La vida tiene muchas preguntas y pocas respuestas. Lo comprendí desde que esos sueños dañaron mi vida por completo. ¿La muestra? Con 27 años la única y más importante persona en mi vida era yo.
Vivía sola en un departamento modesto, trabajando desde este como ilustradora para una editorial. Sola, sin amigos, sin familiares o que nos interesase contactar unos a los otros, obviamente sin una pareja, e incluso sin mascotas.
El solo imaginar que pudiese soñar una noche o un día en una siesta acerca de su muerte, y no poder hacer nada para ello, me traumatizo de todo tipo de contacto social. Así era mejor, si no creaba lazos con nadie, no dolería.
Pero ese sueño que había tenido era extraño. Sé a la perfección que soñar con la muerte de humanos y hasta animales no se clasifica como normal, pero lo cierto es que nunca había soñado con la muerte de tantas personas. Entre la nube de polvo, y el sabor desesperante a ella, lo reconocí, no solo el hombre a mi lado estaba muerto. Había más, muchas más personas.
¿Qué había ocasionado esa explosión? ¿Fue una fuga? ¿Un atentado? Pero la más importante pregunta, ¿dónde rayos había sido? Y mucho más importante aún ¿por qué diablos había yo estado insertada en el sueño?
Nunca había ocurrido, en mis sueños yo era una espectadora invisible nada más. Pero en ese en particular interactúe no solo con varias personas, sino que se sintió real… Si mis sueños siempre se harán realidad, eso quiere decir ¿qué tendré que ver a ese hombre de hermosos ojos castaños, cubierto de sangre y con un cristal enorme enterrado en su estómago?
El detalle de la imagen me dio arcadas que contuve. Lo recordaba todo especialmente de él. Su rostro ovalado, su pelo n***o, sus labios que comenzaban a formar una interrogante, incluso lo que llevaba puesto, estaba vestido de civil pero tenía una placa, una placa de policía en su mano.
Un policía, múltiples muertes, yo con probables secuelas físicas de por vida. Perfecto. Pero si algo sabía era que a ese hombre yo no le conocía. Quizás para una bruja barata de muertes como yo, eso suena como algo poco creíble pero lo era. Yo no conocía a ese hombre, no conocía a esa madre, a esos niños, tampoco a las enfermeras, ni el guardia.
Por lo que la solución era sencilla, me dije, necesito seguir sin conocer a toda esa gente. Necesito permanecer en mi seguro apartamento pase lo que pase. Es todo.
…
Ojalá la vida fuese tan sencilla. Ojalá fuese otra persona. Ojalá estuviese muerta. Pero ninguno de mis tres deseos anteriores son una realidad. Afrontar la vida Agatha.
Afrontar es que tu estomago ruja de hambre a las 3 pm de la tarde y tu nevera y despensa se encuentren vacías. Afrontar la vida es que un derrame de aguas negras en tu edificio haya hecho que la asociación de vecinos pidiese amablemente permanecer fuera del edificio por tres horas. Afrontar la vida es darte cuenta de que tu sueldo como ilustradora remota no alcanza para una linda y aislada casa en el campo. No porque necesitas residir en la misma ciudad que la editorial por la temática arcaica de los seguros médicos y fúnebres de la empresa. Irónico.
Mi molestia por las jugarretas de esta pesadilla llamada vida casi me hizo olvidar mi miedo a ser partícipe del sueño de esta mañana. Casi, el rostro de ese hombre joven, bastante joven, viéndome sin vida y mi mano llena de su sangre, era difícil de olvidar.
Sumergida en mis densos pensamientos, realice un mercado de provisiones para mi aislamiento por otra semana. Solía ordenar todo a domicilio, pero esta visita al supermercado a una cuadra de mi apartamento me mantenía con las manos ocupadas. Cancele la compra, aun así me quedaba más de hora y media para poder retornar a mi guarida. Por lo que decidí ser productiva o algo así mientras me sentaba con mi carrito de compras en medio del área de cafés del establecimiento.
