Capítulo 7

3929 Words
El profesor siguió dando su discurso, donde Lenin se dio cuenta que su única finalidad era emocionar a los estudiantes, aunque, en ella, obtuvo todo lo contrario. Sentía que estaba en el lugar equivocado y sólo deseaba estar en su cuarto arropada debajo de las tibias sábanas de su cama. Fue tanto su nerviosismo en toda esa larga hora, que sus manos temblaban y se repetía una y otra vez que no quería estar allí. Empezó a sentir un gran mareo en todo su cuerpo, su respiración era muy agitada y sentía que los gritos de emoción de los estudiantes se escuchaban lejos. —Lenin, ¿qué te sucede? —escuchó la voz de Fer mientras la veía fijamente con el rostro algo asustado. —¡¿Qué le sucede?! —inquirió Chris preocupado, se levantó de la banca y se acercó a ella, puso una mano en su frente creyendo que tal vez era algún resfriado o malestar común. —Yo… no quiero estar aquí, no, no, no —se empezó a alterar Lenin—. Me quiero ir, no… Fer y Chris se vieron fijamente asustados al ver que la joven parecía que iba a desplomarse de lo mal que estaba. —Lenin, tranquila —intentó calmar Chris hablando pasivamente—. Ya, ven, vamos para que tomes aire. El profesor posó su mirada fija en lo que sucedía al fondo. —¿Qué está sucediendo? Por favor, siéntense —dijo el hombre. —Profesor, Lenin está enferma, no sabemos qué le sucede —informó Fer un tanto alterada. Todos los estudiantes rodaron la mirada hasta los chicos y algunos que estaban cerca, se levantaron para ir a curiosear. —¡Siéntense! —ordenó el profesor mientras subía los escalones. Se acercó a la chica y vio su rostro pálido, su cuerpo temblaba mientras repetía una y otra vez. —Yo no quiero estar aquí, yo no quiero estar aquí… Lenin comenzó a llorar y abrazó a Chris, quien parecía entender lo que le sucedía a la joven. —Un ataque de pánico —le dijo al profesor. —¿Fue seleccionada? —preguntó el hombre bastante serio. —Sí, señor —respondió el joven. El profesor dejó salir un suspiro lleno de mucha decepción y después llevó una mano a su entrecejo tratando de calmarse. —Llévala a la enfermería —pidió el maestro. —Sí, señor —aceptó Chris bastante serio. —¡Yo también voy! —soltó Fer detrás de su amigo, miró de cerca a Lenin con rostro muy preocupado. Todo se volvió un gran desorden cuando la joven se desplomó mientras terminaban de bajar los escalones y Fer soltó un gran grito de angustia. Los estudiantes se acercaron para ver de cerca y el profesor intentaba alejarlos.   Lenin se despertó y sintió un fuerte dolor de cabeza. Llevó una mano a su frente mientras fruncía el ceño. —No te muevas, vas a lastimarte —vio una enfermera que estaba frente a ella. —¿Ya despertó? —era la voz de Fer al fondo. —Sí —respondió la enfermera. Lenin notó que tenía puesto un parche en su mano. —¿Qué sucedió? —preguntó, su voz se escuchó maltratada y bastante ronca. —Tuviste un ataque de pánico —contestó la enfermera. Lenin hizo completo silencio al escuchar aquella respuesta, un ataque de pánico y en su primer día de clase, ¿qué más podría salir mal? —Lenin —a su vista apareció el rostro pecoso y triste de Fer—. Ay, niña, me diste un susto horrible… —Lo siento —se disculpó la joven. Después de unos minutos, Chris entró a la enfermería y reparó el rostro de Lenin, algo que a la joven le apenó en gran manera. Ahora que recordaba lo sucedido anteriormente, se moría de la vergüenza, dio un gran espectáculo el primer día de clase. —Bueno, ya toda la clase sabe que fuiste elegida. La directiva sancionó al profesor por no haber revisado la lista, si lo hubiera hecho desde un principio, habría sabido de ti —dijo Chris—. También tenemos algo de culpa, debimos haber dejado que alzaras la mano. —Si todo ese alboroto no se hubiera hecho, no te habrías asustado de esa manera —soltó Fer. —No… yo fui la culpable, ustedes