Al día siguiente, a las ocho de la mañana, tocaron la puerta de la habitación de Mirla, y cuando Fabiola entreabre la puerta para ver quién es, se encuentra con el rostro sonriente de George.
—Buenos días Fabiola —saludo George muy cordial —vengo a traerles la…...
Fabiola había cerrado la puerta sin dejarlo terminar de hablar.
—Levántate Mirla; que tienes visita —dijo Fabiola despertando a Mirla, y lanzándose a la cama, comento como para sí misma:— no sé cómo se le ocurre fastidiar tan temprano.
—¿Quién es a esta hora? —pregunto Mirla con los ojos medio cerrados
—El mismo imbécil de anoche; ahí lo tienes en la puerta esperando por ti —dice Fabiola de mal talante— como que vine a traerte algo; no me explico nada.
Mirla se levantó rápidamente, asomando la cara por la puerta media abierta
—Buenos días George; espérame un momento, que ya te atiendo —dijo Mirla mientras cerraba la puerta, y salía corriendo a cambiarse la pijama.
A los tres minutos apareció Mirla más presentable y salió de la habitación.
—Disculpe que le moleste a esta hora —dijo George con una amplia sonrisa— lo que pasa, es que yo me levanto muy temprano para ir a trabajar, y aproveche de pasar por la universidad y vi que habían dejado las llaves en la tortuguita y me atreví a abrir el motor, y a primera vista vi que tenía un cable roto, lo añadí y poniéndole la batería de mi mustang, pude encenderlo; y allí lo tiene al frente; aquí están las llaves.
—Qué bueno –dijo Mirla sorprendida— no sé cómo agradecerle tantas molestias y tanta amabilidad.
Yo sé cómo me puede pagar —dijo George muy animado, pensando en Fabiola—
¿Cómo? Pregunto Mirla.
—Solo aceptándome una invitación, usted y Fabiola, a tomar un café en el cafetín de la universidad— dijo George.
—Si es eso nada mas —dijo Mirla, sonriéndole— acepto su invitación y muchas gracias por haberme solucionado ese problema.
—No sé diga más —dijo George contento— a las cinco, les espero en el cafetín.
De regreso a su habitación, Mirla volvió a recostarse en su cama; aquel joven le parecía interesante; era una pena que Fabiola fuera tan indiferente, al interés que él, mostraba por ella.
—¿Que quería tu nuevo amigo? —le pregunto Fabiola con desenfado.
—Vino a traer el wolsvagen, que bueno que pudo repararlo —dijo Mirla contenta— fue muy amable, tomándose la molestia de traerlo hasta acá.
—Que bien; ahora tenemos un problema menos —dice Fabiola sin dar tregua— como p**o, seguro que ahora tienes que salir con él, para agradecerle el favor.
—No seas tan dura Fabiola; George solo quería ayudarnos —dijo Mirla— y sí; acepte una invitación que nos hizo a las dos, para el cafetín de la universidad; pero realmente, quien le interesa eres tu Fabiola.
—¡¿Siiii?!; Hoy es mi día de suerte, ¿Qué se cree ese patán?; está bien equivocado si cree que con un café me va a conquistar; Dios mío; son todos tan básicos —dijo Fabiola despectiva— y este además de básico, es tacaño; no pudo invitarnos a un almuerzo, solo un cafecito en el cafetín de la universidad.
—¿Qué te pasa Fabiola?; amaneciste muy cortante —dice Lizbeth asomando la cabeza desde bajo de su sabana— no olvides que lo cortés no quita lo valiente; hay oportunidades que se presentan solo una vez y esta puede ser la tuya.
—Lizbeth tiene razón Fabiola; deberías bajar la guardia —le dice Mirla en tono de reproche –la amargura se te sale por los poros, a pesar de cómo lo trataste anoche, sigue interesado en ti; me parece un joven interesante.
