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—¡No te soporto más! ¡Fuiste tú quien la dejó ir, por orgulloso y no querer decirle nada de lo que estabas sintiendo y mírate ahora! —grita mi hermana, al tiempo que se agarra el cabello y lo sacude con frustración.
Las últimas horas, podían catalogarse como parte de las peores que había tenido que vivir alguna vez, porque no solamente Laureen se había ido sin haberle podido decir “adiós”, sino que el papel en donde me había dejado su número telefónico, para permanecer en contacto, había desaparecido por completo.
—Briseida, ¿qué voy a hacer? —le pregunto con un poco de angustia. Siento mis ojos picando, porque tengo ganas de llorar y liberar un poco de este sentimiento tan asfixiante.
—Bastian… No lo sé. Yo tampoco tengo nada de ella, como para poderla contactar, de hecho, dijo que había dejado contigo esa información —contesta ella y estoy seguro de que mi rostro no debe estar transmitiendo nada agradable, ya que me observa con tristeza.
Habían pasado veinte horas desde el momento en que había visto moverse por la pista al avión en el que la mujer que me tiene confundido volvía a su casa en Londres… Lo peor, no era eso, sino que no tenía la forma de poderla contactar y el rostro cabizbajo, enrojecido e hinchado de mi hija, Elena, de tanto llorar después de su despedida con Laureen, solo era un recuerdo constante de no haber sido claro con ella.
—Papito, quiero ver lo que me dejó Laureen —me pide Elena, haciéndome acordar que, en el regalo de Navidad de mi hija, hay un recuerdo sorpresa. Me pongo ansioso y espero que ahí dentro esté algún dato para poderla encontrar.
—Ahora que lleguemos a la casa, revisamos lo que te dejó Laureen —le digo, al tiempo que consiento su mejilla y una pequeña sonrisa se instala en sus labios.
La espera del equipaje en el aeropuerto fue un poco caótica, ya que el cansancio nos estaba pasando factura a todos, principalmente a mi hija y sobrino. Adicionalmente, nuestras maletas, regalos de Navidad de los pequeños y demás equipaje, casi se extravían, al ser enviados a Egipto.
Mi hermana lleva un año viviendo en la casa de nuestra madre, ya que, tras la muerte de su esposo, no había sido capaz de permanecer sola una noche entera, en la casa que habían comprado cuando se casaron y era acosada por el recuerdo de lo vivido junto a Basil Vlachos, su amado esposo.
Elton, el chofer de la familia, es quien nos recoge en el aeropuerto, para llevarnos a la casa en la que nos criamos y en la que ahora solamente vive mi madre, junto a la servidumbre, quienes llevan años a su lado y los que se encargaron de nuestra crianza, más que ella misma.
—Señora de Vlachos, señor Makris —nos saluda, haciendo un asentimiento —. Es un placer tenerlos de vuelta —comenta Elton —. Y a ustedes dos, se les extrañó por acá —les dice a Elena y Elián, quienes le responden con una sonrisa.
—Gracias, Elton. Y te he dicho que me llames Bastian… Me conoces desde que era un adolescente —lo regaño y él sonríe.
—Lo siento, señor Makris —se disculpa y termina de guardar las maletas en el baúl del auto. Volteo los ojos al escucharlo de nuevo llamándome formal.
—Deja de insistirle… Yo ya me di por vencida —dice mi hermana y sube al auto, junto a su hijo y mi hija, mientras que yo subo en el asiento delantero.
Es temprano en la mañana, por lo que cuando llegamos a la casa, nuestra madre ya no se encuentra y es entendible, ya que sigue asistiendo a la empresa familiar y más en este tiempo, en el que estuvimos de vacaciones.
Briseida entra con Elián, su pequeño hijo, quien también había estado llorando por la despedida de Laureen, cosa que nos tenía sorprendidos a los dos, porque él, antes de ese viaje, era un pequeño introvertido, silencioso, poco hablador con personas ajenas a la familia, pero desde que había empezado a interactuar en el crucero con esa hermosa chica rubia, de linda sonrisa, enérgica, colaboradora y muy atenta, él había tenido un cambio del cielo a la tierra.
Ahora podía ver en el rostro de mi hermana, el miedo a que su hijo volviera a ser el mismo de antes, tras la muerte de su padre. Definitivamente ese suceso les cambió la vida.
