Después de haber recorrido por varias horas el inmenso lugar, Ruth le dijo que era hora de almorzar. Se dirigieron a unos de los comedores de la academia y sentándose a la mesa, un mesero comenzó a atenderlas con mucha amabilidad.
Aquel día Ruth acompañó a la joven mientras le explicaba con bastante detalle cómo era la vida en la academia. Le dijo que, por lo general, los de primer año llevaban una vida muy tranquila, algo que le gustó a Lenin, ella se enamoró perdidamente de la academia por eso, era su paraíso hecho realidad. Aunque, la joven se inquietó cuando su madrina le informó acerca de la prueba que la joven debía realizar para saber en qué sección del primer año debía estar. Esto lo hacían, según Ruth, para saber si la joven era más de escritura larga o corta, algo que Lenin no entendió mucho.
—Tranquila, no es nada del otro mundo, son simples detalles para poder entenderte y así darte una mejor educación —explicó Ruth.
Esa noche Lenin durmió junto al gato y un libro que su madrina le regaló.
—Pancho —llamó la joven (así llamaban al gato)—. ¿Cierto que es un bello lugar? —el gato se acurrucó más a Lenin—, sí, se nota que te encanta la academia —la chica dejó salir una pequeña risita.
A la mañana siguiente, Lenin se despertó al escuchar que se abrió la puerta y vio a una empleada de servicio abrir las gruesas cortinas grises del gran ventanal.
—Despierta mi bella Lenin, es hora de arreglarte para tu primer día de clases —escuchó la dulce voz de Ruth.
La joven salió de la cama con el sueño todavía abrazándola, tenía puesto un pantalón largo de algodón de color gris que arrastraba sus botas por el piso de madera, y una camisa blanca de mangas largas que la mantenían caliente y bastante arrunchada.
—¿Dormiste bien? —inquirió Ruth sonriente mientras jugaba con el flequillo de la chica.
—Sí.
—Bien, ¿estás lista para tu primer día de clases?
—Me da algo de miedo.
—Tranquila, seguramente tus compañeros están igual de asustados que tú.
A Lenin no le agradaba estar con tanta gente a su alrededor, prefería la soledad y los libros para así pasar tranquilamente el duelo por la muerte de sus padres. Sin embargo, mientras caminaba hacia el salón donde comenzaría sus clases, se recordaba una y otra vez que esta era una nueva vida; estaba comenzando de cero y eso le obligaba a hacer todo lo posible por llevarse bien con sus compañeros, al menos, tener una amiga con la cual pudiera hablar.
El día anterior pudo entrar al salón donde comenzaría sus clases, por lo mismo no se sorprendió cuando lo vio. Era un lugar bastante grande donde las mesas eran largas y creaban grandes mesones al igual que las sillas. Todas las mesas descendían por el salón en unos escalones, así que las últimas mesas quedaban más altas para ver con más claridad el otro extremo del salón.
Lenin apretó con fuerza el libro que llevaba consigo en su pecho, tragó en seco y entró al salón, comenzó a buscar con la mirada la primera mesa que estuviera sola. Pero, intentó calmar sus nervios e inspiró profundo, no podía alejarse sólo comenzando la primera clase.
Entró y comenzó a subir los escalones mientras reparaba a los estudiantes que estaban sentados frente a las mesas, vio casi al final a una joven pelirroja leyendo un libro, y a su lado un chico de piel oscura que escribía algo en una hoja, de repente, del papel salió una pequeña ráfaga de viento que asustó a la muchacha, soltó un grito y le dio un manotón a su compañero. Esto hizo reír a Lenin y se sentó cerca de la orilla de la mesa tímidamente mientras veía a la pareja.
—¡Deja de hacer eso! —regañó la chica al joven.
—Silencio, por favor —pidió el profesor, quien tenía una gruesa voz.
Los jóvenes voltearon a ver al profesor y después el chico arrugó la hoja de papel con rapidez y la guardó en un bolso n***o que reposaba en la mesa.
En aquel momento, llegó un grupo de chicos al salón y todos posaron su mirada en ellos, algunos se veían impresionados por los que estaban entrando y otros, como Lenin, no entendían lo que estaba pasando. Pero ella notó que los estudiantes llevaban en su espalda una capa negra y tenían en sus manos derechas un tatuaje azul mezclado con morado oscuro, era un tanto brillante. Esa peculiaridad en los jóvenes sí desconcertó a Lenin, ¿por qué vestían diferente a los demás?
Además, estaba segura que ya había visto a cierta persona vestida igual, pero no lograba recordar quién era. Poco a poco se daba cuenta que tenía recuerdos muy nublados que le creaban malestar.
Comenzaron a escucharse algunos murmullos y después la joven pelirroja empezó a hablar con su compañero.
—Claro que sí, ya verás, voy a ser un Singala muy pronto —dijo el joven y su compañera soltó una carcajada.