—¡Ay no!; te lo regalo con todo y mustang —dice Fabiola despreciativa— yo no iré a tomar café con ese pata en el suelo; ve tú, y llévate a Lizbeth; seguramente a ella le encantara ese hombre tan interesante; a mí que no me fastidies Mirla; cuando yo quiera ver a un payaso, voy al circo.
Llegaron a la universidad a las cinco de la tarde; Mirla se fue al cafetín, y Fabiola no queriendo acompañarla, se fue directamente a la facultad. Ya George estaba esperando y se desanimó un poco cuando no vio llegar a Fabiola con Mirla, quien la justifico diciéndole que no había podido venir porque tenía que terminar unos trabajos con sus compañeros de estudio. Se sentaron en una mesita que tenía dos sillas en el centro del cafetín.
—¿Qué deseas tomar Mirla? —Pregunto George— yo tomare un espumoso café marrón.
—Tomare un jugo de naranja con poco hielo, ya que no tomo café —dijo Mirla.
George fue al mostrador y a los dos minutos venía sonriente con el café y el jugo de naranja y sirviéndolos en la mesa, tomo asiento.
—Yo soy cliente habitual en este cafetín —dijo George mientras le ponía azúcar al café— me vengo directo del trabajo y paso por acá a tomar un café para despabilarme antes de entrar a clases; ya voy por cinco años haciendo lo mismo.
—Me imagino que cuando te gradúes, el cafetín te dará un diploma como reconocimiento a tu fidelidad —dijo Mirla bromeando— a mí me encanta el jugo de naranja.
Mientras mirla hablaba, George la observaba con más detenimiento; en el estacionamiento, la había visto, con el cabello recogido y con una ropa muy holgada; pero ahora llevaba unos blujeans y una camisa a rallas, bastante ceñidos al cuerpo; llevaba el cabello suelto enmarcando la natural belleza de su rostro. «Ahora me alegro que no haya venido su compañera» pensó.
—Y tu ¿Qué haces Mirla en tu tiempo libre?— pregunto George observando detalladamente a Mirla.
—Tú sabes que la medicina es estudiar, estudiar y estudiar —dice Mirla, dándose cuenta del interés con que le miraba Georg— así que tengo muy poco tiempo libre aquí, ya que los fines de semana, me voy a Valencia y allá descanso de esta larga rutina.
—Yo tengo poco tiempo para estudiar —dice el, posando su mirada en el escote de Mirla— trabajo de lunes a sábado y estudio por las noches; lo bueno de todo esto es que ya me falta muy poco, y tendré tiempo para retomar muchas actividades que deje relegadas.
—¿Vives aquí en caracas George? Pregunto Mirla, mientras movía el pitillo, jugueteando con el hielo que había en su jugo.
—Sí, vivo en el centro de la ciudad, justo detrás del palacio de Miraflores –responde George, mientras admiraba la sensualidad natural de los labios de Mirla— la ventaja de vivir allí, es que no necesitas despertador, ya que todos los días a las cinco de la mañana, te despierta el toque de trompeta de los militares del palacio; allí vivo con mis padres, pero en un anexo, justo a la entrada de la casa y así puedo entrar y salir a la hora que quiero sin molestar mucho.
—Es bueno despertarse con música todos los días —comento Mirla.
—A veces esa trompeta me suena muy triste —dice George— pienso que el soldado que la toca, amanece algunos días con nostalgia; quizás por su tierra, o por algún amor que dejo, prometiéndole volver pronto; en realidad me gustaría que un día me despertara con música de Ricardo Arjona.
A Mirla se le ilumino la mirada y sonrió pensando: con esto sí que me matas; comienzas a caerme muy bien.
—¡No puede ser, ¿te gusta Ricardo Arjona?! —exclamo Mirla con expresión de asombro— él es mi cantante favorito; me gustan todas sus canciones.