Me bajo del auto rápidamente, para ayudarle a llevar a Elián hasta su habitación, porque el pequeño se había quedado profundamente dormido en el trayecto a la casa y aunque el mayordomo estaba dispuesto a ayudarlo a subir, preferí hacerlo yo.
—Llámame más tarde o si llegas a saber algo —me despide Briseida y yo simplemente asiento con la cabeza, ya que cada vez que me decían algo de Laureen o la recordaba, una presión en mi pecho era esa pequeña y constante tortura que debía sentir por haberla dejado ir.
[…]
Elton nos deja en el apartamento en el que vivo con mi hija, desde la muerte de Elena, mi esposa, pues me había sucedido algo similar a lo de mi hermana, solo que yo no había querido volver a la casa de mis padres, además, que no me sentía en la capacidad de dejar que mi madre quisiera volver a controlar mi vida, así que vendí la casa de nuestros sueños y regresé a mi apartamento de soltero, haciéndole las adaptaciones necesarias, para llegar con una bebé de días de nacida.
Apenas abro la puerta, aparece Kathe, la mujer que nos ayuda en casa y quien ha sido la niñera de Elena durante sus seis años de vida.
—¡Qué alegría que volvieron! —grita emocionada y corre para abrazar a Elena.
—Hola, Kathe —le saludo sonriéndole —. ¿Cómo han estado las cosas por acá? —le pregunto, mientras ella tiene a mi pequeña en sus brazos y la consiente.
—Muy bien, señor Bastian. Demasiado tranquilo todo —responde y hace una mueca dando a entender, que estar sola en el apartamento puede llegar a ser algo muy aburridor —. Hacía falta mi princesa, para que esto sea más emocionante —comenta y los tres nos reímos.
Vamos directo a las habitaciones para dejar el equipaje y sin necesidad de decirle nada, Kathe empieza a deshacer la maleta de Elena, para organizar y echar a lavar las cosas.
—¡Papi, ¿dónde está mi regalo?! —grita Elena desde su habitación y eso me hace recordar, que lo empaqué al fondo de mi maleta.
Vuelco completamente el contenido sobre mi cama y agarro el portarretratos con la foto de mi pequeña princesa. Sonrío al verla y al recordar ese día en uno de los tantos castillos que conocimos.
—¡Ya lo llevo! —le respondo, mientras abro campo para poder salir de mi habitación.
Kathe me mira un poco confundida, ya que no entiende lo que sucede. Entro hasta la cama de mi hija, quien está ansiosa y mueve sus manos de forma insistente, para que le entregue la foto.
—Papi, yo no veo nada —dice en voz baja y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Espérate revisamos por dentro —la intento calmar, aunque me encuentro igual de nervioso.
—¿Qué están buscando? —pregunta la niñera y ambos levantamos los hombros, sin ninguna respuesta concreta.
Suelto las pequeñas grapas de la parte superior, pero las de abajo parecen estar trabadas, así que hago un poco más de fuerza, pero con cuidado de no ir a dañar el portarretratos… Finalmente logro abrirlo y lo primero que se asoma es una hebra de hilo, la jalo un poco y sale la manilla que yo le regalé a Laureen, cuando estábamos en Funchal, antes de cruzar el océano hasta el otro lado del mundo.
—Laureen te dejó su manilla, con su nombre —le digo a mi hija, mientras se la entrego. Elena la recibe y lo primero que hace, es llevarla hacia su rostro y le da un beso.
—Huele a ella —dice mi pequeña y empieza a llorar, al tiempo que abraza la manilla —. Papito, ¿volveré a ver a Laureen? Ella dijo que sí…
«¡Dios! ¿Qué había hecho al dejarla que se fuera sin decirle nada?», me reprendo mentalmente, mientras veo las lágrimas silenciosas bajando por las mejillas de mi hija. Laureen le había dicho que se volverían a ver, pero ahora eso con cada segundo que pasaba lo veía más complicado y todo por mi culpa al no cuidar ni siquiera su número.
—¿Quién es Laureen? ¿Por qué llora mi princesa? —le pregunta Kathe a la pequeña, quien hace un puchero y se lanza a los brazos de su niñera y confidente. La mujer levanta la mirada hacia mí y la angustia en su rostro el palpable.
—Laureen es una amiga del crucero y a la que todos queremos demasiado —le explico y me levanto de la cama, para salir hacia mi oficina y pensar con cabeza fría, acerca de lo que haré para poderla encontrar.