Use mi celular para investigar sobre posibles alertas de atentados terroristas, pero la ciudad donde vivía era muy calmada. Por esto vivía aquí, una ciudad no tan congestionada como una capital cualquiera pero tampoco tan remota como para conseguir un trabajo como ilustradora en una buena empresa. No ganaba mucho, pero eran agradables y permisivos conmigo en las pocas reuniones presenciales y vía streming que teníamos.
¿Sería una fuga de gas? ¿Una explosión eléctrica? Buscando en internet “posibles causas de explosión en un hospital”, algo me hizo desviar la mirada y olvidarme de toda la indebida atención que le prestaba a un tema que debía estar ignorando en este momento. Un señor mayor traía en sus manos un cuento infantil ilustrado, lo reconocí en ese preciso instante: Pedro, el gato.
Una de las primeras series de ilustraciones exitosas que hice, y las que me garantizaron mi puesto actual, fueron las de ese gato caricaturesco. No era más que una versión inocente y muy infantil de Pedro, el gato, pero me había ayudado a borrar la imagen de su sangre.
Las ilustraciones sirvieron y encajaron a la perfección con el cuento de una autora casi tan debutante en la editorial como yo. Tuvimos suerte ambas, no solo se vendió bien el primer cuento sino una serie de cuentos más. Había traído a la vida a Pedro, el gato, aunque nadie supiese su nombre y en los cuentos de la autora era simplemente un gato sin nombre. “El gato sin nombre” se llamaba el personaje curiosamente.
Vi a una niña también con el cuento, ambas eran la primera versión del cuento. Después a una mujer con 3 niños y cada uno con una muestra. Tenía que ir en su dirección. Tome mi carrito, salí del supermercado y como por obra del destino al otro lado de la carretera había una pequeña librería. Nunca la había visto, era extraño, y más yo, siendo una ilustradora de cuentos infantiles que vivía cerca.
Cruce y lo pude determinar finalmente. Detrás de las ventanas el local estaba lleno de globos, a pesar de que ahora se encontraba vacío concluí que había sido una fiesta de inauguración quizás. ¿Será posible que mi Pedro, el gato estuviese todavía allí en su primera edición? Había perdido la mía no sabía dónde.
La nostalgia pudo más conmigo y no sé por qué, yo que no solía entrar en sitios nuevos, tuve el impulso de entrar a esta librería a buscar una edición de un cuento del que fui ilustradora. Nada práctico, nada productivo, pero mi corazón se aceleró, mientras abría la puerta y emitía un ligero “Hola” sin que nadie me lo devolviese, ¿dónde estaría el encargado? No importaba. Estaba abierto y quería mi cuento.
Pude dar con él con facilidad, estaba allí, el último ejemplar. Lo tome en mis manos y en ese momento fui feliz, al abrir sus páginas y oler ese aroma a páginas nuevas satinadas, experimente una agitación que tenía años sin vivir.
─ Disculpa pero ¿comprarás ese libro? – Oí de una voz masculina a mi lado.
─ Sí – Dije sin hacer contacto visual con el desconocido, era una vieja costumbre, no mires a la persona a los ojos, no te grabes sus rostros.
─ ¿No podrías hacerme el favor de dejármelo a mí? – La voz masculina sonaba algo apenada pero suplicante a la vez – Es para mi hija, es muy pequeña – continúo.
─ Si es tan pequeña no notará la versión del cuento – señale el resto de la selección infantil y volví a hojear mi cuento, o bueno mío en unos minutos – el de el Patito Feo de esa editorial allí es bueno para niños de 3 a 5 años.
─ ¿No podrías ni mirarme un segundo para causarte algo de lástima y me entregues el cuento? – me respondió.
¿Por qué las personas no entienden un no? N, O. No. Tendría que hacerlo, contacto visual. Bien, aquí vamos.
─ Lo siento pero n – Mi mundo se paralizo, ojos castaños, pelo n***o, rostro ovalado, era él. El hombre de mi sueño.