no tienen nada que ver —replicó Lenin—, yo… me volví loca de repente. Fer soltó una pequeña risita por lo bajo, aunque, Lenin alcanzó a escucharla. —Fue un show —se burló, apretó los labios intentando retener la risa. Lenin comenzó a reír avergonzada, después lo hizo Chris y al final terminaron todos carcajeando. —Fer también se volvió loca cuando te vio desmayarte y yo me tropecé con los escalones y los dos rodamos —Chris mostró su brazo—, mira este moretón. —¡Fue un espectáculo total, el profesor trataba de calmarnos, pero él también estaba como loco gritando y eso sólo empeoró las cosas! —dijo Fer y después soltó otra carcajada. —Lo único de lo que se ha hablado todo el día en la academia es del revuelo en el salón ciento uno, ya todos te conocen —informó Chris. —Eso era lo que yo menos quería —confesó Lenin—, seguramente todos se burlarán de mí. —No creo que eso suceda, bueno, no en gran manera. —dijo Fer— La directiva informó que nuestra clase no está preparada para dar un avance, debemos comenzar de cero, como si fuéramos unos seleccionados. Los únicos que avanzaron de nivel fueron los Singalas, ellos salieron de clase cuando pasó todo, algo que fue bien visto por la directiva. —Debemos hacer la prueba en una semana para ver si estamos aptos a subir de nivel —explicó Chris. —Ah… la prueba, sé de ella —dijo Lenin. —Sí, una tonta prueba que no quería hacer —soltó Chris. —¿O no será porque te da miedo? —preguntó Fer respingando las cejas. —¿Por qué? —inquirió Lenin. —En la prueba miden tu capacidad para materializar tus pensamientos, si no pasas debes quedarte el resto del año en el mismo nivel mientras el resto del grupo avanza. Es lo peor que puede sucederte —explicó Fer.   Lenin quedó algo pensante y su rostro se tornó preocupado. —¿Y qué debo hacer en la prueba? —indagó. —Materializar algún objeto o… —Chris subió los hombros— lo que tú desees. —Pero, yo no sé hacer nada de eso —confesó Lenin. —Bueno… —Fer no sabía qué decir— sólo es cuestión de entrenar. —No te preocupes, nosotros te ayudaremos —Chris desplegó una sonrisa que alivió a Lenin. Al fin algo bueno en aquel desastroso día. Lenin ya tenía dos amigos con los que podría hablar y ser una chica normal y pasar desapercibida entre los ordinarios. Por dentro sentía que eso era lo que debía hacer, era como una misión; simplemente ser una chica ordinaria y pasar desapercibida. —Entonces, te esperamos en el parque mañana a primera hora —dijo Fer antes de que Lenin entrara a su cuarto. —Bien —aceptó la joven. Se despidió de sus amigos y después entró a la habitación cerrando la puerta cuando vio a los jóvenes marcharse. —Lenin es tan tierna —confesó Fer mientras caminaba al lado de su amigo. —Sí, también es muy tímida, pobrecita. —¿Cómo no va a estar tímida con el cambio que está teniendo en su vida? Al contrario, se ha mostrado muy calmada después de haberse desmayado —dijo Fer. —¿Crees que pueda pasar la prueba? —inquirió Chris algo serio—, dice que nunca en su vida ha materializado pensamientos y si no logra crear ninguno seguramente la expulsarán de la academia. —Ay, no digas eso, —gruñó Fer— pobrecita, sería horrible si la expulsaran.   Lenin se sentó en el sillón cerca de su cama con una hoja de papel blanca en su mano que tenía escrita la palabra “flor roja” en ella, y después de aspirar profundamente, dejó salir el aire por la boca. Quedó observando la hoja con tristeza, después removió su cabeza a los lados. —Yo puedo, sí, otra vez —soltó la joven. Volvía a hacer lo mismo una y otra vez. Así pasó varias horas, a su alrededor había hojas de papel tiradas con palabras escritas en ellas, algunas eran rojas, blancas, otras azules y verdes. Lenin llevó una mano temblorosa hasta su cabello castaño oscuro mientras dejaba salir el llanto. Lo sabía, ella nunca había