—Ah… ¿sí? Sigue soñando, —se burló la joven— algún día lo imaginarás tanto que lo podrás materializar.
—Ya verás, te tocaré el hombro cuando tenga esa capa negra luciéndola en mi bella espalda —soltó el joven mientras respingaba sus cejas.
El chico notó la mirada de Lenin y la vio fijamente, algo que asustó a la joven.
—Hola –la saludó sonriente.
—Hola —devolvió el saludo Lenin.
—¿Eres nueva? —inquirió el muchacho.
—Ah… sí —soltó Lenin algo desconcertada por la pregunta.
—Qué idiota, aquí todos somos nuevos —se burló la joven pelirroja y volvió a carcajear.
—Cierto, fue una pregunta muy boba —dijo el joven, miró a su compañera–, pero intento socializar, ¿no ves?
La chica rodó la mirada y observó a Lenin, se notaba que reparaba hasta lo más mínimo de la muchacha.
—¿Cómo te llamas?
—Lenin —respondió.
—Soy Fernanda, pero dime Fer, odio que me llamen por mi nombre completo —se presentó la chica—, y él es Chris —llevó una mano hasta el hombro de su amigo—. Es algo irritante, pero… se hace querer.
—Claro, sin mí no eres Fer —el chico le dio un beso a una de las mejillas de Fer, quien comenzó a reír.
—¡Basta!, mucha miel.
Lenin sólo sabía sonreír un tanto incómoda mientras veía a los chicos hablar y jugar entre ellos. Chris rodó la mirada a Lenin.
—¿Qué haces allá? Ven, acércate —dijo abiertamente.
Lenin se levantó de la banca y se acercó más los chicos para así estar cerca. Sentía que sus intentos por ser sociable eran bastante torpes. Algo bastante extraño en ella, ya que antes logró ser la presidenta estudiantil del instituto en el cual se graduó, pero imaginó que era producto del luto.
—¿De dónde vienes? —inquirió Fer mirando fijamente a Lenin—, ¿tus padres estudiaron aquí?
—¿Qué? —Lenin frunció el entrecejo.
—¿Qué sucede? —preguntó Chris.
—Ah… ya sé, tú eres de las reclutadas —soltó Fer.
—Sí, aparecí aquí ayer —respondió Lenin.
—Sí… tu cara lo dice —dijo Fer mientras acentuaba con la cabeza.
—La academia debería dejar de hacer eso, lo único que hace es asustar a la gente trayéndola repentinamente a un lugar que nunca en su vida han visto —opinó Chris.
—Yo no estoy asustada por estar aquí —replicó Lenin.
—¿Ah sí? —Fer respingó una ceja—, ¿no estás imaginando cómo deben estar tus padres buscándote por todas partes? Una vez que entras aquí no puedes salir.
Lenin tragó en seco, ¿cómo podría ella decirles a unos desconocidos que fue alguien recogida de la calle cuando estuvo a punto de quitarse la vida y por su culpa sus padres estaban muertos? Sabía que lo más prudente era hacer silencio.
—Lenin, ¿ya hablaste con tus padres? —preguntó Chris.
—No, ya lo hizo la academia —mintió la joven.
—¡Ah…! —soltó Fer—, obvio.
—Debe ser impactante despertarte de un momento a otro en un lugar como este, ¿cómo te sentiste? —Chris se veía bastante interesado mientras veía fijamente a Lenin.
—Bueno, realmente no sucedió así —intentó explicar la joven, ¿qué le podía decir a esos chicos?
Se dio cuenta que comenzar de cero en aquel lugar no sería tan fácil como llegó a pensarlo.
—Entonces, ¿cómo? —indagó Fer.
—Bueno… llegó… —Lenin rodó la mirada al grupo de chicos con capa que estaban sentados en la primera línea de mesas.
En aquel momento lo recordó, el hombre con capa que la salvó tenía una parecida, entonces, era uno de ellos. Seguro era por eso que se le hacía muy conocida la vestimenta.
—Ellos, ¿qué son? —preguntó Lenin a sus nuevos amigos.
—Digamos que son como el paquete Premium de la academia —explicó Fer—, el nivel de los Singala, la realeza de la academia.
—Son los que tienen un poder singular, no sólo saben traer a la realidad lo que piensan, sino que dominan el destino, pueden asesinarte si así lo desean —agregó Chris—. Algún día seré como ellos.
—Deja de decir babosadas, es imposible que seas un Singala —Fer soltó una carcajada.
—¿Por qué? —preguntó Lenin—, ¿nosotros no vamos a llegar a ser uno de ellos?
