sus padres cambiar la identidad de Eliot y hacerlo pasar como hijo adoptivo de los tíos de la joven que habían aceptado criar al chico cuando estuviera por fuera de la academia. Eliot desde muy pequeño había entendido que sus padres biológicos hacían todo aquello para protegerlo a él y a Lenin. Así que el joven cooperó para facilitar las cosas y mantuvo su verdadera identidad en secreto de su hermana menor y se hizo pasar por su primo. Pero, por lo que le contaron a Lenin, el último año fue bastante difícil para la familia. Al parecer, habían reclutado a los tíos de Eliot y los sobornaron para brindarles información acerca de la verdadera identidad de Lenin. Sin embargo, al no saber nada, les encomendaron la misión de averiguar todo lo que pudieran sobre los secretos que guardaba Eliot. Muchas veces lo torturaron con preguntas, y al mudarse los verdaderos padres del joven, también intentaron sacarles información amenazándolos con contarle a Lenin su verdadera identidad. La tía de Lenin escuchó una tarde una plática que tuvo Eliot con su madre sobre qué sucedería si Lenin entraba a la academia y la mujer contó todo a las personas que le daban dinero. Ella no entendía nada del por qué era tan importante esa chica para una gente tan poderosa, y mucho menos qué función tenía la academia, así que no les importaba en lo absoluto contar los secretos de su familia. Pero aquel secreto fue el detonante para que la academia persiguiera a Lenin y dejara en la librería aquel libro, que, al Lenin tocarlo, examinó si la joven tenía una gran habilidad mental como la de su hermano. Además, con ella sólo tocarlo le informó a la academia de su paradero. Sin embargo, Eliot aún no entendía el por qué mandaron a Cayden a matar a Lenin si a ellos les interesaba reclutarla. —¿Por qué una academia me quiere tener? —preguntó Lenin. —Porque tienes una habilidad especial, —explicó Eliot— una esencia dentro de ti que les dará mucho poder. Para ellos eres como un arma de gran potencia. El padre de los jóvenes bajó del segundo piso con unas maletas en sus manos. —Vamos, no tenemos mucho tiempo —informó. Lenin se levantó del mueble junto con su madre y Eliot. —¿A dónde vamos? —preguntó la chica. —A un lugar seguro, aquí corremos mucho peligro —explicó la señora. —Como lo hablamos, ustedes se adelantarán, yo distraeré a la academia para así tener más tiempo de escapar —dijo Eliot. El joven tomó una mano de su hermana. —Lenin, ahora que sabes toda la verdad, por favor, no vuelvas a buscar más información sobre los Escritores del destino. Debes pasar lo más desapercibida posible, de lo contrario morirás muy pronto. —Lo sé, lo sé —aceptó Lenin mientras acentuaba con la cabeza. —Ten mucho cuidado, ¿sí? —Eliot la abrazó—, si te pierdo, no sé qué haría con mi vida. Te quiero muchísimo. Lenin cerró los ojos mientras escuchaba aquellas palabras con una ligera sonrisa en su rostro.   Llevaban más de cuatro horas de viaje en carro y estaba cayendo una fuerte lluvia que nublaba un poco la vista de la larga carretera. Lenin se encontraba en los asientos de pasajeros profundamente dormida, arropada con una sábana rosada y apoyaba su cabeza en una pequeña almohada blanca. En la radio sonaba una canción romántica que musitaba la madre de la joven. El señor miró por el retrovisor y soltó una carcajada. —Me impresiona la capacidad que tiene esa niña para dormir tan profundamente —dijo el hombre. Lenin se despertó por la fuerte carcajada que su padre emitió y observó con los ojos entrecerrados como la fuerte lluvia golpeaba la ventana. —¿Ya llegamos? —preguntó Lenin mientras se sentaba un tanto desorientada. —Dios mío, hija, qué ansiosa eres —soltó la señora—. Apenas comenzamos el viaje… —¡¿Qué es eso?! —gritó el señor mientras comenzaba a pitar. Las dos mujeres posaron su mirada hacia el frente y vieron una sombra negra a unos metros de ellos. Los ojos de Lenin se abrieron en gran manera mientras su piel se erizaba por completo. Pronto, todo se volvió oscuro, aunque, en algunas ocasiones, Lenin recobraba la conciencia y veía muchas llamas, un hombre con