materializado sus pensamientos, ¿cómo podría de un día para otro hacerlo? Con mucho desánimo, se acercó a su cama y se tiró sobre ella mientras dejaba salir el llanto con fuerza. Lenin quería demostrar que podía ser útil, como lo era en su anterior escuela. Pero ahora se había convertido en una joven inservible dentro de un mundo desconocido. En la academia les dieron una semana libre para que se prepararan para la prueba que iban a realizar, era algo común que hacían y Lenin lo agradeció en gran manera ya que, así podría practicar y ver si algo, así fuera insignificante, le salía de algún papel. Todo el salón de clase se reunió en el parque fuera de los dormitorios para practicar junto con el profesor la materialización de objetos, que, por lo que entendió Lenin, era lo más sencillo de hacer. —Muy bien, —dijo el profesor para llamar la atención de los jóvenes— muchos de ustedes saben que… —rodó la mirada a Lenin—, y creo que habrás entendido —intentó resaltar aquello en sus palabras— que la materialización de objetos es lo más sencillo que hay para un escritor, sólo imagina en tu mente lo que quieres obtener mientras escribes en el papel y después lo soplas. Lenin acentuaba con su cabeza mientras veía al profesor fijamente, lo que el hombre no sabía era que la joven ya había hecho aquello muchas veces y no obtenía resultado alguno. Estuvo a punto de decirle al maestro sobre su problema, pero, al rodar la mirada por todos sus compañeros, vio que ellos ya tenían en sus hojas de papel (que antes les entregó el profesor) palabras de objetos sencillos. —Muy bien, ya saben lo que deben hacer, ahora sólo es cuestión de soplar el aire en sus pulmones con sus bocas para así concentrarse en materializar su pensamiento, ¡vamos! ¡Con mucha fuerza! El grupo de estudiantes así lo hizo y en cuestión de segundos todos obtuvieron sus objetos sobre los papeles que flotaban como si no hubiera gravedad. —¡Muy bien! —soltó emocionado el maestro. —Profesor, esto es muy tonto, mis padres me lo enseñaron desde que tenía cinco años —dijo una chica rubia con rostro de desagrado. —Lo lamento, pero el reglamento indica que debo enseñar esta lección y… —explicó el hombre. —¡Los Escritores del Destino siguen la ley! —dijo el grupo al unísono, al parecer estaban muy familiarizados con aquella oración. Lenin se encontraba en una esquina del grupo de estudiantes con su hoja en blanco siendo apretada con sus manos temblorosas y esto lo notó el profesor. —¿Qué sucede? —preguntó—, ¿por qué no seguiste mis órdenes? Todos los estudiantes comenzaron a mirarla fijamente mientras murmuraban. —¿Intenta volver a retrasarnos? —pudo escuchar que dijo una de sus compañeras detrás de ella. —Si no fuera por su culpa, no estaríamos siendo ridiculizados frente a los demás niveles —dijo otra compañera. —¿Qué estás esperando? —inquirió el profesor—, hazlo, no tenemos todo el día, Lenin. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven mientras veía fijamente el papel blanco entre sus manos, tragó en seco y después el maestro le pasó un marcador al darse cuenta que la joven no tenía con qué escribir. Ella con algo de torpeza escribió “papel blanco”, algo que hizo sonreír burlonamente al profesor. —Es muy fácil hacer aparecer un papel blanco –soltó el hombre y todos los estudiantes carcajearon—, bien, sigue la explicación que di. Lenin inspiró profundamente y después soltó el aire por su boca encima del papel que sostenían sus manos, todos hicieron silencio mientras esperaban expectantes que la chica hiciera aparecer el objeto que había escrito. En su pasado, Lenin habría tenido mucha confianza en sí misma en que lo lograría a la perfección, era una joven que siempre resaltaba por ser buena en lo que hacía, pero ahora, la vida le estaba mostrando la otra cara de la moneda. Pasaron