—Claro que no —soltó Fer como si fuera algo obvio, pero se dio cuenta que Lenin era bastante novata en el asunto—. Los Singalas nacen con esa habilidad, no es algo que adquieras con práctica. Los que están allí —quedó observando al grupo— son de familia de Singalas, por eso desde el primer día tienen la capa y el tatuaje que les da ese nivel superior en la academia. Es tanto su superioridad que no darán clase con nosotros, ellos son exclusivos, hay hasta algunos que tienen guardaespaldas, es todo un espectáculo en los pasillos. Se creen tan superiores…
—No se creen, lo son —replicó Chris—, ¿acaso no te das cuenta lo increíble que sería dominar el destino? Si tuviera ese poder me volvería el presidente de este país y…
—Cállate Chris, no hagas el ridículo frente a Lenin, ¿qué va a pensar de ti?
—Ah… no se preocupen —soltó la joven con una sonrisa desplegada—, está muy interesante lo que dicen.
—Oye, pero no nos respondiste, ¿cómo llegaste aquí? —dijo Fer volviéndola a mirar.
—Bueno, aparecí de repente.
—Pero dijiste que no fue así —soltó Chris confundido—. No creas, yo recuerdo todo lo que me dicen —sonrió mientras acentuaba con su cabeza.
—Bueno, sí… —Lenin trataba de crear alguna mentira—, llegaron y me dijeron sobre la academia y…
—Ah… —soltó con tono aburrido Fer—, lo típico, te emocionas, dices que sí y ¡pum! Apareces aquí, la academia y sus intentos de sorprender a la gente que selecciona.
—Pensaba que iba a ser una de esas historias que a veces se cuentan —dijo Chris.
—¿Cuáles historias? —indagó Lenin curiosa por saber más, se notaba que esos chicos sabían bastante sobre la academia.
—Bueno, —Fer parecía emocionada por la plática— cuando estábamos pequeños se dio la noticia de que la academia encontró un niño que era tan poderoso que lo criaron aquí.
—Sí, dicen que él trabaja con altos mandos en la academia. Es el preferido del grupo de los “Escritores del Destino” —agregó Chris—. Además, recientemente rumoran que ese chico mató a su mejor amigo y por eso lo ascendieron a “Escritores del destino”.
—Yo escuché que ya pertenece a ellos —dijo Fer.
—Bueno, la cuestión es que él es el más poderoso de la academia. Qué envidia, lo criaron explotando toda su capacidad y ahora es tan poderoso —explicó Chris.
—Pero es tan misterioso, nunca lo he visto, dicen que no dejan que nadie se le acerque y no tiene ninguna pareja para las misiones —Fer soltó un pequeño grito de emoción—, ¡quiero ser su pareja…!
—¿Para qué? Te mataría al darse cuenta que le eres inservible —se burló Chris—, así como lo hizo con su mejor amigo.
—Esos son sólo rumores, no creo que él mate a sus compañeros y mucho menos al que considera su mejor amigo —soltó Fer.
—¡Bien, comencemos! —escucharon.
Un gran silencio se formó en el salón de clases y todos llevaron su mirada al profesor.
—Buenos días a todos —comenzó a decir el hombre—, es un placer el día de hoy ver rostros nuevos en la academia. Quiero decirles a todos ustedes que el día de hoy sus vidas cambiarán completamente, —rodó la mirada por todos los allí presentes— algunos sabrán de lo que estoy hablando, tal vez, aquellos que nunca han escuchado sobre la academia de Escritores del Destino no lo sabrán. ¿Hay alguno aquí que fue seleccionado? Si es así, por favor, levante una mano.
Los estudiantes comenzaron a mirarse los rostros entre sí.
—Que no te de vergüenza, necesito saber para estar informado —dijo el profesor al ver que nadie alzaba la mano.
Chris y Fer voltearon a ver a Lenin.
—No lo hagas —dijo Fer en un susurro.
—¿Por qué? —inquirió Lenin desconcertada.
—Los que no son seleccionados te molestarán —explicó Fer.
El profesor dejó salir un suspiro y prosiguió con su discurso:
—Bien, este semestre serán todos iniciados, menos mal, nos habríamos atrasado mucho en las clases —soltó una pequeña carcajada que siguieron los estudiantes–. Bien, como decía, sus vidas desde este momento han cambiado, ahora todo lo que piensen se hará realidad, les darán vida a sus ideas y algunos podrán controlar el destino, ¡¿quién es escritor del destino?!
Los gritos comenzaron a escucharse en el salón de clases, eran tan fuertes que desconcertaron a Lenin.
—¡No los escucho! —gritó emocionado el profesor.
Los estudiantes gritaron más fuerte. Lenin rodó la mirada por el salón de clases con el ceño fruncido, sintió que su cuerpo se erizó por completo al darse cuenta que todo lo que estaba pasando sí era real, estaba metida en un lugar donde todos tenían la capacidad de escribir en un papel lo que querían que apareciera en la vida real y estaba segura que ella no podría hacer tal cosa, en aquel momento lo supo. ¿Cómo acabó metida en aquel sitio?
Dato curioso:
Al Eliot borrar los recuerdos que Lenin tenía de él, ella no recuerda la existencia de la academia para “Escritores del destino” porque lo relacionaba con su hermano.