―¡Quiero a mi mujer de vuelta en la ciudad a como dé lugar! ―amenaza Bernardo Echeverría a sus hombres. ―Ella volverá, señor ―responde con tranquilidad Markus, el guardaespaldas, con su gruesa voz. ―Yo la quiero ¡ahora! ―se exaspera. ―Estuvo sin saber de ella por tres largos años, ¿y ahora no puede esperar un poco más? Solo un poco... ―Sí, no supe de ella por tres largos y malditos años y ya no quiero seguir esperando. Quiero que la traigas, ¡ya! ―Yo no hago milagros, señor ―replica el enorme hombre con cierta molestia. ―¡Pues comienza a hacerlos! Bernardo se levanta y golpea la mesa. Markus, hombre de gran estatura y descomunal talla, se yergue, ya suficiente ha aguantado los desplantes de su jefe, que muy patrón puede ser, pero a él, nadie, ni el rey del mundo, lo grita. ―L