unos segundos y no ocurrió nada. —Vuelve a soplar, concéntrate, visualiza lo que quieres, Lenin —dijo el profesor bastante serio. Lenin volvió a soplar sobre el papel, sus piernas empezaron a temblar y suplicaba mentalmente que el papel blanco apareciera. —Ella sólo sirve para retrasarnos —escuchó una pequeña voz al fondo. El profesor siguió ordenando a la chica que soplara sobre el papel por varias horas, tanto fue el desgaste, que Lenin se empezó a sentir mareada y sus compañeros estaban furiosos. Al final de la clase todos se fueron haciendo comentarios negativos y algo ofensivos hacia Lenin, quien, reprimía las ganas de llorar. —Sigue practicando, para mañana debes haber materializado al menos una hoja de papel blanca —ordenó el profesor antes de irse, se veía bastante molesto. Al haberse alejado el profesor, Chris y Fer se acercaron a Lenin, quien se veía a punto de soltar el llanto. —Lenin —Fer llevó una mano hasta el hombro derecho de la joven—, tranquila, sólo es cuestión de entrenar. —Sí, sigamos entrenando —dijo Chris. —Ya, tranquila —Fer le mostró una sonrisa amable. Pasaron toda la tarde en el parque y por más que Lenin intentaba, simplemente, no sucedía. Cayó la noche y la joven se dirigió a su habitación donde insistentemente intentó materializar la hoja blanca y el sueño la atrapó al ya no soportar el cansancio. —Despierta, mi preciosa Lenin —escuchó la joven. Lentamente abrió los ojos y encontró a Ruth sonriente sentada en el sillón cerca de ella. Lenin se sentó en la cama con mucha emoción. —¡Madrina! —sonrió. —Buenos días, Lenin. —Buenos días. —¿Cómo has estado? Me enteré que tuviste un ataque de pánico el primer día —dijo Ruth. —Bueno… —Lenin no quería contarle lo mal que la estaba pasando, no quería defraudarla—, me asusté, pero ya estoy bien. —Y la prueba, ¿te estás preparando para ella? —Sí, me está yendo muy bien —mintió Lenin forzando a salir una sonrisa—. ¿Puedo hacer una pregunta? —Sí, claro. —¿Dónde has estado? Ruth sonrió amablemente mientras había un pequeño silencio entre las dos. —He estado ocupada, de hecho, tendré que irme por unos días y volveré dentro de una semana. A Lenin no le agradó en lo absoluto saber que no vería a Ruth por unos días, se sentía muy asustada al ver que todo le salía mal y sus compañeros rumoraban que iba a ser expulsada porque era una humana promedio y no tenía ninguna habilidad para materializar objetos. —¿Estarás bien sola? —preguntó Ruth. —Claro, sí —respondió ella intentando volver a sonreír. —Dime, ¿ya tienes amigos? —Sí… —esta vez Lenin sí sonrió de verdad—, tengo dos amigos, Fernanda que le gusta que le digan Fer y Chris. —Qué bien, ahora sí me voy más tranquila. —No te preocupes, estaré muy bien, madrina. Los días comenzaron a transcurrir con rapidez, el profesor le dijo a Lenin que practicara aparte ya que estaba retrasando las lecciones para el resto del grupo y Chris junto con Fer la ayudaron a entrenar. Pero ella seguía igual, no lograba ningún avance. —Lenin, debes hablar con la directiva y explicarles tu caso —dijo Chris a la joven que no dejaba de llorar. —Me van a expulsar, ¿verdad? —soltó Lenin entre el llanto—, por más que entrené día y noche, yo no logré materializar nada. No sirvo. Lenin llevó las manos a su rostro y lo cubrió mientras sollozaba. Fer la abrazó mientras intentaba calmarla, todos en aquella sala lo sabían, Lenin sería expulsada al quedar en ridículo en la prueba al demostrar que no tenía habilidad alguna. Fer vio que al fondo de la gran sala había un grupo de chicas Singalas que se burlaban del mal que aquejaba a Lenin. —Esas estúpidas, ¿qué se creen? —soltó la joven con enojo mientras seguía abrazando a su amiga. —Cierto, los del nivel tres hoy también harán prueba para subir al cuarto —dijo Chris—, qué envidia, son de primer año y ya estarán