Cuando era más joven pedí un espejo redondo para mi cómoda, uno grande en el que pudiera ver mi rostro y mis hombros, insistí con ello, y en noches como estas mientras peino mi cabello y mis ojos buscan el brillo en mi reflejo, imagino que este no es un espejo, sino un cristal y que la mujer del otro lado no soy yo, sino una versión diferente de mí, la princesa que jamás dejó de tomar el medicamento, la que nunca se detiene ni siente temor, si pudiera comunicarme con ella, podría preguntarle qué hacer.
Porque justo ahora, no lo sé.
El miedo paraliza, como cadenas que se fijan a las extremidades mientras una voz susurra en el oído que todo está bien, en tanto no de un solo paso.
Pero en mi caso, las cadenas están sueltas, puedo caminar arrastrándolas, mi boca se mueve soltando palabras q