capa negra que la cargaba en sus brazos; una gran explosión y después un hombre le alumbraba la vista haciendo que la chica no pudiera ver bien. —¿Puedes escucharme? —le preguntó. Pero ella lo escuchó a lo lejos. —Es impresionante que haya podido sobrevivir a un accidente de semejante magnitud —escuchó que dijo una mujer. Lenin pudo recuperar la conciencia por completo y se vio en una camilla siendo observada por una enfermera morena de contextura gruesa. —Hola, Lenin, ¿cómo te sientes? —preguntó la enfermera. —¿Qué sucedió? —inquirió la joven. —Tuviste un accidente vehicular, ¿no recuerdas? —No, bueno, sí —respondió la joven—. Algo se nos cruzó en el camino y mi padre intentó frenar, bueno, no lo sé, sólo recuerdo que pitó y… —Lenin frunció el ceño—. Me duele la cabeza —llevó una mano hasta su cabeza y se dio cuenta que tenía puesto un suero intramuscular en su brazo—. ¿Cómo están mis padres? La enfermera tensó su rostro y después volteó a ver hacia la derecha. —Tus tíos se encuentran aquí, les informaré que ya despertaste —informó la mujer. Lenin intentó mojar sus labios, pero notó que su lengua también estaba seca. Trató de acomodarse en la camilla y en aquel momento notó que estaba en la sala de observación, algo que la confundió bastante. Esperó a que llegaran sus tíos para poder interrogarlos sobre el estado de sus padres, sin embargo, sólo llegó su tía. La joven notó los ojos hinchados de la mujer y que la observaba con rostro severo. —Tía, ¿cómo están mis padres? —preguntó. —¿Cómo es posible que hayas sobrevivido al accidente? —inquirió la mujer—, mírate, no tienes ni un rasguño. —Tía… —Lenin quedó confundida. —Eliot… Tus padres… todos murieron en ese accidente, sus cuerpos quedaron casi irreconocibles por la explosión. Pero tú… estás ilesa. Lenin quedó congelada mientras su boca estaba abierta. —¿Era por eso que esa gente te estaba buscando? —indagó la mujer— Porque eres un bicho raro que no puede morir? —Yo -yo —trató de decir Lenin, pero su mandíbula comenzó a temblar como cascabel. —Si ellos no hubieran salido huyendo por tu culpa, estarían vivos ahora. —No, no… —Lenin comenzó a llorar—, ellos no están muertos. —Sí, murieron por tu culpa, monstruo —soltó la mujer—. Por tu culpa Eliot murió. —¡Él no iba con nosotros! —¡¿Cómo te atreves a mentir?!, ¡sí iba, dijo que te protegería y por eso escapó con ustedes!   Lenin comenzó a llorar con todas sus fuerzas y soltaba gritos de desesperación. Esto llamó la atención de los doctores que corrieron a tranquilizar a la chica. —¡NO, ELLOS NO ESTÁN MERTOS! —gritó la joven con mucha fuerza. Lenin comenzó a forcejear con los doctores y enfermeros que intentaron tomarla de los brazos y piernas para así poder inyectarle un sedante. —No… ellos no están… muertos… —la joven comenzó a cerrar los ojos lentamente.     —Fue una pérdida repentina, —decía la psicóloga que había entrado a la habitación a la que trasladaron a la joven— entiendo perfectamente cómo te sientes en este momento. —Mis tíos ya enterraron a mis padres, no dejaron que yo me despidiera de ellos —dijo la joven—. Mi hermano no ha venido a verme. —Lenin —la psicóloga tornó su rostro serio—. Tu hermano también murió en el accidente. La chica comenzó a negar con la cabeza y recogió sus piernas para después abrazarlas. —Mi hermano no iba en el auto, sólo estábamos los tres —comenzó a llorar—. Eliot no estaba allí, se lo juro. ¿Por qué nadie me cree? —Lenin, como ya te explicaron los doctores, tuviste un trauma y por eso no recuerdas el que tu hermano fuera con ustedes en el auto. —Pero, es que… —Lenin soltó con fuerza su llanto— ¿cómo es posible que todos murieran menos yo? Mis tíos tienen razón, soy un monstruo. —Lenin, tú corriste con una gran suerte que te dio la oportunidad de seguir viviendo. No eres un monstruo. —Yo debí morir con ellos, yo no quiero seguir viva si no los tengo, ¿qué voy a hacer ahora? —Tus padres y tu hermano habrían deseado que siguieras con vida, estarían feliz y desearían que siguieras viviendo. Ellos te amaban.   