en el cuarto nivel, deben ser muy poderosas, mejor no te metas con ellas, te matarán con sólo pronunciar la palabra “muerte”. El grupo con el que Lenin daba clase se acercó a ellos ya que se aproximaba la hora de la prueba. Repararon el estado en el que se encontraba la joven y empezaron a murmurar. —¿Realmente hará la prueba? —inquirió un joven acercándose a ellos. Los amigos de Lenin no sabían qué decir, hasta ellos se hacían la misma pregunta, ¿cómo podría Lenin hacer una prueba si no tenía la capacidad para hacerlo? —Ahí vienen los instructores —comenzaron a decir algunos estudiantes. Lenin se apartó de Fer y empezó a limpiarse las lágrimas con rapidez. —Lenin, debes hablar con ellos e informar sobre tu situación —aconsejó Chris. La joven comenzó a buscar con la mirada a los instructores. —Código cero cinco —llamó un hombre mientras veía una planilla que cargaba en una mano. Todos comenzaron a verse entre sí intentando buscar al estudiante con curiosidad mientras murmuraban. Al ver el instructor que nadie salía adelante, volvió a mirar la planilla. —Código cero cinco, Lenin Doop —volvió a llamar. Todos rodaron la mirada hacia la joven, volviendo más fuerte los murmullos. —Lenin, ¿eres un caso especial? —preguntó Chris consternado. —¿Qué? —la joven no entendía nada de lo que estaba pasando. Los estudiantes se apartaron de Lenin para que así el instructor pudiera verla, al hacerlo, volvió a mirar la planilla. —Código cero cinco, hará el examen para pasar a la sección Singala de nivel cuatro —informó el hombre bastante serio y posó su mirada en ella—, por favor, venga conmigo. ¡Los allí presentes no podían creer lo que estaban escuchando!, Lenin no entendió nada de lo que le habían dicho, aun no se acostumbraba a la manera en la que allí hablaban, eso de secciones y niveles la confundía, aunque, ya era consciente de lo que significaba el ser Singala. —Disculpe —dijo la joven al hombre mientras se acercaba. —¿Sí? —Creo que ha cometido un error, yo no soy Singala y soy de primer año —explicó la joven un tanto tímida. El hombre volvió a revisar la hoja de papel en la planilla. —¿Es usted Lenin Doop? —preguntó el hombre viéndola fijamente. —Sí, soy yo —respondió la joven. —Entonces no hay ningún error, hará el examen Singala para avanzar al nivel cuatro —explicó el hombre—, por favor, sígame, la están esperando. Ya para ese momento todos los allí presentes habían puesto su atención en la joven y los murmullos no cesaban. Lenin muy asustada rodó la mirada hacia sus amigos quienes estaban igual de consternados. —Ve, ve —susurró Fer y aleteó una mano para indicarle que debía seguir al instructor. La joven volvió la mirada hacia el hombre que ya se encontraba caminando por el largo pasillo, ella debió correr un poco para alcanzarlo y después volvió a caminar mientras sus manos jugaban entre sí. Era horrible no entender lo que sucedía, todo en aquel lugar se había tornado extraño y misterioso, algo que no le gustaba en lo absoluto a Lenin. Además, debía ser simplemente una joven ordinaria y no captar la atención, pero con esa situación era imposible. La hicieron entrar por una gran puerta de madera oscura estilo francés, encontró al fondo un enorme cuarto que tenía en el centro un púlpito de madera oscura con un libro grande abierto en él. Detrás del púlpito se encontraban dos mujeres de pie vestidas con un vestido blanco de mangas largas ceñido al cuerpo que les llegaba hasta las rodillas, tenían el cabello recogido y mostraban una leve sonrisa. —Adelante, código cero cinco –dijo una de ellas. Lenin así lo hizo mientras sentía su respiración agitarse en gran manera. Al ya estar a un metro del púlpito, la joven notó que el libro tenía las hojas en blanco, algo que le extrañó. —Yo… —intentó hablar la joven, tragó en seco—, creo que hay un