CHANTAL
Había un motivo por el cual había desaparecido de la ciudad inmediatamente después de que mi boda con Franco se cancelara, y en concreto no era mi corazón roto, o tal vez sí, pero no de la manera en que lo estás imaginando. Fue algo peor que el desplante y humillación que recibí en el altar.
Había algo más que terminó por desgarrarme ese día. Dicen que cuando las desgracias te llueven todo es para bien, pero en ese momento yo sentía que el universo me estaba odiando. Me odiaba desde el día en que había sido concebida.
Sí, después de ver como Franco se iba, Alondra, una de las amigas de mi exprometido se acercó a ayudarme a levantarme. Era una mujer con la cual tenía una relación cordial.
— ¿Estás bien? —Me preguntó Alondra luego de que yo me limpié las lágrimas con coraje.
— Sí, voy a estar bien —. En realidad mentía.
— Pues que bueno que estés bien, porque esto que te voy a decir te va a destrozar. Franco y yo nos hemos estado acostando desde hace más de un año. Upsi, espero que esto no te traiga problemas, querida, pero ya que no vas a casarte con él, puede que se termine casando conmigo.
Me quedé de piedra, y para no hacerles el cuento largo, obvio que a la chica le caí fatal y lo hizo con la finalidad de que me destrozara en llanto, que hiciera más el ridículo, y todos me vieran llorar a moco tendido.
Fue lo contrario para desgracia de todos, porque salí corriendo gritándole.
— ¡Maldito cínico desgraciado! ¡Me dejas por ser la hija de una prostituta cuando tú te estabas acostando con tu mejor amiga al mismo tiempo que conmigo! —Lo alcancé, le di una patada en los huevos derribándolo al suelo por dolor, y sí, seguí siendo la prostituta yo y no él que me estaba poniendo el cuerno.
— ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaah! —Gritaba Franco mientras se revolvía sobre el suelo por el dolor que le había causado. Fue satisfactorio, no me culpen, pero era como una pomada que me curaba el dolor momentáneamente.
Sí, los mirones salieron con sus teléfonos en cuanto vieron que Franco se estaba cayendo al suelo.
— ¡Pero qué hiciste, maldita, desgraciada! —Gritó la exsuegra malvada— ¡Ay, mi bebé! ¡Llamen a la policía! ¡Esto no se va a quedar así, mendiga arpía!
Lo siguiente que pasó es que fui a la cárcel porque, según testigos y la mamá de Franco, yo era una mala mujer que me quise aprovechar de su hijo. Era ridículo que a mí se me castigara, a tal grado que era la única rea en prisión preventiva que estaba con un vestido de novia.
¿Desde cuándo a las novias se les encarcela el día de su boda? ¿O peor aún terminan su relación frente a los invitados?
— ¿Mataste al novio? —. Me preguntó una sin hogar que se encontraba sentada en una esquina. Olía mal y no la culpaba, era un lujo para ella conseguir un baño.
— Ojalá —. Suspiré derrotada—. La verdad es que me dejó en el altar porque se enteró de que soy la hija de una prostituta —. La voz se me quebró—. Yo no tengo la culpa de que mi mamá se haya dedicado a eso y. . . Me vio con asco y me dejó diciendo que no se podía casar conmigo, por eso —. Las lágrimas comenzaron a causar estragos en mi cara—. Me recargué sobre la pared fría y me dejé resbalar hasta quedar en el suelo.
— Maldito, desgraciado —. Me dijo la indigente—. No deberías llorar por él, es obvio que le importa mucho más las apariencias que lo que tú eres en realidad.
Por más que me limpiaba las lágrimas con las manos, estas no paraban de salir. Los reos de enfrente estaban atentos a mi relato. No tenían nada mejor que hacer y yo tampoco.
— Lo sé, pero el amor no se va de un segundo a otro. En verdad lo amo. Se suponía que a esta hora debía estar bailando nuestra primera canción de esposos y no estar encerrada porque casi le reviento las pelotas con mis zapatillas —. Se escuchó un “auch” general de los hombres que estaban en las otras celdas—. Enloquecí cuando su mejor amiga se acercó a mí para restregarme en la cara que Franco y ella se han estado acostando desde hace un año.