Lenin no podía entenderlo, ¿cómo pudo perder a sus padres tan repentinamente? ¿Cómo era posible que la lápida que observaba en aquel momento tuviera el nombre de su hermano? La joven soltó el llanto mientras caía arrodillada al suelo. —Lo sé, tú no estabas en el auto, ¡¿cómo es que moriste?! —dejó salir un grito mientras sus manos apretaban con fuerza el césped que cubría la tumba. Una familia que visitaba una tumba volteó a ver a la joven que lloraba desconsoladamente unos metros de distancia frente a ella. —¿Lenin? —escuchó a sus espaldas. —Déjenme, no quiero hablar con nadie —gruñó la chica con furia. —Lenin, soy yo, Saymon. La joven volteó a ver y encontró al mischo chico de ojos marrones y rostro amable que venía vestido de n***o. La mandíbula de Lenin no dejaba de temblar mientras sus labios formaban un puchero. —¿Eres… la hermana de Eliot? —inquirió el chico con rostro de asombro. —¿Lo conocías? —Sí, éramos compañeros en la academia. Lenin comenzó a reincorporarse mientras limpiaba su vestido n***o. —¿Es cierto? ¿Eliot murió? —preguntó Lenin. Saymon frunció el ceño. —Sí, hace dos semanas murió en un accidente donde su familia… —dejó salir un suspiro—. Lo siento, mi más querido pésame, debes estar sufriendo mucho por su pérdida. —Yo no recuerdo, yo no recuerdo que él… —Eliot se fue de la academia diciendo que debía ir a ver urgentemente a su hermana que estaba en peligro. Se encontraría con sus padres en la avenida principal. Yo lo acompañé hasta allí y vi que entró en un auto gris, fue la última vez que pude hablar con Eliot. Lenin se abrazó a sí misma mientras negaba con la cabeza. —No puede ser, es cierto, él murió por mi culpa —hipó—. Yo maté a toda mi familia. —Lenin, ¿por qué dices eso?, fue un accidente, nadie tuvo la culpa. Ese camión se cruzó en su camino y chocaron. —No, no… —la joven retrocedió dos pasos— fue mi culpa. Ella comenzó a correr de un impulso mientras Saymon la llamaba, pero ella se hizo de los oídos sordos. Lenin después de cansarse de tanto correr caminó con rapidez por la larga calle sin saber a dónde ir. —¡LÁRGATE!, ¡NO QUIERO VERTE NUNCA MÁS EN MI VIDA!, ¡ERES UNA DESGRACIA, UN MONSTRUO! —recordaba las palabras que le había gritado su tía. “Es cierto, soy una desgracia, yo maté a mi familia. Si yo no me hubiera robado ese libro… Si tan sólo esa vez hubiera obedecido a Eliot cuando me dijo que no investigara sobre esa academia, mi familia en este momento estaría viva —pensaba la joven—. Ni siquiera me pude despedir de ellos. No le dije a Eliot cuánto lo quería, me quedé callada cuando nos despedimos. Soy una mala persona, no merezco vivir”.  Lenin llegó cerca de un gran puente y se detuvo a mirarlo mientras caía una muy fuerte lluvia. “Yo... no deseo vivir de esta manera, yo debí haber muerto en ese accidente” pensó la chica. Lenin se agachó lentamente en la esquina de la carretera mientras observaba el puente frente a ella. Era bastante alto y estaba segura que si caída desde una altura como aquella no podría sobrevivir, además, ella nunca aprendió a nadar, le tenía miedo a la profundidad. No tenía a dónde ir y mucho menos una razón para seguir viviendo, así que, pronto entendió que aquel era su último día. Pronto se hizo de noche y el cuerpo de Lenin comenzó a tiritar del frío. Sus labios se tornaron morados y no sentía los ledos de sus manos. La carretera estaba desolada y transcurría mucho tiempo para que pasara un vehículo. Era el momento perfecto para lanzarse y no ser interrumpida por alguien. Se reincorporó y cruzó la carretera, observó por un momento el paisaje nocturno y frío, después, tomando una gran bocanada de valentía, subió a la baranda y se pasó del otro lado, agarrando con mucha fuerza el metal a sus espaldas. Lenin dejó salir el que creía, sería su último suspiro, la lluvia caía en su rostro haciéndole cosquillas y a la misma vez, las gotas se mesclaban con sus lágrimas, como si intentaran purificar su alma. Pero, para ella, ya todo estaba perdido; no podría soportar más en aquel mundo. Su mirada comenzó a contemplar el vacío oscuro y profundo debajo de sus pies, aquel que le sonreía y abría sus fauces para tragarla; parecía ser su único destino en la vida. Los mechones oscuros de su cabello salpicaban las gotas de lluvia y sus oídos se inundaban con el sonido melancólico a su alrededor, la soledad se paseaba en aquella avenida. Y así fue como Lenin, en medio de aquella tormenta que arropaba la gran ciudad, alejó sus manos del barandal y las dejó en el aire mientras sentía su cuerpo comenzar a caer. ¡Era el final de su triste e insignificante vida!   