—Alexia, cariño, puedes llevar a mi hijo a casa, porque él bebió de más, no quiero, que tenga algún problema. – Dijo Margarita. — No te preocupes, claro, que lo llevaré, — sonrió la chica, abriendo la puerta del conductor del coche de Gor. El hombre hizo una mueca de disgusto. Realmente no le gustaba, cuando un extraño estaba a cargo de su territorio. El coche también era su territorio. Gor no quiso preocupar a su madre, por eso aceptó, que Alexia condujera por él. — ¿A dónde vamos, a tu casa o a la mía? — preguntó la chica, cuando él entró en el coche. — A la tuya. — Gor cerró los ojos con cansancio. — Cariño, no te relajes, — sintió como una mano caliente se posó en su muslo, — la noche aún no ha terminado. Podemos decir, que apenas comenzó. Alexia ajustó el espejo retrovisor, es