— Pues se lo merece por imbécil.
Me llevé las manos a la cara para tapar mi humillación, pero fue imposible.
— Yo siendo la hija de una prostituta nunca le fui infiel, y él se atrevió a dejarme en el altar cuando fue él el promiscuo y se estuvo tirando a otra mujer durante un año —. Necesitaba sacar toda mi frustración, pues sentía que el pecho me explotaba porque quería gritar lo mal que la estaba pasando. Me estaba ahogando en mis propias lágrimas.
— ¿Y qué vas a hacer?
— No lo sé. Se lo llevaron al hospital y a mí me trajeron acá. No creo que la serpiente de su mamá se vaya a quedar tranquila. Así que estoy perdida —. Mi llanto estaba cesando al fin y yo me estaba sintiendo un poco más tranquila.
— Es injusto que seas tú la juzgada y engañada y estés tú aquí, cariño —. Una mujer que estaba en la celda de enfrente fue la que habló esta vez—. Estuvo bien que le hayas casi arrancado las bolas, y debieron darte un premio. Seguro que la tenía chiquita.
— Sí, un poco —. Acepté—. Pero estaba bien con eso, tenía un tamaño normal.
— Ese cabr**ón sí que se pasó —. Dijeron los dos borrachos.
— El sistema dice que yo estuve mal y por eso estoy aquí —. Me aclaré la garganta.
— No, el sistema muchas veces está mal. Yo por ejemplo pretendí que me robaba un suéter porque aquí en la cárcel hay calefacción y no paso frío en la noche, pero en mis antecedentes siempre se verá que soy una ladrona ¿Entiendes el punto? —Habló de nuevo la indigente.
— Creo que sí. Con más razón estoy furiosa. Todos están viendo a Franco como una víctima y mi como la trepadora oportunista —. Me dieron ganas de vomitar por el coraje—. Yo nunca tuve interés en su dinero.
— Tal vez suene a un mal consejo, pero creo que debes tomarlo en cuenta —. La indigente se puso en un tono serio y yo la observé sin parpadear —. Tal vez lo quieres, pero tienes que saber que la venganza no siempre es por odio, sino por justicia. Sé justa contigo. La venganza no siempre tiene que ser buena o mala, simplemente es que a veces es lo único se tiene por hacer.
Fueron palabras de una indigente que cambiaron mi vida. Me hicieron pensar y replantear mi vida.
Durante toda mi vida había estado recibiendo el desprecio de los demás por mis origines. Había crecido en una sociedad llena de lujos, pero que al mismo tiempo me etiquetaban como una mala persona, por tener los padres que tenía.
La familia de mi papá nunca habían conocido la amabilidad, y aunque me había esforzado demasiado por encajar con ellos, nunca tuve una pizca de aprecio por ellos. Mi mamá, por otro lado, me daba su amor a meses con intereses.
Incluso los borrachos de la otra celda se habían acercado a escuchar, atentos al chisme.
— Gracias —. Le sonreí a la sin hogar—. Chantal Docherty, mucho gusto.
— Mirta Segovia —. Sonrió.
Estaba exhausta para esa hora. Tenía el maquillaje corrido por las lágrimas, me había levantado a las cinco de la mañana pensando que sería el día más feliz de mi vida y ahora me encontraba encerrada en una celda con un grupo de extraños. Me quedé dormida, recargada en la pared de piedra.
— Chantal Docherty, momento de irse —. La voz del guardia me sobresaltó—. Chantal Docherty.
Me levanté de inmediato y me apresuré a ir con el guardia, que estaba esperando impaciente por mí. Le di un último vistazo a Mirta, que dormía plácidamente en el suelo.
— ¿Puedo saber quién pagó mi fianza? —Le pregunté al malhumorado hombre.
— Qué sé yo. A mí solo me dieron órdenes de sacarte de aquí —. Me dejó justo en la entrada y antes de que pudiera hacer otra cosa el mundo se detuvo. Me quedé como una estatua de sal al ver que se trataba de mi papá, Nelson Docherty, a quien no había visto desde hace tres años.
No eran buenas noticias.