Enciendo mi computador y apenas entro al buscador, quedo completamente en blanco. ¿Cómo iba a buscar a Laureen? Ni siquiera sé su apellido y por más que intento recordarlo, no lo sé… creo que en todo el tiempo que estuvimos en el crucero, ni ella, ni nosotros dijimos nuestros nombres completos.
Nunca he sido de tener r************* y mucho menos al ser una figura pública importante en el mundo de la moda, pero estaba viendo esa como la única alternativa posible, con la que podría encontrarla.
Cruzo los dedos y empiezo a crear un perfil, solamente utilizo mi nombre, coloco una foto mía de espaldas, la cual tomó mi hermana durante el crucero. Voy al buscador y escribo la palabra “Laureen”, después filtro solamente para perfiles, pero con un número cercano a los dos mil resultados, me doy cuenta de que no ha sido una buena idea y lo único que logro es sentirme más frustrado. El único filtro que sé que podría servirme es el del lugar de residencia, así que selecciono “Londres”, pero los setecientos cuarenta y tres resultados, me dejan sin poder respirar. Empiezo a mirar cada foto y con cada una la esperanza que tenía se va viendo opaca, hasta que llego al último perfil, con el que finalmente la poca esperanza que quedaba se desvanece por completo.
—Laureen, ¿cómo te voy a encontrar? —digo sintiéndome desesperado y revuelvo mi cabello con las manos.
» Elena, amor… —le hablo en voz baja al espíritu de mi esposa, quién de corazón, espero esté acá cerca, para que pueda escuchar lo que le pienso decir —. Necesito tu ayuda… La última vez que te vi, así haya sido un sueño, tú me dejaste un mensaje pidiéndome pensar en nuestra pequeña hija y su felicidad… Al inicio pensé que estabas disgustada conmigo por haberme involucrado con Laureen, pero al ver la tristeza de nuestra hija, estando lejos de ella, me hizo pensar en que tal vez tu mensaje era, que no la dejara ir, porque ella hace feliz a nuestro pequeño tesoro y también a mí —hago una pausa para limpiarme las lágrimas que han empezado a bajar por mis mejillas —, quiero pensar que fue eso lo que realmente quisiste decir, porque en estos momentos, estoy dispuesto a mover cielo, mar y tierra, con tal de encontrarla y no dejarla ir… A menos que ella no quiera nada conmigo —aclaro y me quedo sentado en la silla, con los ojos cerrados y las imágenes de mi esposa cuando estaba viva y me hizo tan feliz, se entremezclan con algunos de los momentos vividos con Laureen, durante los últimos veinte días.
[…]
El día se pasó rápidamente y fue tanto el cansancio de Elena, mi pequeña, que se había quedado dormida. Yo me encerré en mi habitación con el televisor encendido, pero mi mente iba de acá para allá, recordando cada conversación que tuve con Laureen en el barco, para intentar encontrar alguna palabra, frase o indicio, que me ayudara a encontrarla, pero no había nada.
Me levanto para ir a ver a mi hija, cuando noto que ya está oscureciendo. Nuestras habitaciones están separadas por un pasillo de cinco metros de largo, por lo que mientras camino, la escucho hablar en voz baja. Me muevo sin hacer ruido, e intento entender lo que dice, mientras me quedo junto a su puerta.
—Mamita… hay un favor que te quiero pedir —dice y hace una pausa, como si esperara que Elena le pidiera continuar —. Quiero que cuides de Laureen, así como cuidas de mí, porque ella no tiene una mamá, ni un papá que lo haga —. Se me hace un nudo en el pecho y para no interrumpirla, regreso a mi habitación.
Agarro mi celular y llamo a un amigo que es policía retirado y ahora está de detective privado… «De algo debe servir el dinero y los contactos», pienso mientras suenan dos timbres y Joe contesta.
—Hola, Joe, necesito que me ayudes a encontrar a alguien. No importa lo que cueste.
—¿Tienes una foto? —me pregunta y bufo al recordar la única foto que tenemos juntos, la cual le envío inmediatamente por chat.
—¡¿Me estás jodiendo?! ¿Solo esa foto? —bufo—Va a estar difícil, pero no será imposible.
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Hola, bellas ♥
Acá empieza esta historia.
Para saber qué pasa con Laureen, mientras acá Bastian la busca desesperado, ve a leer el capítulo "De vuelta a Londres" en Amor de crucero.
Recuerden tener ambas historias agregadas en su biblioteca.
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Besos ♥