Eliot buscaba por la larga calle a su hermana. —¡Lenin! —gritaba una y otra vez. Sabía que estaba por allí y presentía que pasaría algo bastante malo si no la encontraba a tiempo. Llevó las manos a su cabeza mientras su rostro demostraba la desesperación que estaba teniendo en aquel momento. —¿Dónde estás? —se preguntó. Vio a lo lejos un puente y lo que parecía una persona que se estaba aventando al vacío. Rápidamente se teletransportó y apareció recostado al barandal tratando de agarrarla. Quedó sin aire al darse cuenta que se trataba de Lenin, quien, para su desgracia, no alcanzó a tomarla del brazo. —¡NO, LENIN! —gritó con fuerza. Lenin pudo escuchar aquel grito y reconoció entre el ruido del turbulento mar que se trataba de Eliot. “Debe ser mi imaginación. Eliot, nos encontraremos en la próxima vida!” pensó la chica mientras cerraba los ojos y las olas del mar la arropaban. Lenin se hundió rápidamente en las oscuras aguas, contando con la terrible suerte de golpear su cabeza con una filosa piedra que la hizo perder la conciencia en cuestión de segundos.   Eliot soltó un fuerte grito mientras apretaba con fuerza el barandal con sus manos. —¡NO!, ¡NO!, ¡HERMANA…! Cayó de rodillas al piso y llevó las manos a su cabeza. —No, no, no, ¡¿POR QUÉ?!  —llevó las manos hasta su pecho y se daba golpes—, no… ¡NO!, ella no puede morir así, yo juré, yo juré que la protegería con mi vida. Lo juré… Eliot observó su muñeca izquierda que en aquel momento estaba sangrando y una tenue luz grisácea aparecía lentamente recorriendo todo su brazo. El joven no lo pensó dos veces, aquella idea que retumbaba en su mente podría salvar la vida de Lenin y así cumplir su promesa. Pues sí, Eliot sabía cómo podría traer a la vida a Lenin, o más bien, cómo hacer que ella nunca se hubiera lanzado de aquel puente. Cambiaría el destino. Sin embargo, se necesitaba de mucho poder para lograrlo. Aquello era una solución totalmente prohibida para las personas que eran Escritores del Destino. Eliot moriría minutos después de traer a Lenin a la vida. Eliot subió al barandal y quedó de pie encima del mismo. Hizo aparecer en su mano izquierda su sombrero n***o, mientras que, en su espalda, la capa apareció. El joven puso el sombrero sobre su cabeza. No sólo salvaría la vida de su hermana, sino que también alteraría sus recuerdos. Extendió su brazo derecho y respiró hondo. —Lenin se lanzará del puente, pero yo la rescataré al poder sostenerla con mi brazo derecho. Ella perderá la conciencia y después sólo podrá recordar hasta el momento en el que tuvo el accidente donde sus padres perdieron la vida —los ojos de Eliot se llenaron de lágrimas—. Lenin no recuerda haber tenido un hermano y mucho menos un primo. Trató de calmar su respiración cuando vio que de su brazo comenzó a brotar una luz gris que poco a poco se volvía un fino polvo azul oscuro brillante. —Lenin desea tener una nueva vida y ser feliz —finalizó. Pronto todo se vio blanco y un fuerte sonido parecido a un trueno resonó en los tímpanos de Eliot. Después, estaba nuevamente allí, de pie sobre el barandal del puente y Lenin se estaba lanzando. Lenin dejó de caer y su brazo izquierdo fue agarrado con fuerza, tanto, que sintió el maltrato por el repentino apretón quemarle la piel. Subió la mirada y entre la lluvia pudo divisar la silueta de un hombre que usaba capa negra y sombrero n***o, sin embargo, ella no sintió miedo; fue todo lo contrario, se sorprendió ya que el hombre estaba de pie sobre el barandal y no perdía el equilibrio. —Te encontré —escuchó una voz proveniente del misterioso hombre de n***o.    
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