—Claro que me gusta —dice George complacido— ¿acaso tú conoces alguna persona tan extraña que no le guste Arjona?; su poesía toca mi corazón todas las mañanas mientas me baño; prefiero que me falte el jabón de baño; pero nunca su música; en mi celular tengo casi todas sus canciones
—Me encanta, porque sus composiciones nos muestran la cotidianidad de la vida, desde otra perspectiva —dice Mirla emocionada como siempre, cuando le hablan de su ídolo.
—“Señora, no le quite años a su vida; póngale vida a los años que es mejor…”; es una invitación a dejar las apariencias y, a disfrutar cada momento de la vida —dijo George muy entusiasmado
—¿A qué te dedicas George? —pregunto Mirla, observando con más interés a George.
—Antes de entrar en la universidad –dijo George— saque el título de técnico medio en sistemas, comencé a trabajar en ello y fue allí cuando comencé en la universidad, y aquí estoy con muchos proyectos en mente.
—Qué bueno; muy pronto comenzaras a darle forma a tus sueños; a mí me falta un poco todavía pero allá voy, a la búsqueda del sueño de mi vida o mejor dicho de los sueños de mi vida .
—¿Me imagino que entre todos esos sueños, tambien hay un novio haciéndote soñar, Mirla? —comento George, cruzando mentalmente los dedos deseando escuchar un no.
—Pues no, George ; entre tanto estudio no queda tiempo para el amor —le dice Mirla poniéndose una mano en el corazón.
—«Bieeeeeeeen» —pensó George.
—No puede ser que tanta belleza, no tenga un amorcito en su corazón —le dijo George arqueando las cejas a modo de sorpresa —eres muy atractiva; cualquiera se enamora; creo que Dios te envió hoy para que sea yo quien te haga enamorar.
—Bien lejos con eso George; por el momento prefiero no distraerme en otra cosa que no sea la medicina —respondió Mirla.
—¿No te han dicho que el amor es medicina para el alma y que al alma hay que consentirla? —le dice George simulando un abrazo.
—Primera vez que lo escucho George; ¿Quién invento ese disparate? —le dice Mirla sonriendo.
—Pues, yo mismo Mirla; se me acaba de ocurrir; porque aquí, delante de ti, está la medicina para tu alma —le dice George dándose corpecitos en el pecho con la palma de la mano.
—Eres muy creativo, pero muchas gracias, mi alma no necesita ese medicamento —dice Mirla muy divertida
—¡Que desilusión! –Dijo George dejando caer la cabeza sobre el pecho, fingiendo tristeza— yo que pensaba incluir en mis proyectos, a la dueña de unos bellos ojos marrones que han comenzado a hipnotizarme.
—Lamento que tengas que cambiar esos proyectos —dice Mirla sonriente.
—Por lo menos dame permiso para soñar contigo— Dijo George mientras sonreía, mirando a Mirla a los ojos— debe ser muy delicioso verte en mis sueño.
—Con tal no pase de allí –dijo Mirla— soñar no está prohibido
—Para soñar contigo no es necesario estar dormido —dijo George, posando su mirada en el pequeño escote de Mirla— ¿Sabes lo que si incluiré en mis proyectos Mirla?.
—No lo sé; dímelo tú —dice Mirla.
—Encontrar la forma de que te enamores de mí; tengo que contratar a cupido; él se encargara de poner esa fórmula bajo tu almohada para que sueñes conmigo.
—Además de presumido, estás loco George —dice Mirla.
—Eso siempre me pasa cuando veo unos ojos marrones que me atraen como dos imanes —dijo George— ese problema lo causa la soledad y necesito una doctora que me la cure y me hechice con su mirada
—Eso se cura con un collar de limones y ajos —dijo Mirla riendo.
—Lamentablemente me tengo que ir Mirla; gracias por aceptar mi invitación, han sido muy agradables estos momentos; el trabajo y la universidad, no me permiten compartir mucho; gracias a la tortuguita que me permitió conocerte; espero nos volvamos a ver; ya sabes dónde estoy todos los días a las cinco de la tarde —dijo George despidiéndose de Mirla con un beso en la mejilla