problema. —¿Cuál crees que es el problema? —volvió a hablar la mujer. —Yo… no soy una Singala, yo… soy de primer año, llevo sólo una semana aquí, mi- mi… —sus piernas comenzaron a temblar—, yo no tengo ninguna habilidad, no materializo mis pensamientos. Se creó un gran silencio y después la otra mujer se dispuso a hablar. —No hay ningún error, debes presentar esta prueba. Por favor, acércate al púlpito y pon tu mano derecha sobre la parte derecha del libro, a la izquierda aparecerá un código, el cual lleva tu nuevo compañero de misión. Lenin quedó más confundida que antes, ¿por qué era tan difícil entender lo que decían las personas en esa academia? —¿Compañero? —inquirió Lenin obligando a su rostro a no arrugarse por lo confundida que quedó. —Sí, —respondió la misma mujer— de ahora en adelante tendrás un compañero con el cuál realizarás las misiones que se te asignen. —Pero, ya expliqué que yo no pertenezco a los Singalas, es un error —insistió Lenin temerosa de agrandar su problema, por lo mismo quería explicarlo. —Te han asignado a ellos —aclaró la otra mujer al ver que la joven no captaba lo que le estaban diciendo—. De ahora en adelante serás una Singala. Lenin quedó congelada con lo que acababa de escuchar, la última mujer que había hablado le señaló con una mano el púlpito, haciéndole saber a la joven que procediera a averiguar quién sería su compañero de ahora en adelante. Lenin se acercó al púlpito e hizo reposar su mano derecha sobre el libro, y como le indicaron anteriormente, en la parte izquierda de este apareció un código “cero uno cincuenta y uno”, al momento de la joven retirar su mano, el código desapareció. Lenin mordió su labio inferior mientras seguía apreciando el libro, después rodó su mirada a las mujeres. —Apareció el código, cero uno cincuenta y uno —dijo Lenin a las mujeres. —Ese será tu compañero de ahora en adelante —informó una de las mujeres allí presentes. —Dentro de tres días conocerás a tu compañero —explicó la otra mujer. Después de esto, le dijeron a Lenin que ya podía marcharse, y al salir, Lenin encontró a un grupo de Singalas esperando su turno para entrar, comenzaron a reparar a la joven como si fuera un bicho extraño que veían por primera vez. Cuando la joven se alejó, escuchó los murmullos de aquel grupo que la incomodaron en gran manera. Llegó a donde seguían esperando Chris y Fer, al igual como varios estudiantes que posaron su mirada en la chica. —Lenin —Fer caminó hasta ella—, ¿qué pasó? ¿No era un malentendido? —Dijeron que sí pertenezco allí y en el libro apareció el código de mi compañero —soltó la joven aún consternada con lo que había acabado de suceder. Fer frunció el ceño mientras veía fijamente a su amiga con sus manos posadas en los hombros de la joven. —¿Cuál es el código? —preguntó la chica. —Cero uno cincuenta y uno —respondió la joven. —¡¿Cómo pueden hacerte eso?! —gritó la joven con rostro de horror. —¿Por qué? —Lenin comenzó a asustarse. Chris se acercó a ellas bastante curioso. —¿Qué pasó? —inquirió. —Lenin fue asignada como compañera del monstruo —respondió la chica. Se escuchó el bullicio de los allí presentes que no despegaban su concentración de los jóvenes. —¡¿Cómo así?! —Lenin tenía un gran rostro dramático. —¡Ese es el chico del que te hablamos la otra vez!, el que mata a sus compañeros porque les parece inservibles y que asesinó a su mejor amigo para subir de nivel, ¡¿cómo pudieron hacerte eso?! —explicó Fer. —Bueno, tampoco es para tanto, son simples rumores —Chris intentó cambiar el ambiente lleno de tensión. Lenin recorrió con la mirada el lugar donde todos la veían consternados y murmurando todo tipo de cosas sobre ella. En aquel momento la joven se dio cuenta que su paraíso terminó siendo su infierno.      
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